La tonta perfecta

Capítulo 13

—No quiero ver titulares en el periódico diciendo que la esposa del CEO Martínez le es infiel —espetó con voz grave.

Bianca se giró hacia él y le dedicó una sonrisa descarada antes de inclinarse un poco.

—Cariño, así como tú te cuidas de la prensa, yo haré lo mío —susurró, guiñándole un ojo.

Augusto sintió que le ardía la sangre. Apretó el volante con fuerza, sintiendo una inexplicable molestia ante las palabras de Bianca. Ella, en cambio, se acomodó en su asiento y sacó su teléfono como si nada.

—¿Con quién vas a salir? —preguntó sin poder evitarlo.

—No es de tu incumbencia, esposito. Así como tú tienes tu vida, yo tengo la mía —respondió ella con diversión, sin levantar la vista del teléfono.

El resto del camino transcurrió en silencio. Cuando llegaron a la casa, Bianca se bajó con total tranquilidad.

—Diviértete, amor —se despidió con un tono burlón antes de entrar.

Augusto la observó cerrar la puerta y sintió que algo en su interior se removía con molestia. Apretó la mandíbula y aceleró. No sabía por qué, pero la idea de Bianca disfrutando su noche lo tenía de pésimo humor.

Augusto llegó a la casa de Carlos con el ceño fruncido y un dolor de cabeza monumental. No solo había trabajado todo el día, sino que ahora tenía que lidiar con la necedad de su asistente personal y abogado, quien había decidido tomarse el día libre con la excusa de un evento escolar de su hija.

Tocó la puerta con impaciencia y, en cuestión de segundos, esta se abrió de golpe. Del otro lado, una pequeña con el cabello alborotado y una expresión de fastidio lo miró de arriba abajo con desdén.

—Papá, tu jefe gruñón vino a buscarte —gritó la niña sin inmutarse.

Augusto apretó la mandíbula y la miró con seriedad.

—Deja de decirme jefe gruñón.

Andreina cruzó los brazos y puso los ojos en blanco.

—Ya medícate, viejo, te va a dar un paro cardíaco. Mejor ve al cardiólogo.

Augusto estaba por responderle cuando Carlos apareció detrás de su hija con una sonrisa divertida. Andreina, al verlo, salió corriendo hacia otra habitación, dejando a los dos hombres en la puerta.

—Tu hija es un monstruo —gruñó Augusto.

Carlos sonrió aún más y se encogió de hombros.

—Sí, lo sé. ¿Qué quieres?

Augusto cruzó los brazos y lo miró con seriedad.

—Quiero que rastrees la ubicación de Bianca.

Carlos frunció el ceño, confundido.

—¿Qué demonios piensas que estás haciendo?

Augusto suspiró con impaciencia.

—Déjame ser. Quiero ver si Bianca sería capaz de engañarme cuando ni siquiera yo pude hacerlo en mi oficina esta tarde.

Carlos lo miró con incredulidad y luego negó con la cabeza.

—No tienes remedio, Augusto. De verdad que no. Pero está bien, veré qué puedo hacer.

Augusto sonrió con satisfacción.

Cuando Carlos terminó de dar la información sobre Bianca, Augusto no tuvo tiempo para escuchar más. De inmediato, se puso de pie, como si el conocimiento de la ubicación de Bianca fuera el único pensamiento que le importara en ese momento. Tomó su chaqueta con prisa, poniéndola sin ceremonia sobre sus hombros.

—Llámala, que te cuide Andreina —dijo con tono impaciente, mirando a Carlos.

Carlos levantó una ceja, sin entender a qué se refería exactamente.

—¿A quién? —preguntó, un poco confundido.

—A la niñera, claro —respondió Augusto, ya avanzando hacia la puerta, como si fuera lo más obvio del mundo.

Carlos frunció el ceño, algo molesto.

—Marisol no trabaja a esta hora, Augusto. Y dejó claro que no la molestará esta noche, porque tiene planes con una amiga. No tengo a nadie más que me ayude con Andreina.

Augusto se detuvo en seco, girando hacia él con una mirada de desconcierto.

—¿Entonces qué vas a hacer? ¿Dejar a tu hija sola?

Carlos suspiró. Sabía que Augusto no comprendía las complicaciones de ser padre soltero, sobre todo cuando las circunstancias no ayudaban. Aun así, un pensamiento cruzó su mente, algo que no le agradaba, pero que era la única opción que quedaba.

—Voy a ir con la vecina. Le pediré que la cuide un rato.

Augusto no respondió, solo se limitó a asentir brevemente antes de salir. Carlos lo siguió, por más que no le gustaba cómo estaba desarrollándose la noche. Mientras se dirigían al estacionamiento, Carlos no podía evitar notar cómo Augusto caminaba con paso firme y decidido. El hombre no parecía dispuesto a perder ni un minuto más.

Cuando llegaron a la discoteca, el ambiente estaba lleno de música fuerte, luces neón brillando en todos los rincones, y el bullicio de las personas disfrutando de la noche. Augusto, sin embargo, no podía concentrarse en el ambiente festivo. Su mirada estaba fija en Bianca, quien ya había llegado y estaba en la pista de baile, disfrutando como si nada. Sin embargo, Augusto no podía quitarse la sensación de incomodidad al verla en ese entorno.

En cuanto una figura masculina se acercó a Bianca, se tensó. No podía soportar la idea de que alguien, pudiera acercarse a ella. A medida que el hombre le ofreció a Bianca un baile, Augusto se quedó parado, observando con los ojos entrecerrados, como si fuera a explotar en cualquier momento.

—¡Esa mujer es una desvergonzada! —murmuró en voz baja, pero lo suficientemente alto como para que Carlos, que estaba a su lado, lo escuchara.

Carlos lo miró, sorprendido por la reacción exagerada de su amigo.

—Relájate, ¿qué pasa? Solo está bailando.

Pero Augusto no escuchaba. Cada vez que otro hombre se acercaba, su cuerpo se tensaba, y su mirada se volvía aún más hostil. La frustración crecía en él, y finalmente, cuando un hombre se atrevió a acercarse demasiado a Bianca, Augusto no pudo más. Con un movimiento brusco, se levantó de su asiento y se dirigió hacia la pista de baile.

Carlos lo siguió, preocupado por lo que pudiera hacer, mientras Augusto caminaba directo hacia el hombre, con una mirada feroz en su rostro.




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