La Tercera Esposa del Árabe

CAPÍTULO 14: Destellos de vulnerabilidad

Zayed

No creo en las casualidades. Cada visita, cada palabra pronunciada frente a Abdul Al-Masri, tiene un propósito. No improviso. Hoy, al salir de su oficina, sabía que había sembrado la semilla correcta. Solo me restaba esperar a que germinara.

Después de despedirme de ella, seguí mi camino sin mirar atrás. No hacía falta. Ya había captado lo que necesitaba.

Ella me había respondido con firmeza, pero sus ojos… sus ojos decían más que sus palabras. Había un destello de orgullo, sí, pero también de curiosidad contenida. Y la curiosidad, en el tablero que yo jugaba, era el primer paso hacia la rendición.

Mientras descendía por el ascensor del Al-Masri Group, una certeza se instaló en mí como un eco sutil:

La deuda de Abdul ya tenía un rostro, y ese rostro acababa de cruzarse conmigo en el pasillo.

Afuera, el sol caía implacable sobre el mármol de la entrada. Un chofer me aguardaba impasible, al lado del vehículo. Me detuve un segundo antes de subir. Cerré los ojos y respiré hondo. En mi mente, la imagen de Ishaen permanecía intacta: el mentón alzado, los hombros rectos, esa mirada que pretendía ser fría pero que dejaba entrever preguntas sin respuesta.

Es la hija que aún no sabía la magnitud de la partida en la que ya estaba incluida.

El rey en este tablero era Abdul. Pero su debilidad… tenía rostro de reina.

Entré en el automóvil, el aire acondicionado envolviéndome con un soplo frío que contrastaba con el calor exterior.

—¿A dónde, señor? —preguntó el chofer.

—Al hotel —respondí, sin abrir los ojos.

El vehículo se puso en marcha. Yo, mientras tanto, dejé que las piezas comenzaran a ordenarse en mi mente.

Abdul había intentado disimular su tensión, pero yo conocía demasiado bien a hombres como él. El peso de la deuda no se mide solo en cifras: se mide en silencios, en la forma en que sus dedos tamborileaban sobre el escritorio cuando quiere ocultar un temblor. Ese hombre aún se aferraba al orgullo de quien levantó un imperio con sus propias manos… pero hasta los imperios necesitan cimientos firmes, y el suyo tenía grietas.

La clave no era presionar. No todavía. La clave era dejar que la deuda se convirtiera en un pensamiento constante, en un recordatorio de que mi sombra siempre estaría presente. Y mientras tanto, usar cada interacción para afianzar un nuevo ángulo.

Ishaen no lo sabía aún, pero había heredado algo más que el apellido. Su padre le había transmitido ese aire de dignidad que, para algunos, era una armadura; para mí, una invitación. Porque las armaduras más brillantes suelen ocultar las grietas más profundas.

Recordé el modo en que sostuvo mi mirada. La mayoría de las mujeres en su posición habrían sonreído con cortesía o desviado los ojos. Ella no. Ella eligió confrontar. Eso la hacía más interesante… y más útil.

“En los negocios, siempre hay formas de saldar cuentas. A veces con números, a veces con alianzas.”

Mis propias palabras resonaron en mi cabeza. Abdul entendió la insinuación. Estoy seguro de que lo hizo.

La deuda de Abdul no se pagaría con dinero.

Se pagaría con legado.

Y ese legado caminaba erguido con el nombre de Ishaen Al-Masri.

No debía impresionarme. Había tratado con mujeres de todas partes: diplomáticas con lenguas afiladas, herederas criadas para jugar en mesas de poder, incluso mujeres que pretendían envolverte con sonrisas mientras escondían dagas. Todas, de una forma u otra, terminaban mostrando grietas. Pero ella… su entereza parecía auténtica.

Una parte de mí, que no suelo escuchar, se preguntó cómo sonaría su voz si no estuviera cubierta por esa capa de formalidad. Cómo se vería si dejara caer ese velo de disciplina que, evidentemente, había aprendido de su padre.

Abdul.

Claro que no podía olvidar quién era su padre. Él confiaba en mí, y yo le debía respeto. Eso debía bastar para poner un muro claro, firme, entre lo que acababa de sentir y lo que podía permitirme.

Pero no soy un hombre ingenuo. Conozco la diferencia entre una distracción pasajera y una impresión que deja huella. Y lo que ha pasado desde que mi camino se cruzó con el de ella no ha sido menor.

Sonreí apenas, para mí mismo.

Tal vez fuera un error. Tal vez fuera una tentación peligrosa. Pero lo cierto era que había descubierto algo inesperado: Ishaen hace que por un instante olvide todo lo demás.

Entre reuniones y visitas a diferentes negocios que tienen los Al-Karim en este país, ya habían pasado tres días desde que la vi.

Tres días en los que su rostro regresaba a mi mente como un recordatorio incómodo… o necesario. Me sorprendía lo claro que tenía cada detalle: la tensión de sus labios, la manera en que su mirada se sostuvo en la mía aun cuando quiso apartarla. Había algo en ella que la diferenciaba del resto, una fuerza contenida que buscaba salida.

El destino —si es que creía en tal cosa— me la puso nuevamente en el camino. El restaurante era uno más de tantos, pero en cuanto ella entró con su amiga, el lugar entero pareció girar sobre su presencia.

Invitarlas a mi mesa no fue un impulso: fue una decisión calculada. Ishaen Al-Masri debía acostumbrarse a mi proximidad, a mi sombra. Lo que no esperaba era que su amiga, Alina, llevara el ritmo de la conversación con tanta soltura.

—Así que usted es el famoso árabe —dijo la muchacha con un descaro que arrancó un destello de incomodidad en Ishaen.

Me incliné apenas hacia atrás en mi asiento, dejando que la sonrisa se insinuara en mis labios. El desasosiego en Ishaen era un terreno fértil, y Alina estaba haciendo el trabajo por mí.

—Espero que lo que se dice de mí sea, al menos, interesante —respondí con calma, dejando que mis palabras rozaran a ambas, pero con la mirada fija en Ishaen.

Ella mantuvo su compostura, bajó la mirada al menú como si la hoja pudiera protegerla de la atención que le dispensaba. Pero ese gesto solo confirmó lo que ya intuía: algo había cambiado en ella, su resistencia estaba frágil, más frágil de lo que ella misma aceptaría.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.