La sonrisa del miedo

Como si nunca hubiera estado

La escuela cerró temprano esa tarde.
Una falsa amenaza de bomba había circulado por los pasillos, un mensaje anónimo impreso y pegado en la puerta de dirección.

Nadie supo que lo había puesto Hikaru.
Nadie la vio deslizarse entre aulas vacías y pasillos apagados, cargando un cuerpo envuelto en mantas deportivas y cinta negra.

Mei estaba muerta.
Su rostro desfigurado, irreconocible.
Su cuello torcido en un ángulo absurdo.
Pero aún olía a perfume de adolescente.
A miedo. A derrota.

Hikaru se movía con precisión quirúrgica.
Cada paso, planeado. Cada desecho, embolsado.
Usaba guantes delgados. Un uniforme extra.
Una máscara quirúrgica. Todo comprado semanas antes.

La casa de Mei era perfecta.
Sus padres trabajaban de noche. Un matrimonio roto, sin comunicación.
Vecinos que no prestaban atención.

Entró por la puerta trasera. La había abierto el día anterior, durante una breve visita que simuló ser una entrega de cuadernos olvidados.

El sótano estaba frío.
Oscuro. Húmedo.

Hikaru bajó los escalones en silencio, su cuerpo pequeño cargando el cadáver con dificultad, pero sin titubear.
Lo dejó en una esquina, aún envuelto. No con respeto… sino con eficacia.

Sacó un frasco de cloro y esparció el líquido por el camino que había tomado.
Limpió huellas, cerró puertas, volvió a subir, se lavó las manos con vinagre.

Antes de irse, subió a la habitación de Mei.
Tomó su diario. Quemó algunas cartas.
Dejó una nota escrita con su letra:

“Ya no puedo más. Si algo me pasa, fue culpa de ellos.”

Una mentira, cuidadosamente armada.

A la mañana siguiente, los padres de Mei tocaron a su puerta varias veces.
Luego entraron.
La cama estaba hecha.
El celular no estaba.
La nota estaba sobre el escritorio.

Llamaron a la escuela. Llamaron a la policía.
Gritos. Llantos. Sospechas.

El escándalo no tardó.
Un padre con antecedentes de violencia. Una madre con episodios depresivos.
Vecinos diciendo que escuchaban discusiones.
Un profesor recordando que Mei se veía “rara” los últimos días.

Todo encajaba.

Pero nadie buscó en el sótano.

Hikaru observaba desde su pupitre.
Escuchaba los rumores. Las suposiciones.
Los murmullos que se esparcían como fiebre.

—¿Y si se escapó?
—Dicen que fue culpa de los padres.
—No me sorprende, siempre parecía triste.

Ella solo sonreía, sin mostrar los dientes.
Su mirada tranquila, sus uñas limpias.

Dos menos.
Y nadie sospechaba de la chica nueva con la sonrisa dulce y los ojos apagados.



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En el texto hay: suspenso, assesinato

Editado: 24.06.2025

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