La suerte de la heredera

Capítulo VI: Aitor

La tensión en mi cuerpo y la adrenalina me mantenían alerta, cuando Manuel logró sacarla pude liberarme del agarre de esos tontos cabezas huecas, rebufaba histérico alrededor de ellos.

—¿Qué les pasa? ¿Qué hicieron? —grité.

—No te nos pongas gallito. Hicimos lo que quisimos.

Improvisaron, vi a Sandra y a Daniela fijamente, supe que ellas fueron la de la idea de ir más allá, le tenían envidia, odio de gratis o qué se yo, las dos me mantuvieron la mirada altiva.

—Dije intimidarla un poco para que yo pudiera defenderla, pero en lugar de eso la agredieron, me agredieron a mí, ¡Le cortaron el cabello! —grité incrédulo.

—No somos tus peones —dijo Daniela.

Se lanzó sobre el sofá, mandó a apagar la música y gritó a todos que se fueran, que la fiesta había acabado.

—Pero si no ha empezado —se quejó Sandra.

—Armando ¿Qué hiciste?

—Fue divertido, deberías ir a consolarla ahora, Manuel se te adelantó, sí que es vivo el muchacho —rio burlándose de mí.

Lo empujé en el pecho. Los chicos me detuvieron.

—Deja las cosas así Aitor —dijo Michel.

Se cuadro adelantándose hacia mí.

—Ya está hecho, ¿Qué te pasa?, sí me provocaba molestarla de más, porque de verdad se cree más, nos mira por encima del hombro y hasta hace nada quien sabe dónde vivía —dijo Armando.

—Ella y yo tenemos un asunto pendiente, dejé claro que nadie se metía con ella. Salvo que yo lo permitiera —grité furioso aún.

—Podrás ser la estrella de básquet del equipo, no me importa, tu papi puede tener mucho dinero, no me importa, pero esta no es una universidad súper exclusiva como el colegio elitesco de donde vienen. Aquí las cosas son diferentes —dijo Armando manteniéndome la mirada.

—No vale la pena, vámonos —insistió Michel.

—No se les ocurra acercarse de nuevo a ella. Lo van a lamentar.

—Lo vas a lamentar tú, le diremos que lo planeaste y ya —me desafió Daniela.

—Esto no se va a quedar así. Les informó que Claudia Landa es menor de edad —dije sonriendo, las caras de ellos reflejaron confusión e incredulidad—,  así que prepárense para ver al payaso de su padre mañana mismo  aquí, los denunciará a cada uno, como yo tengo que congraciarme con ellos, les daré los nombres de todos.

Daniela se levantó del sofá.

—¿Menor de edad? ¿Por qué está en la universidad?

—Está adelantada, así que agredieron a una menor de edad. Suerte con eso en sus expedientes —reí, salí de allí rápido.

—¡Mentira! —gritó Armando.

—Lo dice porque está molesto —dijo Sandra.

Me subí al auto de Michel, saqué mi teléfono y comencé a llamar a Claudia mientras él encendía el auto.

—¿De verdad es menor de edad? —preguntó Michel.

Afirmé, él alzó las cejas e hizo una mueca con la boca.

—Pues les va a ir mal con el decano, ¿Crees que los acuse?

—No lo sé. Se veía mal, conozco a Claudia, nunca la había visto así.

Me dolió un poco el corazón, no pretendía que la hirieran de esa manera y mucho menos no ayudarla, lloraba desconsolada como una niña, ella solo era una chica solitaria, irritante y si, muy molesta, pero solitaria, lloraba de forma desgarradora, ella tan altiva y soberbia, estaba allí indefensa y desamparada. Me sentí extraño porque se supone que debía alegrarme el verla así, a final le estaban bajando los humos, pero en cambio me sentí mal.

—Se les pasó la mano pero era lo que querías ¿No? —preguntó Michel.

Negué.

—No me sirve, Manuel fue el héroe que la rescató, estos tontos no me dejaron a mí actuar.

—Pero va a andar menos pretenciosa.

 Alcé los hombros, la idea de ella humillada sin su orgullo no me gustó de pronto. La odio, me dije. Claro que la odio, nos hizo mucho daño, es egoísta y orgullosa, pero a una parte de mí no le gustaba la idea de ella de esa forma, y menos después de haberla visto llorando así, sin poder defenderse.

—¿Te arrepientes?

—Todo salió mal Michel, ya —me quejé.

No me respondía, lo más probable era que pensara que yo organicé todo, que si lo hice, pero no para que la humillaran así, solo para que le derramaran algo encima y la insultaran para yo defenderla y poder ganarme su confianza, esos tontos sin cerebros actuaron como barbaros echando por tierra mis planes.

Tan bonitos sus cabellos. Suspiré mirando por la ventana, ojalá le crezcan rápido y olvide todo pronto «¿Qué te pasa Aitor? Deberías reírte con lo que le hicieron», pensé pero no podía reírme, estaba angustiado por su estado.

—Esta es la dirección según pude conseguir en la oficina de servicio estudiantil —dijo Michel.

—Sí, ahí está el auto. Qué raro que no lo metió al estacionamiento.

—Quizás manejó Manuel.




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