La tortura

La tortura

Cuando fui detenido, me encontraba en mi oficina en el comando de mi batallón. Mi ayudante entró con el rostro pálido y tartamudeaba tanto que enseguida comprendí que había problemas; él fue quien me informó que estaba entrando a la Unidad una comisión de inteligencia militar y que iban acompañados por el Comandante de la Brigada.

 

 - Buenos días Castillo, te presento al Teniente Coronel García, Comandante zonal de inteligencia militar, te vino a buscar, necesita hacerte unas preguntas de una investigación que está en curso

 

- Entendido mi General -fue lo que respondi-, que me quiere preguntar Comandante?

 

- Disculpe Coronel, las preguntas se las voy a realizar en mi Comando, necesito que me acompañe

 

- Ok, necesito llevar ropa o cualquier otra cosa?

 

- No, esto es solo rutina, pero entréguele a mis oficiales su laptop personal y su teléfono

 

Salí de mi oficina con la mayor tranquilidad del mundo, me monté en el vehículo de la comisión y recorrimos el trayecto que va desde el fuerte militar hasta la sede de inteligencia, un trayecto de 15 minutos aproximadamente, en completo silencio. El General no nos acompañó, pero el Teniente Coronel García si iba en el carro conmigo, en el puesto de copiloto, mientras yo iba solo en la parte de atrás.

 

Al llegar a la sede, entro con el Teniente Coronel a una pequeña oficina, cuyo mobiliario consta de un escritorio de metal, dos sillas negras de patas de metal y espaldar y asiento de plástico y una silla giratoria también negra que es donde se sienta el que trabaja en la oficina, lo otro que destaca en ese pequeño cuarto es un frío inclemente, ya que tiene un aire acondicionado funcionando al máximo de su capacidad y que pega de frente a las dos sillas negras que están para los visitantes de la oficina y que fue donde, precisamente, me dijeron que me sentara para esperar a la persona que me iba a entrevistar.

 

Ahí esperé. Esperé mucho tiempo, pero nadie volvió a entrar. Tuve que meter las manos por dentro del pantalón para tratar de aguantar el frío y me quedé dormido con la cabeza apoyada en el escritorio. Perdí la noción del tiempo, llegó un momento que sentí desespero porque no logré determinar cuánto tiempo tenía en ese cuarto; pero, además, lo más desolador es no tener idea de cuánto tiempo tenía que esperar para que alguien entrara por la puerta; aparte de todo esto, el hambre comenzaba a hacerse presente.

 

Creo que habían pasado unas 12 horas de mi llegada, cuando, por fin se abrió la puerta y entró el Teniente Coronel Garcia

 

- Disculpe mi Coronel, lo vamos a dejar ir porque no tenemos nada que preguntarle a usted. Creo que fue un error irlo a buscar.

 

-Ok, no hay problema. Cuando me podré ir?

 

- Nada más firme estos papeles y yo regresaré con su teléfono, laptop y cartera.

 

- Estos documentos que tengo que firmar son de que cosa?

 

- Aquí hacemos constar que no ha sido vejado, maltratado, ni torturado; además hay un recibo en donde consta que le hemos entregado sus pertenencias. 

 

- Perfecto, damelos para irlos firmando entonces.

 

Ya más tranquilo por la explicación, firmé y le entregué los documentos al teniente Coronel y espere a que trajeran mis pertenencias.

 

Diez minutos más tarde se volvió a abrir la puerta, pero esta vez, fueron tres hombres los que ingresaron. Todos venían con pasamontañas y máscaras, pero, además tenian otros instrumentos que, tengo que decirlo sin pena, me provocaron tanto miedo con solo verlos que casi caigo de bruces: una bolsa, una porra y unas manoplas terroríficas que me enteré en ese interrogatorio que se llaman puños americanos.

 

Lo de interrogatorio es un eufemismo usado por ellos. Pedían mi colaboración porque sino me iban a hacer hablar a la fuerza; toda esta amenaza porque se me ocurrió decir que el Teniente Coronel García me dijo que ya me iba a liberar y que ya había firmado todos los documentos.

 

Después de dicho esto no fueron necesarias más palabras. Me ordenaron levantarme, voltearon la silla en la que yo estaba, apartaron el escritorio y la otra silla, me sentaron y comenzó lo que debía ser el interrogatorio, me amarraron con cinta de tirraje manos y piernas. Las manos detrás del espaldar de la silla y las piernas amarradas a cada pata de la silla. Posteriormente me colocaron la bolsa en la cabeza hasta ahogarme, no se cuántas veces hicieron este procedimiento, pero pararon cuando perdí el conocimiento y me despertaron con un golpe directo al lado izquierdo de la cara, que, además, me arrojo al piso. 

 

Luego de esto me preguntaron quién dirigía la conspiración y al yo no responder fueron diciendo nombre de personas que no conocía o de los que solo tenía referencias. Por cada persona que nombraban y yo no respondía me fueron sacando una uña de la mano con una tenaza de electricista. Fueron 5 en total. Grité hasta quedar afónico, llore de dolor e impotencia como nunca en mi vida. Perdí la vergüenza ante todo esto y me orine y defequé encima.

 

No estoy consciente para precisar que otros golpes me dieron, sí se que estaba ensangrentado y me llevaron a rastras a un cuarto que paso a ser mi celda. No podía mantenerme en pie y tenía un fuerte dolor en el hombro, porque de los golpes recibidos se me había salido. Había alguien más compartiendo mi celda y esta persona me metió el hombro y procuro acomodarme lo mejor que pudo para que yo no me ahogara con mi propia sangre.

  

 

Creo que un día después, aunque no puedo precisar muy bien la fecha, llegó una enfermera quien me revisó, me dio unos analgésicos y unas pomadas para los dolores. Traté de pedirle a ella que le avisará a mi familia donde estaba, incluso le pregunté que día era, pero no me dijo nada, lo único que hablo conmigo fue que cada 8 horas me tomara las pastillas si tenía dolor y que me untara dos veces al día las pomadas en los moretones que tenía en todo el cuerpo.




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