La suerte del heredero: Aitor Cambridge

Capítulo 5: Aitor

Solté un suspiro y me quedé mirando el teléfono con pesadumbre, Manuel soltó el humo de su cigarro sobre mi cara. Alcé la vista y negué. Él rio con malicia.

—¿Qué pasó?, te perdí.

—Nada, algo que se me cayó y esperaba atenderlo hoy mismo —respondí pensativo. Ignoré la punzada en mi estómago y el bajón que sentí.

—Me alegra verte de nuevo, lamento las circunstancias.

—Los señores ¿Ya van a ordenar? —preguntó el mesonero.

—Lomito en vino blanco para mí —dijo Manuel.

—Lo mismo —respondí sin mirar al hombre.

Paso una mujer con un vestido sugerente junto a nosotros, nos dedicó una mirada coqueta. Manuel rio negando.

—¿Puedes creerlo? Y ahí la está esperando el marido. Que descaro.

—Te deben llover mujeres, supe que eres la mano derecha de Basil Landa.

Se encogió de hombros.

—No me quejo —dijo y soltó una sonrisa pícara —, y tú, me imagino que de modelos no bajas.

Reí.

—No me quejo.

—Cuéntame, supongo que te ocuparás de los negocios de tu padre.

—Sí, mi piedra en el zapato es Ilaida Ávila y su padre.

—Puedes hablar con Basil, sabes que son sus peores enemigos. Los tiene atravesados.

—Lo pensé, ¿crees que me reciba?

—Claro. Nunca te metiste con su hija, así que a ti debe tenerte en alta estima.

Tragué grueso.

—Ah pues, no sabía que esa era una medida del señor para aceptar citas de negocio.

—Lo digo por el drama que vivieron cuando lo del puerto años atrás —aclaró.

Afirmé.

—Ah, sí. Eso. ¿Y Claudia? ¿Qué ha sido de ella? —pregunté aclarándome la garganta mientras desviaba la mirada con disimulo hacia la mujer que pasó cerca de nosotros antes.

Se encogió de hombros.

—Sigue siendo la reencarnación de cualquier dictador, emperador, zar, rey despiadado que te puedas imaginar, pero está bien.

—¿Sigue con Gabriel?

Me miró con extrañeza, exhaló el humo de su cigarro, negó mirándome como si no comprendiera porque no sabía. No sabía, para poder olvidarla, la bloqueé de mi vida.

—No, terminaron hace tiempo, pero son amigos, se llevan bien.

—Y sabes si sale con alguien ahora o…

—¡No me lo creo!, todavía vas a seguir con eso. ¿Todavía estás enamorado de ella?

Chasqueé la lengua.

—No, claro que no, nada más quiero saber. Tengo curiosidad. Es todo.

—Ah bueno, ninguno de los muchachos te lo va a decir, te lo voy a decir yo: es novia de un arquitecto, Lorenzo Reimann, hijo de unos artistas plásticos muy famosos, muy adinerados. Gente estiradísima, tanto que ni Basil los soporta. Esos ni se creen humanos.

—Vaya. Ya veo. No veo a Claudia con gente así.

—Claro, es una chica muy linda e inteligente, le llueven los pretendientes. No esperabas encontrarla sola, ¿o sí?

—No, para nada, claro que no —respondí, bajé la mirada y rodeé el borde el vaso con los dedos.

—¿Por qué no volviste antes por ella, Aitor?, si aún la querías.

Alcé los hombros.

—No sé, ahora que lo pienso, me siento muy estúpido —admití y solté una risa nerviosa mientras mantenía la mirada fija en el vaso.

—Te lo digo porque ese tipo, tienes que verlo, es un pesado.

—¿Es feo?

—No, para nada feo, pero es un niño mimado, estirado, un snob, la verdad nadie sabe qué hace Claudia con él, y se fueron a vivir juntos —agregó, alzó las cejas y soltó más humo de su cigarro.

«Claro que está sola, no está conmigo». Suspiré pensando que me afectó oír que tenía novio como si no fuera posible que eso fuera así. Me sacudí.

—Ya veo. Bueno, suficiente de hablar de ella, me interesa lo que puedo conseguir con Basil —dije palmeando la mesa, tratando de ignorar los sentimientos que se me arremolinaron en el interior y que desconocía, o había enterrado —, asesórame.

—Hoy Basil tiene reunión con el gobernador.

—Diablos, yo debo estar allí también —recordé.

—Bueno, es la ocasión perfecta para el recuentro.

—¿Algún consejo?

—No le pidas nada de una vez. Desahógate, habla con él, recuerda viejos tiempo, pregúntale por sus hijos, por su mujer, por su padre y así, aprovecha y pregúntale por Claudia —explicó y se echó a reír.

Ja, ja, ja, muy gracioso.

—Uno de los Napolitano, estaba tras su huesitos, el menor de ellos, pero creo que Claudia pasó de él.

—Que no me interesa, Manuel.

Ladeo la cabeza achicando los ojos, dejándome saber que no me creía.




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