La Tríada

3

Los hijos de Vida y Muerte seguían combatiendo hasta la existencia. Los instantes pasaban mientras la sangre era derramada. La profusión de seres de los hijos de Vida era mayor que la de los hijos de Muerte y la de los hijos de Muerte mayor que la de los hijos de Tiempo.

Todo debido a la concentración de poder: el poderío de Vida se basa principalmente en los cuatros elementos constructivos: agua, fuero, tierra y aire; mientras que el poderío de Muerte se basa en la perturbación del estado congénito de los elementos constructivos y el poderío de Tiempo se constituye de los tres instantes temporales: pasado, presente y futuro.

La intensificación y complejidad de los poderíos dificulta y reduce la existencia de los seres. Aquello era la consecuencia de las leyes universales de la existencia establecidas por Existencia, un ente cuyo poder se estima de manera inconcebible e imperceptible, razones por las cuales Existencia fue sellada permanentemente por la Tríada.

Súbitamente, los combatientes se desplazaron, unos hacia al este, otros hacia el oeste, dependiendo de su origen. El centro del combate estaba totalmente vacío. Nanosegundo, desde donde se encontraba, observaba el lugar: un ambiente pesado, áspero y doloroso; insoportable a todos los sentidos e inimaginable a todas las razones.

Intensa e inmensa energía estaba emanando Muerte, en instantes, sopló una bocanada de fuego negro que al pasar por el espacio crecía en consideración por la perturbación destructiva del aire. Desde el este, Vida (uno de los dos) exhaló un chorro de agua cristalina, mientras que Vida (otro de los dos) levantó las manos y unió sus palmas rectamente: sus manos empezaron a resplandecer. El chorro de agua comenzó a crecer de la misma manera en que el fuego negro lo hacía.

Las dos corrientes de energía colisionaron impetuosamente, produciendo un aire devastador con un sonido estrépito, produciéndose una gran neblina. Cuando la neblina pasó, había algo peculiar en el combate: Vida ya no tenía el domo de cristal con la flor de loto, pero tenía la guadaña típica y el libro de la muerte; por otro lado, Muerte ya no tenía sus posesiones, pero tenía la flor con el domo de cristal en estado de levitación.

Tanto Muerte como Vida esbozaban dos características: presunción por la obtención de las reliquias existenciales del contrincante y suspicacia por la perdición de las reliquias existenciales del anfitrión. Juntas estaban listas a destruir las reliquias y, con ello, dejar de existir.

Nanosegundo aún estaba expectante ante el espléndido combate. Tenía que intervenir, pero la idea de desafiar a Muerte le espeluznaba, de la misma manera que con Vida. Pero la idea de desafiar a Muerte y Vida por igual le daba pavor. Su rango era demasiado inferior respecto a los rangos de Vida y Muerte; por ende, su poderío era minúsculo en comparación con el mayúsculo poderío de aquellos entes.

Entendía que, sin importar la grandeza de dichos seres, no se diferenciaban, puesto que tanto ellos como él tenían dos cosas muy características: el pensamiento y el sentimiento. Había descubierto su sentimiento: detener la destrucción de la vida como de la muerte, pero aún no tenía craneado su pensamiento.

Observó todo el lugar en busca de alguna ventaja, su padre le había dicho que las ventajas son desventajas para los demás e inversamente. Lo único que percibió fue la solemne y magnífica calígine de sus hermanos. Esa era su ventaja: la había encontrado.

Todos los hijos de Vida y todos los hijos de Muerte observaban con deleite las acciones de sus padres, estaban a la espera de que el enemigo dejará de existir, pero, al mismo tiempo, a la espera de dejar de existir ellos mismo. Todo debido a su compromiso existencial para con sus padres.

Inesperadamente, en el centro del combate, donde nadie se localizaba, no justo antes de ese momento, estaba Nanosegundo, este se inclinó un poco, seguramente estaba guardando redención ante los semejantes de su padre, y alzó las manos en posición de apertura, de vertical a pasar horizontal: las palmas estaban rectas y abiertas. Toda la calígine se emancipó de las riendas del poderío abstracto de la existencia y se dirigían, en forma de hilos, hacia Nanosegundo, quien se veía en vuelto en toda la calígine, hasta que resplandeció.

Nanosegundo, en figura de luz, se agazapó y palpó la superficie abrupta de la tierra. De los ojos de Muerte se desprendió un rayo rojizo que se dirigían hacia Nanosegundo; de los dedos de Vida se emanó un rayo azulado que se encaminó hacia Nanosegundo. El impacto de los rayos estaba a punto de chocar contra la superficie de su cuerpo. Instantes antes de que los rayos entraran en contacto con Nanosegundo, el tiempo se detuvo: nada se movía y todo se convirtió en materia inerte. Solamente el mismísimo Tiempo podía desplazarse entre las progresiones ascendientes y descendientes del tiempo.

Nanosegundo también se había detenido, no podía moverse, se había convertido en materia inerte; sin embargo, su inmateria seguía activa, podía pensar y sentir. Sentía el pesado ambiente que se emanaba entre una guerra, sentía como poco a poco dejaba de existir, pensaba en la consecuencia de producir tanto poder, aunque tuviera el poderío de sus hermanos, no era suficiente para detener una guerra, no en el modo en que se realizó. Lo único verdadero que sentía era la ilusión de que el tiempo reanudaba. El poder de Nanosegundo se desvaneció, la pausa del tiempo se esfumó y la existencia de Nanosegundo se disipó. La guerra reanudaba. El fin se acercaba



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En el texto hay: seres sobrenaturales, dioses, reliquias antiguas

Editado: 04.12.2020

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