La suerte del heredero: Aitor Cambridge

Capítulo 4: Claudia

Tardamos tres meses en elegir casa, y ahí estaba con las cosas empacadas en la sala, pensando que no, que ese no era el lugar en el que quería vivir, me crucé de brazos y miré todo con desdén, a punto de dejarlo todo allí y salir por esa puerta, montarme en mi camioneta y perderme.

—No me digas, no te gusta —dijo Inés con tono burlón, imitándome al cruzar los brazos, le dediqué una mirada de indiferencia, y rodé los ojos.

—Creo que me apresuré.

Algo sobre las ventanas tan altas y las paredes en blanco no terminaba de convencerme. Una casa amplia, de ambiente abierto y paredes de cristal. Me costaba ver como haría de ese especio un hogar. Había una piscina entre la entrada y el recibidor debajo del piso. Hermoso, sí, como un acuario. No un hogar.

Soltó una carcajada.

—La eterna inconforme.

—Inés, es una casa, dónde una va a vivir, una tiene que estar segura.

Negó con la mano y se acercó a la isla de la cocina, se sirvió vino y examinó su teléfono. Abrió la boca y los ojos con exageración. Me llamó con la mano.

—No lo vas a creer. Adivina quien volvió a Velasco. Adivina quién está en la ciudad, bebé.

Me encogí de hombros.

—¿Quién?

—Aitor, Aitor Cambridge está en Velasco —gritó —, me acaba de decir Arturo, que les escribió para encontrarse, están planeando algo. Que emoción.

Me quedé de piedra frente a ella, con el estómago pequeño, tragué grueso y afirmé con una media sonrisa más falsa que mis uñas. Ignoré el frio que me recorrió el cuerpo mientras ella pegaba pequeños brincos de alegría derramando el vino de la copa.

—Qué bien —dije con tono decepcionado.

—¿No te alegra de poder verlo de nuevo?

—Claro —dije cantando y comencé a desempacar, decidí que ya había comprado esa casa y ahí viviría. Inés me miró con curiosidad.

—¿Vas a desempacar?

—Sí.

—Pero dijiste que…

—Ya pagué por esta casa, Inés.

—¿Qué pasó entre tú y Aitor que eran una costilla los dos y de repente la distancia fue todo? —preguntó colocando la mano sobre una de las cajas que abrí.

—Nada, que se fue a Estados Unidos pues, el cariño es el mismo, pero él por allá y nosotros por acá.

Afirmó y levantó la mano de la caja, comenzó a ayudarme a desempacar.

—Es verdad, lo mismo con nosotros, pero como él, sabes… estaba loquito por tus huesos todavía.

La miré y pestañeé de forma exagerada y apreté mis labios.

—Lo siento, solo que especulábamos que él intentó robarte de Gabriel una vez más antes de irse —comentó.

Bufé incrédula y rodé los ojos.

—Que metiches, nada de eso. Se fue, Inés, y ya. Sabes cómo es la universidad, te absorbe, haces tú vida, él estaba en otro país, el contacto fue menos, sobre todo porque no volvió al país.

—Siempre me pregunté porque no volvió al país —comentó pensativa.

—Su padre se casó con esa bruja de Ilaida Ávila, ¿te parece poco?

—Pues sí, es verdad, ¿supiste que su padre sufrió un infarto?

—Me dijo mi papá. Sí, por eso debió volver Aitor —especulé. Seguí sacando las cosas de la caja, solo lo básico, de lo demás se encargaría el personal.

—Entonces estará mal el viejo.

—Es posible —respondí pensativa.

—¿Qué dices? ¡Vamos a verlo entonces!

—A mí no me invitó.

—No seas boba, ¡Por Dios!, dijo los de antes, los de siempre, nosotros todos pues. Si eres formal, ¿tiene que mandarte una invitación por escrito?

«Me habría gustado que me llamara», pensé.

Alcé los hombros y seguí en mi tarea. Sonó mi teléfono. Dejé las cosas y miré el número, era desconocido, no lo tenía guardado, atendí.

—¡Claudia! —dijo Aitor.

Tragué grueso y me levanté del suelo, me gustó oír su voz después de tantos años, lo extrañaba y no era consiente. Sonreí.

—¡Aitor!

Inés se giró a verme y alzó las manos al aire diciendo que menos mal que Aitor me conocía y me llamaba para invitarme.

Escuché su carcajada al teléfono.

—Sabía que si no te llamaba yo, no irías. Quiero verte ¿Quieres verme? —preguntó, juraría que sonreía mientras preguntaba.

—Claro que sí. ¿Cómo está tu papá?

Soltó un suspiro.

—Delicado.

—Lo siento.

—Está en buenas manos ahora.

—¿Qué planeas para el reencuentro?

—Ah pues yo tenía un plan, pero Michel se apoderó de mi regreso y dijo que prepararía una fiesta de bienvenida para mañana.

—¿Y quieres que vaya?




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