La sonrisa del miedo

Prueba y error

Mei no fue al karaoke esa noche. Ni al cine con sus compañeras.
Pasó tres días encerrada en su habitación, investigando.

No podía olvidar el celular que vio caer de la mochila de Hikaru.
Ni la forma en que su sonrisa se torció apenas por un segundo.
Ni su voz empalagosa, como caramelo podrido.

Accedió a foros viejos, buscó el número de serie del celular, rastreó una noticia casi olvidada:

“Tragedia en campamento escolar. Seis estudiantes mueren atacados por un supuesto animal salvaje. Solo una sobreviviente.”

La imagen borrosa de la nota mostraba a una chica cubierta con una manta térmica, sentada entre paramédicos.
No decía su nombre, pero Mei la reconoció de inmediato.

Era Hikaru.

Ahí supo que lo de Akane no fue un accidente.
Tampoco una venganza improvisada.
Era un patrón. Un juego. Una limpieza.

Mei encontró el celular perdido en la casilla de objetos extraviados, donde Hikaru seguramente no lo esperaba.
Lo revisó. Videos, audios. Capturas de conversaciones entre Akane y el profesor.
Y al final, un clip de audio de apenas cinco segundos:

“Confía en mí, Akane~. Todo va a salir bien~.”

La voz chillona, falsa.
La misma que Mei había escuchado en persona.

Mei citó a Hikaru en la azotea del instituto, una tarde lluviosa y gris.
La escuela estaba casi vacía.

—Sé quién eres —dijo Mei, firme, con el celular en la mano—. Y sé lo que hiciste.

Hikaru parpadeó. Su expresión no cambió.
Solo caminó hacia Mei con lentitud, como si no le importara.
—¿Y qué crees que sabes, Mei-chan?~

—Todo. Tu pasado. Akane. El video. El profesor… todo.
—Voy a mostrarlo.

Hikaru no respondió.
Solo sonrió. Bajó la cabeza… y luego, en un segundo, le arrancó el celular de la mano, tiró la mochila al suelo, y con una fuerza seca, le agarró la camisa del pecho y le tiró el cabello hacia atrás con la otra mano.

—Eres una niña muy metiche —susurró con esa voz chillona, como si hablara con una muñeca rota—.
—Ya no lo intentes… si no quieres acabar como tu amiga~

Le mostró el celular en la mano.
Pero no era el de Mei.
Lo había cambiado.

Mei retrocedió, temblando.
Pero no gritó. No lloró.
Porque tenía una copia más.
Una memoria escondida en su mochila.

Días después, intentó nuevamente acercarse a Hikaru, con otro pretexto.
Esta vez, en una zona aislada de la biblioteca, intentó confrontarla con la segunda prueba.

La biblioteca estaba casi vacía a esa hora.
Solo el leve zumbido de las luces fluorescentes y el crujido ocasional del aire acondicionado llenaban el silencio.
Mei eligió un rincón al fondo, junto a un estante de libros olvidados y polvo seco.
Sus manos temblaban. Pero su determinación era más fuerte.

Ella iba a exponer a Hikaru.
Iba a terminar con todo.

Hikaru apareció puntual, como si ya supiera.
Se acercó con ese andar suave, casi flotando, como si la gravedad no la tocara del todo.
Sus ojos brillaban, curiosos.
Pero su boca estaba en línea recta.

—¿Querías hablar conmigo, Mei-chan?~ —entonó con esa dulzura venenosa que helaba la sangre.

Mei se puso de pie con rigidez. Sacó la memoria de su bolsillo.

—Sé lo que hiciste. Y esta vez, no vas a librarte.
—Tengo más pruebas. Y si me pasa algo, hay copias. Ya no puedes callarme.

Por un segundo, un silencio total.
Ni el aire acondicionado. Ni las luces. Ni el mundo.
Solo Hikaru…
...que dejó caer la cabeza levemente hacia un lado, como si no entendiera.

Y luego, la sonrisa desapareció.

Sus ojos se apagaron. Se volvieron huecos.

En un solo movimiento, rápido y mecánico, se lanzó hacia Mei, sujetándola por los hombros con fuerza brutal.
La estrelló contra la pared de concreto con un golpe seco y visceral.

—¡Agh! —Mei soltó un chillido apenas audible, más por el aire escapando de sus pulmones que por voluntad.

El impacto hizo que su cabeza rebotara, dejando una mancha roja en la pared blanca.
Un sonido blando, como una fruta podrida cayendo al suelo.
Su mejilla se abrió con un tajo irregular, y la sangre comenzó a dibujar un hilo descendente.

—¿Te crees más lista que yo...? —Hikaru murmuró, ahora con una voz más grave, áspera, como si su garganta se hubiera torcido por dentro.
—¿Te crees especial, Mei~?
—Yo te advertí...

Y entonces, vino el segundo golpe.
Sin gritar. Sin vacilar.
Hikaru la sostuvo del cabello con una mano, y con la otra volvió a estrellar su cabeza contra la pared.

Un crujido.
El sonido real de algo que no debía romperse, rompiéndose.

—¡Ngh…! —Mei intentó alzar los brazos, defenderse, pero sus dedos apenas se movían.
Sus piernas temblaban. El suelo desaparecía.

Una tercera vez.
Más fuerte. Con saña.
El rostro de Hikaru era pura sombra. Ni furia, ni placer. Solo una máscara vacía.

—Te dije que no jugaras conmigo —susurró con una calma monstruosa—. Te lo dije con dulzura~... ¿no lo entiendes?
—Nadie... me detiene.

Mei resbaló, su cuerpo vencido, la nariz sangrando en ángulos erróneos.
Un ojo comenzaba a cerrarse por la hinchazón.
Y la conciencia... le huía.

Pero aún respiraba. Débil. Temblorosa.

Hikaru se agachó, la miró de cerca, y con la misma voz empalagosa que había usado con Akane, murmuró:

—Shhh~ No llores, Mei. Solo fue un error~.
—Y ahora vas a dormir, ¿sí? Como tu amiga...

Se puso de pie con elegancia, tomó la mochila de Mei, guardó la memoria, limpió la sangre de sus manos con una toalla previamente preparada, y comenzó el protocolo de limpieza.



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En el texto hay: suspenso, assesinato

Editado: 24.06.2025

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