Un rotundo silencio se instaló en toda la mansión de repente. Maite y Dione no podían comprender realmente a qué se debía. La pareja que hasta hace un momento discutía sobre las absurdas reglas que cada uno quería poner ya no se oía.
—Mmm ese silencio no me pinta nada bueno —comentó Maite, moviendo la segunda copa de vino muy suavemente.
—Estoy de acuerdo contigo —asintió Dione, dirigiendo su mirada al segundo piso—. ¿Cuál de los dos será el afectado?
—Puedo apostar que su nieto está bajo los pies de mi hija —respondió Maite, esbozando una sonrisa de seguridad mientras llevaba la copa hasta sus labios.
—Entonces creo que somos dos las que piensan igual.
Mientras ellas seguían infundiendo razones por tanto silencio, en la habitación de Augusto se desarrollaba una escena difícil de creer.
—¡Y LUEGO DECÍAS QUE LA TONTA ERA YO! —gritó Bianca, mostrando el móvil a su ahora esposo, quien permanecía en el piso con uno de los pies de la mujer apoyado en su pecho.
—¡JAMÁS ESPERÉ QUE MI ABUELA PUSIERA TAL CONDICIÓN! —rugió en su defensa.
Ambos estaban impactados al revisar nuevamente las cláusulas del contrato realizado por Dione y descubrir que esas letras chicas fueron las que más ignoraron los dos.
Por renglones separados estaban remarcadas como:
1. El matrimonio deberá de durar al menos 2 años, sin importar las condiciones de la pareja.
2. Ambos se comprometen a tener si quiera un hijo, de otra forma el matrimonio no podrá ser anulado ¡JAMÁS!
La anciana había resultado ser más astuta que su propio nieto. Estaba tan segura de que buscaría la forma de satisfacerla, que ni siquiera prestaría absoluta atención al contrato que él mismo firmaría sin leer.
—No pienses que obtendrás algo de mí, porque no me tocarás un solo cabello, idiota —sentenció Bianca, apretando con más fuerza su pie en el pecho de su esposo.
—¡Ni que estuviera loco por querer estar contigo! —respondió Augusto, quitando el pie de su esposa y poniéndose de pie—. Mañana mismo hablaré con Carlos para que anule esas ridículas cláusulas.
—Y espero que lo hagas —amenazó Bianca, viendo una sonrisa dibujarse en el rostro de Augusto.
—Solo me sirves como esposa de papel, pero como mujer… Mm no no, estás muy lejos de ser mi tipo.
—¡PERO MIREN A ÉSTE IMBÉCIL ENGREÍDO! ¿Quién demonios te crees que eres? ¿Un príncipe azul? —preguntó con cierta ironía, para luego reír—. Porque de cuentos de hadas, lo máximo que llegas a ser es el sapo de la historia.
—¡TÚ! —rugió Augusto, frunciendo su ceño.
—¡Sapo, sapo, sapo! —decía Bianca una y otra vez, mientras corría de una punta de la habitación a la otra—. ¡ERES EL PRÍNCIPE SAPO!
—Pues al menos con un beso se me quita, pero a ti lo de tonta ni con eso se te va —respondió cruzando sus brazos.
—Tonta pero bonita, sapo —añadió, viendo el rojo teñir el rostro completo de Augusto—. En fin, tú dormías en el sofá y yo en la cama.
—¿Disculpa? Esta es mi cama.
—Era TÚ CAMA, porque ahora es mía —respondió la joven mujer, lanzándose sobre esta como si fuera una niña pequeña—. Es tan suave y cómoda —comentó para sí misma.
—Claro que es suave y cómoda —contestó Augusto, mientras cruzaba sus brazos—. La escogí personalmente para MÍ comodidad.
—Aunque… Huele un poco feo —agregó Bianca, ignorando las palabras de su esposo.
—¡Oye!
—Mm no importa, con un poco de perfume se soluciona.
Augusto bufó, molesto por la actitud de Bianca.
—No puedo creer que tenga que compartir mi espacio con alguien tan insoportable y detestable —murmuró, más para sí mismo que para ella.
Bianca, ignorando su comentario, se levantó de la cama con aire decidido.
—Voy a darme un baño antes de dormir. Espero que para cuando salga, tengas tu lugar en el sofá —dijo, entrando al baño sin esperar respuesta.
Mientras Bianca se relajaba en la ducha, Augusto se dejó caer en la cama, todavía enfadado.
"¿Cómo es posible que mi abuela haya sido tan astuta?" pensó.
Intentó encontrar una solución, pero sabía que anular esas cláusulas no sería sencillo, incluso con la ayuda de Carlos.
Cuando Bianca salió del baño, envuelta en una toalla, encontró a Augusto recostado en la cama, con una expresión desafiante.
—¿Sigues aquí? —preguntó, frunciendo su ceño.
Augusto levantó la vista y la miró, notando lo hermosa que se veía con el cabello mojado. Se sacudió esos pensamientos y sonrió con suficiencia.
—Sí, esta es mi cama y no pienso moverme —Bianca frunció el ceño y caminó en su dirección intentando empujarlo, pero el imbécil resultó ser más fuerte de lo que esperaba.
—Levántate, es mi turno de descansar. Tú dijiste que dormirías en el sofá.
—¡YO NO DIJE QUE DORMIRÍA EN EL SOFA! tu pequeña bruja, me quieres obligar —respondió cruzando sus brazos —pero para tu mala suerte, no voy a ceder tan fácilmente, tonta —respondió Augusto, sin moverse.
Bianca se lanzó sobre él, tratando de empujarlo fuera de la cama. Ambos rodaron hasta caer al suelo, ella terminando encima de su esposo.
Pepito, quien estaba viendo cada detalle de lo que la pareja hacía, salió volando de la habitación, gritando:
—¡Augusto y Bianca se aman! ¡Augusto y Bianca se aman!
Ambos se miraron furiosos, pero no dejaron de forcejear.
—¡Bájate de encima, tonta! —gritó Augusto, tratando de quitársela de encima.
—¡La cama es mía, sapo! —respondió Bianca, negándose a ceder.
Después de varios minutos de pelea, Bianca logró empujar a Augusto un poco más lejos y corrió saltando a la cama con una sonrisa triunfante.
—¡Gané! La cama es mía —dijo, feliz.
Augusto se levantó del suelo, frotándose el hombro y desparramando su cabello.
—Éres imposible, pequeña bruja. Esta batalla no ha terminado —dijo, caminando hacia el sofá con una sonrisa.
Bianca se acurrucó en la cama, satisfecha con su victoria, mientras Augusto se acomodaba en el sofá, todavía planeando su próxima estrategia.