La sonrisa del miedo

Silencio limpio

La noticia llegó temprano, antes del primer timbre.

Un mensaje interno del sistema escolar fue enviado a cada alumno, padre y docente:

“Lamentamos informar el fallecimiento de la estudiante Akane Mizuno, del tercer año B. Pedimos respeto por su memoria y acompañamos a su familia en este doloroso momento.”

Nada más.
Sin contexto.
Sin explicaciones.

A las 8:10 AM, se hizo un minuto de silencio en el patio principal.
Los alumnos se alinearon bajo el sol frío de la mañana. Algunos bajaron la cabeza. Otros miraban el reloj.
Una profesora lloraba en silencio, como si intentara recordar si alguna vez habló con Akane más de lo necesario.
La directora dio unas palabras vacías, con voz templada:

—“La pérdida de una joven promesa es siempre un golpe duro para nuestra comunidad. Hagamos honor a su memoria siendo mejores. Más solidarios. Más humanos.”

Pero apenas terminó la ceremonia, el murmullo volvió a crecer.
Los chismes ya eran un océano.
Unos decían que había sido un accidente. Otros, que se trató de una crisis emocional.
Pocos usaban la palabra correcta: suicidio.
Y casi nadie se preguntaba por qué.

En la sala de profesores, la directora entregó carpetas a los tutores para que hablaran brevemente del tema con sus clases. Un folleto con colores suaves y frases ridículas como “Habla con alguien si te sientes triste” o “La vida siempre vale la pena”.

Nadie mencionó que la última semana de vida de Akane fue una tortura pública.
Nadie se responsabilizó.
Ni el personal, ni los alumnos, ni el sistema.

Hikaru, en su pupitre, miraba la ventana.
No dijo nada. No lloró.
Cuando su compañera Mei, sentada a su lado, murmuró un tímido “¿la conocías?”, Hikaru solo negó con la cabeza.

—Creo que no le caía bien… —dijo con voz baja, profunda.

Mei asintió, incómoda, y guardó silencio.
Nadie notó que el celular de Hikaru vibraba en su mochila.
Nadie notó que ella lo desbloqueaba cada cierto tiempo y revisaba los mensajes que aún llegaban… al número de Akane.

En el descanso, los populares murmuraban en círculo.
Uno de ellos reía:
—No puedo creer que de verdad se tirara por un profe. ¿Tan desesperada estaba?

Otro se puso serio:
—Nah, seguro fue por otra cosa. Igual qué enfermo el sensei ese…

Las chicas miraban a Hikaru desde lejos. Seguía sola.
No se inmutaba.
No se defendía.
Y eso las ponía nerviosas.

Aquella noche, en el cuarto de Hikaru, todo estaba en orden.
Limpio. Silencioso.
El celular de Akane reposaba al fondo de un cajón, junto a una caja metálica con fotos, notas y dos pastillas sin etiqueta.

Frente al espejo, Hikaru sonrió.
Una sonrisa anormal. Lenta.
Su voz cambió.

—Uno menos… y nadie sospecha nada, ¿verdad?

Y en tono agudo, dulce, como si hablara una niña pequeña:

—Ay, qué divertido… ¿quién será el siguiente?



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En el texto hay: suspenso, assesinato

Editado: 31.05.2025

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