Ante la amenaza de Augusto, Bianca no podía dejar de sonreír. Era una guerra declarada entre ambos, una que, por supuesto, ella ganaría, porque si él se atrevió a engañarla para que se casara con él, ahora deberá serle fiel, aunque sean esposos solo de papel. Eso a ella no le importa.
—Bueno, esposito, ¿algo más? —La respuesta de Bianca y su sonrisa desesperaron a Augusto, quien volvió a su oficina molesto.
En su oficina, Augusto se sirvió un trago de whisky y tomó la decisión de hacerle el día imposible a Bianca en el trabajo. Aunque él nunca estaba allí trabajando, decidió que ese día trabajarían hasta muy tarde.
—Bianca, tráeme los informes finales de los últimos tres meses. Tienes una hora para dejarlos sobre mi escritorio —ordenó Augusto. Bianca descifró su juego rápidamente.
—Creo que necesitaré más de una hora, jefecito —respondió Bianca, fingiendo apuro.
—Si no tengo esos informes en mi escritorio en una hora, te despediré sin importar que seas mi esposa falsa —sentenció Augusto.
—Está bien, me iré a trabajar.
Al salir de la oficina de Augusto, a donde él la había llamado para pedirle esos informes, Bianca sonrió y, feliz, se sentó tras su escritorio a jugar en su computadora.
Augusto sonríe en su oficina, pensando que Bianca estará corriendo de un lado a otro haciendo esos informes. Pero la realidad es que Bianca los había preparado un día antes de que Augusto apareciera en la oficina y la obligara a casarse con él.
Bianca solo debe agregar al informe las ganancias de los últimos dos días, y eso es algo relativamente fácil.
Para hacerle las cosas más difíciles, Augusto le pide café, luego un postre que, por supuesto, no compra porque no es amante de los dulces, y muchas otras cosas que, en su mente, entorpecerían el trabajo de Bianca… o al menos eso pensaba él.
Bianca, como la señora Martínez, simplemente ordena que traigan todo lo que el jefe pide, mientras ella espera tranquilamente jugando en su computadora, como si estuviera en su habitación a solas, comiendo chucherías y tomando refresco.
Cada vez que le traían algo para su "jefecito", entraba en la oficina con cara de tragedia, lo que Augusto disfrutaba enormemente. Sin embargo, una vez que cerraba la puerta, volvía a sonreír y a jugar en su computadora.
Cuando la hora que le dio Augusto terminó, Bianca simplemente le dio a imprimir los informes, los ordenó en sus carpetas y entró a la oficina de su jefe con cara de cansancio.
—Ay, jefecito, casi no lo logro. Estuve a punto de sufrir un infarto de tanto escribir en la computadora —dijo Bianca, mostrándose agotada por el supuesto esfuerzo que hizo para realizar los informes.
Augusto, quien pensó que por fin se liberaría de su esposa, al menos en el trabajo, estaba furioso. No entendía cómo ella pudo terminar un trabajo que debía tomar, mínimo, un día entero.
—Lo revisaré y espero que esté perfecto —dijo Augusto, a punto de sufrir un infarto de coraje.
—Sí, yo también. Es que sí es mucho trabajo —respondió Bianca, sentándose frente a su jefe y esposo, fingiendo estar exhausta.
—Levántate de ahí, no te di permiso de sentarte. Necesito la información de cada uno de nuestros socios y el porcentaje que tiene cada uno en la empresa. Lo quiero antes de la hora de la comida —exigió Augusto, pensando que, si la muy tonta ya estaba cansada, terminaría aún peor al final del día.
—Sí, jefecito —contestó Bianca, levantándose rápidamente y dirigiéndose a la salida. Sin embargo, en el camino tropezó con una decoración carísima de su querido esposo, que cayó al suelo y se rompió en mil pedazos.
—¿Cómo puedes ser tan torpe? Pide que limpien eso y desaparece de mi vista hasta que traigas lo que te pedí —gritó Augusto, aún más molesto.
Bianca salió corriendo, pero al cerrar la puerta volvió a sonreír.
—Ese idiota cree que podrá conmigo —murmuró.
Buscó en sus archivos los informes que su jefe le pidió. Como había tenido muchísimo tiempo libre antes de que su "jefecito" decidiera trabajar, ya tenía todo tipo de informes almacenados. Así que, sin importar lo que Augusto le pidiera, ella solo tenía que imprimirlo.
Bianca se cansó de simplemente jugar en la computadora y decidió llamar por teléfono a su buena amiga Marisol, quien es toda risas y lágrimas. Siempre le alegra el día hablar con su amiga, a la que llama de cariño "Mar" o "cachetona".
—Oye, ¿y no has pensado en seducir a ese esposo tuyo? —indagó Mar.
Bianca negó con la cabeza como si su amiga pudiera verla.
—Por supuesto que no haré eso, es un idiota —respondió, sin poder creer las locuras que se le ocurrían a su amiga.
—Sí, pero es guapo y puede tener un buen bananón. Podrías disfrutarlo —comentó Mar, quien no tiene remedio cuando se trata de un "banano".
—Mejor dejemos a ese amargado lejos de mí y planeemos nuestra próxima salida de chicas —propuso Bianca.
Así, Mar y Bianca comenzaron a planear su salida juntas, mientras que, en la mansión, la abuela de Augusto y la madre de Bianca observaban todo lo que pasaba en aquellas oficinas a través de las cámaras de seguridad que la abuela había mandado instalar.
—Te dije que ese nieto tuyo no podría con mi Bianca. El muy tonto cree que ella está sufriendo con todo lo que le pidió, y el único que ha trabajado hoy es él, porque mi hija solo juega en la computadora y habla con su amiga —comentó Maite, sonriendo orgullosa de su hija. Ella sabe que su niña no es lo que aparenta.
—Eso me gusta. Al fin mi nieto está cumpliendo con sus responsabilidades en la empresa. Qué bueno que Bianca sea tan eficiente —respondió la abuela de Augusto.
Ambas continuaron observando la guerra entre ese par.
Antes de la hora de la comida, Bianca imprimió los informes, los colocó en carpetas ordenadas y se los llevó a su jefe, mostrando un evidente cansancio por tanto trabajo que, supuestamente, había hecho.
—Jefecito, aquí está lo que me pidió. ¿Ya me puedo ir a comer? —preguntó Bianca, fingiendo estar sin energía.