La suerte de la heredera

Capítulo V: Claudia

El lugar fue improvisado, me di cuenta. La gente se movía como tonta haciendo chistes tontos, Aitor no dejó de hablar en todo el camino explicando las tradiciones de la universidad. Lo ignoré lo más que pude. No estaba allí para hacer amigos, sus tradiciones no me importaban en lo más mínimo, le dejé saber.

—La enemistad, es entre nuestras familias, no tenemos por qué seguir sus patrones —dijo, lo miré de refilón—, entiendo que hicieras lo que hiciste porque es tu familia, y Marta estaba involucrada, enrolló a mi padre y ella era la esposa de tu abuelo, entiendo, créeme Claudia.

«¡Falso!», no importaba lo que dijera o como lo dijera, sonaba falso. Recodé las palabras de Gabriel y me arrepentí de escucharlo, tenía los pensamientos un poco nublados por la distancia, lo extrañaba, nunca debí hacerle caso, no necesitaba ser amable con Aitor, con nadie.

Que insistiera sobre el asunto se me hacía sospechoso porque si de verdad hubiese querido seguir adelante, no tocaría más el tema, pero no dejaba de hacerlo apenas me veía. Me ofreció una soda y permaneció en silencio junto a mí, comenzó a sonar una música estridente a la que no le presté atención.

Se acercaron unos chicos y unas chicas, nos rodearon en medio de la sala, me mantuve altiva, uno de ellos apartó a Aitor con brusquedad, él trató de defenderse pero otro de los chicos lo tomo por los brazos y así lo mantuvieron, su expresión era de confusión, uno de ellos se detuvo frente a mí. Sus cabellos negros ondulados caían sobre sus hombros, sus rasgos afilados lo hacían lucir como alguien mayor que nosotros, quizás de veinte.

—Así que tú eres la heredera Landa. La bastarda —rio mirándome de arriba abajo.

Alcé las cejas y evité mirarlo, tragué grueso porque no me gustaba nada el ambiente que se formó, de repente la música se hizo más baja y todos prestaron atención completando la rueda con quienes nos cercaron.

—Déjala tranquila —gritó Aitor.

—¡Tu cállate! —espetó el moreno.

Aspiré aire con profundidad, lo ignoraba pero mi corazón latía con fuerza, mi pecho dolía por la prisa con la que mi corazón golpeaba dentro de mí, como si tuviera miedo y quisiera huir por mi boca, yo quería huir de allí, la curva de maldad en el rostro de ese chico quedaba ante mi así no lo mirara de frente, los demás reían haciendo comentarios tontos.

—De paso se cree mucho. La recogida, ni será hija de él realmente ¿Qué creen? —preguntó una rubia alta de cabellos largos.

—¿Se parece? —preguntó el moreno.

—No, quizás si le cortamos el cabello muy corto, quizás así nos enteramos si se parece —dijo otra chica morena junto a ella.

—¡Excelente idea! —gritó la rubia.

Mi cuerpo temblaba y las lágrimas se me acumulaban en los ojos pero no permitiría que me vieran llorar. Me levanté rápidamente y mis ojos se cruzaron con los del chico del tropezón, Manuel; ladeo la cabeza con un gesto de lastima pero no hizo nada por detener aquello, pedían tijeras y parecían dispuestos a bloquear el paso.

—¡Basta! —gritó Aitor.

Se oyó un golpe y un quejido que pareció suyo, no quise girarme.

—Es que eres muy pretenciosa, mira que ni siquiera quedarte en el campus, te crees mucho y no eres nadie —gritó el chico.

Avancé ignorándolos sin responder. Me sostuvieron por los brazos. Me alteré.

—¡Suéltenme! ¿Qué les pasa? ¿Creí que esto era la universidad? Son unos tontos todos.

—Vamos a ver cómo queda la princesita sin sus cabellos —rio la rubia. Me sacudí con fuerza y la escupí, ella jadeo asombrada y alterada, me dio un empujón pero no caí porque me sostenían con fuerza por los brazos.

—¿Dónde queda el pueblo hediondo ese de dónde eres? Pescadora —rio la morena.

—Déjenme ir —grité.

No podía coordinar mis pensamientos ni en cómo salir de la situación, me quedé colgada en pensar lo tonta que fui al retrasar la compañía de mi guardia de seguridad, quizás cualquier otra chica de mi edad quería libertad y experimentar, yo no, yo estaba tan enfocada en estudiar y graduarme que de verdad no quería nada más, solo quería estar unos días sola en el campus para sentirme normal y no llamar la atención.

Sentí un jalón de cabello y la seguridad de que lo cortaron, las lágrimas ya no las pude detener, Aitor gritaba que se detuvieran, grité moviéndome con fuerza pero la fuerza que aplicaron para sostenerme fue mayor.

—¡Quédate quieta o te cortaremos la oreja por accidente!, solo queremos darte un corte de cabello parecido al de tu padre para saber que tanto te pareces de verdad —dijo el  moreno con burlas—, son muchos millones, tenemos que estar seguros.

Me sacudía con fuerzas, solo quería a mi mamá conmigo allí, ella siempre me protegió de gente mala como ellos, «No me puede proteger por siempre». Me dolía sentirme humillada, por Ab, yo era su hermana mayor, no podía dejarme hacer eso, por Juvenal, yo era su princesa parlanchina, siempre me pedía que protegiera mi fuego interno, por Basil y por mi abuelo, lloré desconsolada ya sin poder reprimirme, sacudiéndome como podía, ellos seguían cortando mis cabellos.

Aitor gritaba y lo golpeaban, no sabía si él lo había organizado, parecía que sí pero ya no importaba, pensé en Gabriel, en él si podía confiar, él no habría dejado que me hicieran eso. Veía ante mis ojos los cabellos que cortaban, eran muchos. Sentí que echan algo pegajoso sobre mi cabello.




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