La tropa de las lágrimas

CAPÍTULO 1

—¿Estás bien, preciosura? es muy tarde —preguntó el soldado que estaba de guardia esa noche.

            —Sí, solo necesito un abrigo para el frío— dijo la joven y voluptuosa mujer.

            —Entra rápido —le invitó el militar. Rápidamente dejó su fusil a un lado, le ofreció su chaqueta con una mano y abrió por completo la puerta del cuartel con la otra.

            La joven no replicó, solo entró. La neblina hacía difícil que el militar pudiera adivinar de dónde venía la mujer, que lo tenía hipnotizado por completo. Ella portaba un vestido elegante negro corto que cubrió con la chaqueta verde. Entraron juntos al cuarto de la portería del asentamiento militar. Atrás quedó la malla metálica y los francotiradores que defendían el batallón, los mismos que le avisaron al soldado de la presencia de la misteriosa mujer.

            —¿Necesitas ayuda? — preguntó el militar, entrando tras ella, dejando el fusil recostado contra la puerta. Se posó en frente y no pudo evitar mirarle los penetrantes ojos amarillos. Él pensó que se trataba de unos lentes de contacto.

            —Solo una bebida caliente— respondió ella secamente, sin siquiera mirarlo al rostro.

            El soldado gentilmente fue en busca del dispensador de bebidas calientes que estaba en el pequeño cuarto. Disimuladamente miró hacia donde la mujer tenía clavada la mirada. Él notó que solo observaba la ventana empañada. El sonido del café cayendo en el vaso que sostenía el hombre, rompió el silencio incómodo. El militar cayó en cuenta de algo.

            —¿Si te gusta el café? —preguntó, sin quitar la mirada del vaso, cuidando de que no se regase. El vaho subía hasta su rostro.

            Ella que estaba a su espalda, no respondió. El militar prefirió pasarlo por alto y con el café listo, se volvió hacia ella. Pero se encontró con una gran sonrisa en el rostro de la mujer, la cual no transmitía bondad o gratitud, era tenebrosa, parecía que la piel del rostro fuese a romperse de la tensión que causaban sus gestos.

            —¿Qué la hace sonreír tanto, señorita? —indagó el hombre, intentando suavizar sus nervios.

Nuevamente ella no replicó, siguió mirando hacía la ventana. El militar miró a la ventana sin disimular, pero no entendía, no se podía ver nada tras la empañada ventana, incluso si no estuviera en ese estado, la neblina de esa noche hubiera impedido poder ver algo. No encontró más remedio que pedir explicaciones, así que se volvió hacia ella, pero el vaso de café cayó estrepitosamente al suelo, derramando su contenido. Lo que el militar vio, hizo que buscara rápidamente su fusil, pero el arma estaba detrás de la mujer.

No alcanzó a dar el paso hacia tras y el grito que él pensaba, le daría alguna posibilidad de salir con vida, fue ahogado rápidamente por la mano de la mujer. Fuera del cuarto, solo se podía ver cómo la sangre salpicaba y manchaba la ventana empañada.




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