La suerte de la heredera

Capítulo III: Aitor

Era lunes, el primer día de clases en la universidad. Aún me dolía la cabeza por el trasnocho que me mandé en las fiestas previas; igual programé la alarma temprano, siempre temía quedarme dormido, apenas sonó me tomé un analgésico y me metí a bañar, sabía que yo no podía darme el lujo de descuidarme demasiado, tenía un objetivo que lograr: Claudia.

No sería fácil, bien sabia. La chica era astuta además de soberbia, bastante despegada de las personas, lo había notado ya. No fingía, solo su familia le importaba, tanto como para arruinar a la mía. Mi padre no actuó bien, y claro que sabía que su insistencia en que me acercara a Claudia era controlarla, nos veía de novios y eventualmente casados, de preferencia casados, insistía.

La tontería de los hombres ricos es querer hacer más dinero, hacerse con todo el dinero que puedan como si tuvieran tiempo para gastarlo, más que por el dinero, era por orgullo, por dominar, por prevalecer sobre los Landa, siempre tan orgullosos y pretenciosos, Claudia resultó digna hija de Basil, bastarda y todo. Claro que no me interesaba, linda, pero muy chica, infantil y ridícula, con sus aires de diva. La verdad es que la detestaba.

No quise ser agresivo así que me presentaba como su buen y obediente amigo, el que vigilaba al tonto de su hermanito, le llevaba el bolso o los cuadernos, la complacía en todo, el tonto que se dejaba tratar mal por ella. Ya no seguía las instrucciones de mi padre quien me pidió dejar las cosas así, ahora actuaba por mi cuenta, no me haría el amigo bueno con ella, la conquistaría, haría que se babeara por mí, se enamorara hasta que moviera el cielo y la tierra por mí como hizo por su familia. Y después vería que haría con eso.

La puerta de la habitación se abrió y en el espejo vi el reflejo de Michel, hizo un movimiento de cabeza. Tomé mis cosas y lo seguí. Ella estaba en la escuela de medicina y yo en la de negocios, cuyos edificios están separados pero uno frente al otro, mejor aún, algunas clases para los de primer año se mezclaban en ambos edificios, sabía que me la toparía en los pasillos.

—¿Todo bien? ¿Listo para matar? —rio Michel.

—Listo. Viste bien la foto de mi chica ¿No?, en lo que la veas, ya sabes —dije.

—Claro. Todo sabrá que es de tu interés, nadie se le acercará.

Después de ajustar el tema de los horarios y charlar tonterías con los chicos, me senté cerca del cafetín, esperaba que pasara por allí en cualquier momento no la había visto y comenzaba a desesperarme, retomé mi viejo habito de sacarme la cutícula, mis dedos sangraban y ardían, suspiré mirando hacia todos lados. Me llegó un mensaje, era Gabriel.

Gabriel: Hola Aitor. Claudia comienza en la universidad hoy, así como tú. Sé que las cosas entre nosotros quedaron raras, pero por favor sé amable con ella.

No le respondí, ese tonto siempre estuvo enamorado de Claudia a pesar de que ella lo trataba muy mal, ahora mediaba para que fuera amable con ella, como si ella lo fue conmigo o con mi familia, ni siquiera lo fue con él. No lo merecía. Claudia no era buena persona.

—Vi a una que se parece pero no está como la de la foto —me dijo Michel señalando hacia el edificio de la escuela de medicina.

Era ella, su cabello negro largo lo llevaba ahora por los hombros, muy lisos en un corte bob, iba ligeramente maquillada. Llevaba solo pantalones de mezclilla, top blanco y chaqueta de cuero en el mismo color. Hermosa.

Así que cortó sus cabellos, pensé.

—Sí es —confirmé a Michel sin dejar de mirarla.

Me acerqué a pasos rápidos. No me notó, como nunca hacía porque para ella el centro de universo era ella misma, los demás no merecían compartir su oxígeno. Revisaba unos documentos al pie de la escalera, me coloqué frente a ella sin que me notara, sus ojos cafés repasaban con insistencia los documentos.

—Hermosa —dije, alzó los ojos y dio un respingo, tragó grueso, y se movió incomoda. «Al menos tiene vergüenza la descara».

—Aitor —soltó con la voz baja.

—Hola Claudia ¿Adaptándote? ¿De qué lado están los dormitorios donde te quedas?

—Ala A —dijo segura mirándome a los ojos.

—¿Recibiste mi mensaje?

—Sí, pero no veo de que podamos hablar nosotros, son cosas de los mayores.

«Pero bien que te metiste tú».

—¿Ahora piensas así?, estoy de acuerdo pero no sé el estatus en el que quedó nuestra amistad —dije.

Miró a los lados incomoda.

—Te digo hola, me respondes hola, pero no hablamos —dijo como siempre, como si su palabra fuera la ley, la que valía.

—No te guardo rencor.

—Qué bueno por tu paz mental —dijo sonriente.

Sonreí con falsedad. «La odio».

—Esta noche hay una fiesta, ven. Te recogeré en tu dormitorio.

—¿Hoy lunes? Yo estoy muy chica para esas cosas.

—Ya tienes diecisiete Claudia, y estás en la universidad —dije rosando su mano.

—No quiero —dijo con su tono malcriado. Se sacudió.

—Déjame presentarte a unos amigos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.