La suerte de la heredera

Capítulo I: Claudia

Comenzaría la universidad a mis diecisiete años, ya no era una pobre chica de pueblo con su madre viuda y un hermanito, solos por nuestra cuenta en una isla que parecía hundirse en sus miserias, ahora era la heredera de un imperio billonario, mi madre ya no tenía que cocinar y juntar cada centavo para asegurarnos la comida, ni debíamos cargar agua para mantener la casa limpia, pero había otros retos, nuevos retos para enfrentar, porque los millones no llegaron solos, con ellos llegaron un montón de enemigos. Suspiré y salí del baño.

Me miraba en el espejo, mis dientes lucían impresionantes, hermosos, alineados y blancos. Mi cabello brillante y mi piel tersa después de un día de spa. Permanecía envuelta en una toalla de baño mientras decidía que conjunto ponerme.

—¿Qué tanto te miras en el espejo? —preguntó Ab desde la puerta.

Rodé los ojos y bufé.

—No te metas.

—Me meto porque debo cuidarte, vigilarte.

—Te pasas, basta con eso —me quejé—, es machista, un hombre no debe cuidar a una mujer. Una mujer puede cuidarse sola, no te necesito.

—No es porque seas mujer, es porque eres mi hermana y te amo —dijo serio haciendo pucheros.

Rodé los ojos y le hice señas con la mano para que saliera de la habitación.

—Yo también te amo mi gordito bello.

—Mi mamá dice que no me llames gordo.

—Sal Ab, voy a cambiarme —grité.

Salió batiéndose, cerré la puerta.

Lo extrañaría, iba a extrañar a Ab, era lo que más me dolía de ir a la universidad, porque mi mami, bueno, con todo y lo que me opuse, ya no estaba sola, estaba con Basil, en el fondo si estaba feliz por ellos. Más que feliz la verdad, mi padre biológico había demostrado que no solo salían tonterías de su boca, también resultó un romántico, se veía de verdad enamorado de mi madre, y ella de él. Verla feliz así lleno mi frio corazón.

Tocaron a la puerta.

—Señorita Claudia, el joven Gabriel.

—¡Mujer! ¡Basta con esa formalidad Celia! —grité desde el otro lado de la puerta

Elegí un conjunto deportivo blanco y dejé mis cabellos sueltos, cuando bajé, Gabriel saltó como un resorte del sofá, inspeccionándome con la mirada de arriba abajo, quedándose colgado como un tonto. Suspiré alzando una ceja.

—Estás muy bonita Claudia.

—Gracias, no hago esfuerzos por serlo, así nací.

Rio.

Bello, Gabriel se veía muy bello riendo. Los hoyuelos de su cara siempre me parecían tiernos, reía con sinceridad. Me hacía sentir segura.

—¿Cómo sigue tu abuelo?

—Bien, después de la boda de mis padres está bastante más tranquilo. Está ayudando a Basil con las operaciones en San Agustín y María Sola.

—Todo eso salió muy bien ¿No? —sonrió de medio lado, estaba orgulloso, yo también lo estaba.

—Sí. Supongo. Socio —reí.

Se quedó mirándome un rato en silencio con una media sonrisa en sus labios. Su cuerpo permanecía relajado contra el sofá.

—Lamento no ir a la misma universidad que tú.

Alcé los hombros, también lo iba a extrañar.

—Estudiar literatura y derecho al mismo tiempo es muy valiente. Te felicito.

—Gracias —sonrió ampliamente mostrando sus dientes. Le devolví la sonrisa.

Rompí el contacto visual, me senté en el sofá revisando mi móvil. Curvé mis labios hacia abajo cuando leí el mensaje de Basil.

—¿Qué pasó? —preguntó Gabriel situándose junto a mí.

—Que no eres el único chismoso, mi abuelo debió contarle a Basil de Aitor. Me dice que cuando regrese de las Bahamas habláremos.

Gabriel bufó y se echó hacia atrás incomodo en el sofá. Alcé la vista examinándolo. Meneaba la cabeza y su piel blanca se tornó rosada.

—¿Estudiarán juntos?

—Cuando me hablaba decía que estudiaría finanzas. Allí dan la carrera en finanzas. Estaremos en la misma universidad, no en las mismas clases —aclaré.

—¿Te afecta mucho que no te hable? —preguntó con su cara ya roja.

—No, él me da bastante igual, él y el tramposo de su padre.

Se levantó del sofá incómodo. Caminaba en círculos a mi alrededor.

—Puede intentar reconciliarse contigo como Basil con tu madre.

—¿Por qué te importa? —inquirí.

—Algún día él dirigirá el negocio de sus padres y tú, el de tu familia.

—Seré médico, y el cabezotas de Basil, como siempre prefiriendo a Ab, prácticamente lo visualiza a él como su sucesor, no a mí.

—Eso dices, pero Basil sabe que eres inteligente. Y tú eres la heredera.

Lo contemplé en silencio sin responder de inmediato.

Aitor no me escribió más, no le escribí yo por supuesto, sabía lo que yo había hecho, había expuesto a su padre, los negocios que hicieron con los Ávila para hundir a mi padre, los estaban deshaciendo poco a poco porque mi abuelo se puso como un demonio demandándolos sin descanso,  recuperó mucho de lo que le hicieron perder a Basil, ahora nadie construía un puerto allí, pero el desarrollo turístico de la isla se había puesto en marcha de la mano de Corporación Petras, una compañía fundada por Basil, Ismael, Lorenzo, Gabriel y yo, nada comparado a lo del abuelo, era pequeño pero con mucha proyección.




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