—¡Loro chismoso! Si sigue así de fastidioso, voy a hacer un caldo con él —dijo Augusto entre dientes, saliendo rápidamente de la mansión sin despedirse de nadie.
Se subió a su auto, que ya habían sacado del garaje, y salió rápidamente del lugar sin esperar a Bianca.
Como Bianca ya se había hecho amiga de Lisandro el viejo chófer de la familia Martinez, se fue a buscarlo para que la llevara a la empresa.
Ella no se iba a dejar amedrentar por su jefecito ni ponerse a lamentar lo que él le hacía. ¿Quería guerra? Pues guerra le daría.
—Hola, don Lisi —saludó Bianca al tierno anciano—. ¿Me puedes llevar a la empresa? Mi esposito no me quiso llevar —dijo, haciendo un hermoso puchero.
—Claro, niña Bia, súbase, yo la llevo —Lisandro abrió la puerta del auto para que Bianca se subiera en la parte de atrás.
Bianca se subió rápidamente y emprendieron el viaje a la empresa.
Cuando llegaron, un muy amable Lisandro le abrió la puerta del auto. Bianca salió con elegancia, sacó una larga pierna, luego otra, y cuando iba a salir…
—¡Auch! —tremendo totazo se dio en el marco de la puerta. Se sobó rápidamente, pues sentía que le salía sangre, pero era solo sugestión.
Lisandro se preocupó al ver la cara de dolor de la chica y, solícito, preguntó si se encontraba bien. Bianca lo tranquilizó con una sonrisa, aunque sabía que su buen chichón sí le iba a salir. Luego de recomponerse, entró a la empresa, donde un sonriente vigilante le abrió la puerta con extraña amabilidad y la saludó.
—Buenos días, señora Martínez. Sea usted bienvenida.
Bianca le respondió el saludo con una hermosa sonrisa. Siguió adelante y pasó a recibir la correspondencia como cada mañana de Rita.
—Con que la señora Martínez. Se lo tenía muy bien guardado, Bianca, y eso que supuestamente somos amigas —le reprochó Rita, dolida.
—Amiga, era un secreto. No sé de dónde se filtró la información —Bianca trató de explicarle.
—Pues no se filtró, salió de este comunicado de prensa —Rita le mostró la circular con la que amanecieron los empleados en su correo, y ahí entendió Bianca que la moribunda anciana abuela del sapo había sido la sapa. «La familia no se pierde», pensó.
—Ah, sí. Ya me lo imaginaba —respondió Bianca, leyendo el correo muy concentrada—. ¿Y hay fiesta de presentación? Oh, eso no lo sabía —se preguntaba a sí misma, dejándole a Rita, la recepcionista, divertida con las caras que hacía Bianca.
Se despidió y siguió su recorrido hasta el piso trece. Cuando salió del ascensor, una bola de papel se estrelló en su hermoso rostro.
—¡Auch! ¡Idiota! ¿Qué crees que haces? —Bianca estaba indignada por el recibimiento de su jefecito.
—¿Qué hago? ¿No ves que estamos en boca de todos, Marciti? ¿Y de la ciudad de Los Ángeles? —Augusto gritaba.
Bianca lo ignoró, se sentó en su escritorio, tomó sus auriculares y puso música para no escuchar al sapo croar.
—¡Eso es obra tuya, estoy seguro! Claro, dijiste: muy sapo y todo, pero al fin y al cabo, un príncipe que te va a sacar a vivir bien. ¡Qué más quieres de mí! Hubiera preferido que me pagaras el traje que me dañaste. Es más, me hubiera puesto el de Mickey Mouse, que me trajiste.
Augusto vociferaba, y Bianca no le prestaba atención, hasta que el ascensor se abrió y de él salió una rubia despampanante.
La elegante mujer se acercó al energúmeno y lo abrazó por detrás, dejando un sonoro beso en su cuello.
—¿Por qué estás tan enojado, mi osito? ¿Necesitas que te relaje? —En ese momento, Augusto se volteó a mirar a la hermosa mujer.
—¡Oh, Daria! Llegaste justo a tiempo. Ya iba a cometer un asesinato y, gracias al cielo, estás aquí para impedirlo. —Augusto le hablaba coqueto, y en ese instante, Bianca se sacó los audífonos para escuchar a la ridícula pareja, mientras hacía caras chistosas, a lo que decía meloso su sapo.
—Aunque estoy molesta contigo. ¿Cómo es eso de que te casaste? La noticia está por todos lados —La mujer le reclamaba de manera melosa.
—¡Sí, se casó conmigo, gata resbalosa! Y si mi esposito necesita relajarse, seré yo quien lo relaje, no una suripanta regalada. —Bianca se paró al lado de la pareja para arruinarles el momento romántico.
Augusto quería que la tierra lo tragara. ¡Esa mujer lo sacaba de quicio! ¿Cómo iba a permitir que le arruinara su conquista de la semana? Ese plan que en su momento le pareció una solución ya no le estaba gustando. La tonta que necesitaba para que no se metiera con su vida no era tan tonta como lo había hecho ver.
—Ven, Daría, mi secretaria hoy está muy chistosa. A ella le gusta hacer bromas, se cree una payasa —Augusto, como pudo, jaló a Daría hacia la oficina y cerró con seguro.
Bianca apenas se reía de la cara de odio de su jefe y de la confusión de la rubia de farmacia. Bianca, de que le iba a arruinar la visita de su amante, se la iba a arruinar. Así que se puso manos a la obra.
Encendió los altavoces de la oficina y los programó para que sonara, en cualquier momento, una canción de heavy metal a un volumen altísimo.
Esperó un tiempo prudente hasta que se besaran, se quitaran la ropa y estuvieran a punto de...
Dentro de la oficina estaba pasando exactamente como lo imaginó Bianca. Apenas Augusto cerró, la puerta comenzó a atacar a la rubia a punta de besos. La llevó hasta el sofá de la oficina y subió su falda, haciendo a un lado su ropa interior. Con un dedo la embestía, y con la mano libre desabrochaba desesperado su pantalón sin dejar de besarla. Daria gemía de placer, ese hombre era candente.
Por eso, cada vez que ella llegaba a Los Ángeles, lo visitaba para que le diera su dosis de sexo, y quién sabe, algún día, atrapar a este soltero codiciado.
Cuando Augusto comprobó que estaba bien lubricada, se terminó de bajar los pantalones y, cuando ya la iba a embestir, un gran estruendo se escuchó en la oficina. Los vidrios del ventanal vibraron y cayeron los trofeos que estaban en la estantería, haciendo gritar a Daria del susto y a él caer de espaldas en el frío piso de mármol.