La traducción del amor

Capitulo 5

La primera catástrofe profesional

Hay días en los que una se levanta con el presentimiento de que algo va a salir mal.
El mío empezó con café frío, una mancha de pasta dental en la blusa y un correo de la editorial con el asunto:

“IMPORTANTE: error en el manuscrito publicado.”

Eso, traducido al idioma del pánico, significaba: estás despedida, Andrea Rodríguez, y probablemente te conviertas en un chiste literario.

Abrí el correo con el corazón corriendo una maratón.
Ahí estaba, en mayúsculas, mi condena:

“Página 142, frase traducida como: ‘El amor arde como una sopa caliente’.”

Cerré los ojos.
No. No. No.

—No puede ser —susurré—. ¡Eso no puede ser mío!

Busqué en mis archivos, temblando.
Y ahí estaba. La frase original en italiano: “L’amore brucia come una fiamma ardente”.
El amor quema como una llama ardiente.
Pero yo, genia del caos, la había escrito mal en una versión preliminar, antes de corregirla.
¿Cómo demonios había llegado esa versión a la editorial?

El teléfono vibró. Era Leo.
—Andre… —dijo con tono que ya anunciaba tragedia—. Estás en Twitter.
—¿Qué?
—Eres tendencia.
—¿Qué hice?
—Nada, solo inventar el nuevo proverbio del siglo.

Entré a redes y ahí estaban.
Miles de memes.
“El amor arde como una sopa caliente” en tazas, gifs, stickers, camisetas.
Una imagen de una sopa con corazones flotando y mi nombre debajo: Traducción de Andrea R.

—Dios mío. —Me tapé la cara—. Voy a tener que cambiarme de país.
—Tranquila, podrías venirte a Marte conmigo —bromeó Leo.
—No puedo. Allá también hay Wi-Fi.

Pasé la mañana tratando de respirar.
La editorial aún no respondía mis correos de disculpa, y yo ya estaba imaginando el titular:

“Traductora latina destruye obra de autor europeo con metáfora culinaria.”

A mediodía, Lorenzo llamó.
Respiré hondo antes de contestar.
—Hola —dije con voz de funeral.
—Buongiorno, Miss Rodríguez. Veo que se ha vuelto famosa.
—Por favor, no lo diga así.
—La sopa caliente… —pausó— es bastante poética, si lo piensa.
—Poéticamente catastrófica.
Él rió, y yo quise llorar.
—No se preocupe. Ya hablé con la editorial. Fue una versión preliminar, ¿verdad?
—Sí, una que no debía salir de mi carpeta privada.
—Entonces no es culpa suya.
—¿Y de quién sí? ¿Del destino?
—Quizá —dijo con calma—. O de alguien que quería sabotearla.

Su tono me hizo fruncir el ceño.
—¿Qué quiere decir?
—El archivo enviado venía de otro correo, no del suyo. Lo revisé.
—¿Cómo… de otro correo?
—Alguien reenviando el archivo original antes de que usted lo terminara.

Se me heló la sangre.
Solo una persona tenía acceso a mi laptop ese día.

Leo.
Y no porque él lo hiciera, sino porque ella lo hizo.
Su ex.

Carla.
La misma que aún me miraba como si yo fuera un virus que arruinó su historia de amor.
La que un día vino a “recoger una chaqueta olvidada” y casi desinstala mi alma del cuerpo.

—Oh, no… —murmuré.
—¿Sabe quién pudo hacerlo? —preguntó Lorenzo.
—Sí. Pero si lo digo en voz alta, me sale espuma por la boca.

Él volvió a reír, con esa calma que me desarmaba.
—No se preocupe. La editorial lo tomará como un error técnico. Y, para ser honesto, la frase… tiene cierto encanto.
—¿Encanto? ¡Me convertí en un meme!
—Los memes también son una forma de inmortalidad.

Suspiré.
—No sé si quiero ser inmortal en forma de sopa.
—Bueno, podría ser peor.
—¿Cómo?
—Podría haber escrito “El amor huele a queso parmesano.”
—Eso ya lo hice —admití.
Hubo un silencio, y luego su risa llenó todo el cuarto.
Y, aunque odiaba admitirlo, eso me alivió un poco.

Cuando colgué, Leo llegó corriendo con su teléfono en la mano.
—Andre, no vas a creerlo. ¡Estás en una cuenta de frases inspiradoras!
—Oh, fantástico. ¿Qué dice, “ama como una sopa caliente y triunfarás”?
—Exactamente eso. —Se rió, pero al notar mi cara se puso serio—. ¿Ya hablaste con Lorenzo?
—Sí. Dijo que lo van a arreglar.
—Menos mal. Pero… —bajó la voz— creo que sé quién lo filtró.

Lo miré.
—Carla. —Dijimos al mismo tiempo.

Leo se pasó la mano por el pelo, frustrado.
—Te juro que no pensé que aún tuviera acceso a mi correo.
—¿Por qué la dejaste entrar a tu laptop ese día?
—Porque me amenazó con llevarse el microondas.
—¡¿El microondas?!
—Sí, decía que lo compramos juntos. Y técnicamente, tiene razón.

Suspiré tan fuerte que me dolió el alma.
—Así que por un microondas ahora medio internet cree que soy una poetisa culinaria.
—Lo siento, Andre.
—No es tu culpa… bueno, un poquito sí.
—Acepto el poquito. Pero te juro que voy a hablar con ella.
—No, déjalo. Si la enfrentas, terminarás sirviendo sopa con tu cara estampada.

Leo se rio, aunque sus ojos decían que le dolía tanto como a mí.

Esa noche, mientras revisaba por décima vez la traducción, recibí un mensaje de Lorenzo:

“He pensado en algo.
Si alguna vez escribo una historia sobre amor torpe y valiente, la llamaré El amor arde como una sopa caliente.
Prometo dedicártela.
—L.C.”

Me quedé mirando la pantalla, sonriendo sin querer.
Quizás no era el fin del mundo después de todo.
Quizás solo era el principio de algo que, aunque ridículo, empezaba a calentar el corazón.




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