Pasaron dos semanas desde la muerte de Akane.
La escuela limpió las redes internas, quitó las fotos filtradas, silenció foros. Se reemplazaron profesores, el director anunció talleres “de bienestar emocional” y las chicas populares se mantuvieron relativamente quietas. La palabra "suicidio" quedó en un susurro. Nadie la repetía en voz alta.
Hikaru se convirtió en un misterio para la mayoría.
Ya no era solo la chica bonita que llegó a mitad de ciclo: ahora era la que había estado cerca de la que se fue. Aunque nadie podía comprobarlo, algo en ella se sentía... más frío.
Y sin embargo, Hikaru se volvió amable. Fingió una adaptación perfecta.
Ayudaba a los profesores. Se quedaba después de clases a ordenar libros en la biblioteca. Saludaba con una sonrisa discreta a los demás. Incluso intercambiaba notas con Mei, la tímida del salón, que empezaba a verla como una especie de figura admirable.
—Hikaru-san… ¿te gustaría venir con nosotras al karaoke el viernes? —preguntó una de las chicas que solía estar con Akane.
Hikaru giró su rostro lentamente, con una expresión vacía que duró menos de un segundo, y luego sonrió:
—¿Yo? Claro. Me encantaría~
Su tono fue dulzón, casi infantil. Como si le costara mantenerlo dentro de la garganta.
Y eso bastó. Las demás chicas se relajaron. La aceptaron. Como si nada hubiera pasado.
Como si Akane nunca hubiera existido.
En los pasillos, los murmuros seguían, pero eran más suaves.
Los chicos hablaban de deportes, las chicas de tendencias nuevas.
El nombre “Akane” comenzaba a borrarse.
Pero Mei, la amiga silenciosa de Akane, no lo olvidaba.
Desde el funeral, había algo que no cuadraba.
Recordaba vagamente el antro, el ruido, los vasos.
Sabía que Akane no iba sola.
Recordaba que alguien le dio una bebida con insistencia.
Pero todo era neblina.
Y sin embargo, algo se activaba en ella cada vez que miraba a Hikaru.
Un eco suave. Como un mosquito dentro del oído.
Una tarde, después de clases, mientras Mei recogía sus cosas en el salón, Hikaru volvió por su mochila, que había olvidado. Iba distraída, hablando con otra chica, y al pasar cerca del escritorio, empujó sin querer a Mei, haciendo que sus cosas cayeran al suelo.
—Ay, qué torpe soy~ —canturreó Hikaru.
La mochila cayó abierta. Libretas, lápices… y un celular que no correspondía.
Viejo, con la carcasa agrietada. Con un sticker de corazón rojo.
Mei lo miró en el suelo.
Parpadeó.
Lo reconoció al instante.
El celular de Akane.
Hikaru lo tomó con rapidez y lo guardó sin decir nada, pero su sonrisa se congeló apenas por un segundo.
Mei no dijo nada.
Pero su estómago se cerró como un puño.
Esa noche, Mei no pudo dormir.
Recordaba el antro.
Recordaba una figura oscura, elegante, con voz dulce y mirada vacía, empujando a Akane hacia el fondo del lugar.
Era ella.
Hikaru.
Y en su cabeza, algo se quebró.