La sonrisa del miedo

? Capítulo 14: Sombras entre nosotras

El invierno empezaba a arañar los bordes de los días. El sol se apagaba más temprano, los pasillos estaban más fríos, y las sombras crecían más largas a medida que las clases avanzaban.

Hikaru se había acostumbrado a observar a todos sin ser notada. Esa costumbre, nacida de la necesidad de supervivencia, seguía activa, incluso cuando ya no tenía enemigos visibles. Pero había alguien que cada vez le costaba más analizar desde la distancia.

Aiko.

Sus gestos ya no eran los de una niña que temía romperse. Había adquirido una presencia nueva, casi serena, como si después de aquel día —la sangre, el tubo, el secreto— se hubiese desbloqueado una parte dormida dentro de ella. Era más firme al caminar. Más pausada al hablar. Y, sobre todo, más cercana. Sin invadir, sin pedir permiso. Simplemente estaba.

Y eso comenzaba a inquietar a Hikaru.

Ese mediodía, cuando salieron juntas al jardín trasero, el mismo donde nadie solía ir, Aiko sacó de su mochila una cajita envuelta en papel con dibujos de conejos. Lo hizo sin mirarla.

—Es para ti. No sé si te gusta lo dulce… —murmuró, pasándole la caja con las manos algo temblorosas.

Hikaru la tomó con cuidado. La caja era liviana, pero sentía que pesaba toneladas.

—¿Qué es?

—Galletas. Caseras. Bueno, más o menos caseras. Las quemé un poco —intentó bromear.

Hikaru no sonrió. Solo la miró.
La forma en que evitaba sus ojos. La manera en que la piel de su cuello se enrojecía. El leve temblor de sus dedos.

No había nada romántico en el gesto. No explícitamente. Pero tampoco era inocente.

—¿Por qué me traes esto? —preguntó, sin ironía. Era una pregunta real.

Aiko se encogió de hombros.

—No sé. Supongo que… porque me hace feliz verte comer algo que hice.

Ese silencio.

Ese silencio fue tan profundo que las hojas dejaron de moverse por un instante.

Hikaru no respondió. Solo abrió la caja, tomó una galleta, la mordió. Estaba quemada en los bordes. El centro estaba demasiado blando. El azúcar no estaba bien mezclado.

—Es horrible —dijo, finalmente.

Aiko parpadeó.
—¿En serio?
—Sí. Horrible. —Volvió a morder. Y masticó. Y tragó.
—¿Y por qué sigues comiendo?

Hikaru la miró, y por un instante, algo suave cruzó su expresión.

—Porque tú la hiciste.

Y ahí, Aiko sonrió. Con esa sonrisa apagada, tímida, que parecía pedir permiso para existir. Y a Hikaru le dolió en una parte del pecho que no conocía.

Se sentaron en una banca despintada, justo frente a un árbol torcido que había resistido más años que cualquier profesor del instituto. Comieron en silencio, compartiendo bocados, dejando que el viento las envolviera.

—¿Alguna vez pensaste en desaparecer? —preguntó Aiko, de pronto, como quien lanza una piedra a un lago.

—Sí —respondió Hikaru, sin pensar—. Antes. Ahora ya no.

—¿Y por qué no?

Hikaru tardó en responder. Sus dedos jugaban con una hoja seca, partiéndola poco a poco.

—Porque ahora... hay algo que me mantiene quieta. Como si por fin... perteneciera a algo.

Aiko giró el rostro hacia ella.

—¿A qué?

Hikaru no la miró.

—A ti.

No fue un susurro romántico. No fue una confesión directa. Fue una verdad lanzada al viento, como quien no sabe si quiere que la escuchen.

Aiko no dijo nada. Pero tampoco se alejó. Tampoco rió. Tampoco cambió de tema.

Solo se acercó un poco más, hasta que sus rodillas se tocaron, apenas.

—Yo también pensaba que siempre estaría sola —murmuró—. Que nadie vería lo que soy realmente. Lo oscuro, lo torcido… Pero tú no te fuiste.

—Tú tampoco —dijo Hikaru.

Entonces, en ese instante de silencio y conexión, Hikaru tuvo un pensamiento que la hizo temblar:
"Si alguien la toca... si alguien intenta arrebatarme esto... lo mataré. Lo mataré sin pensarlo."

Ese pensamiento no era romántico.
Era visceral.
Era posesivo.
Era suyo.

Aiko, sin saberlo, se había convertido en el nuevo centro de gravedad de su mundo.

No como una princesa a proteger.
Sino como una cómplice a conservar.

Cuando el timbre sonó, ninguna se levantó.

—¿Vamos a volver a clase? —preguntó Aiko, sonriendo con suavidad.

Hikaru negó con la cabeza.

—No hoy. Quiero quedarme aquí… contigo.

Y así lo hicieron.

El mundo siguió su curso. Los profesores se impacientaron. Los alumnos cuchichearon. Pero ahí, en ese rincón escondido del campus, Hikaru y Aiko se construían un espacio fuera del juicio. Fuera del tiempo.

Uno donde la oscuridad no era un obstáculo.

Sino una casa.



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En el texto hay: suspenso, assesinato

Editado: 24.06.2025

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