La tropa de las lágrimas

CAPÍTULO 2

—A partir de aquí, la grabación se detiene y vuelve cuando ella sale calmada del batallón— les contó el mayor Rodríguez, mientras que todos observaban detenidamente la pantalla, inmersos en la oscuridad del cuarto.

            —Pero aun no comprendo por qué nos llamaron a nosotros, puede ser que tenía un infiltrado que saboteó el sistema de seguridad para el ataque. Tienen que estar seguros de no hacernos venir a perder el tiempo, tengo mejores cosas que hacer—dijo Emma, en tono de regaño, acomodando su cabellera castaña sobre uno de sus ojos.

            —Es posible que tan solo sean coincidencias, lo que ocasiona que existan estos malentendidos. Son bastante frecuentes—exclamaron Catión y Anión al mismo tiempo.

            —Créanme, hay razones de sobra— les hizo saber el mayor Rodríguez, en tono muy serio.

            —Dilo entonces, rápido— le solicitó Emma.

            —Mató a más de 90 hombres, ella sola— les informó el amor con voz temblorosa. Su actitud empezaba a tornarse diferente.

            —Eso ya lo sabíamos. Pudo hacerlo con algún veneno, además, estaban dormidos, era fácil—dijo Emma, sobrada.

            —Emma me terminó de convencer. Igualmente, si se presenta algo inusual, no dude en llamarnos de nuevo, mayor Rodríguez. Yo ya me voy—se despidieron Catión y Anión, de nuevo en una misma voz, como si lo tuvieran planeado.

            La irregular pareja se acercaba a la puerta de salida del oscuro cuarto, donde estaban las pantallas de las cámaras de seguridad del batallón. Catión él más alto y delgado, iba siempre a la izquierda de Anión, el gordo y que tenía la mitad de su estatura.

            —Algunos sin cabeza, otros simplemente tenían un agujero extraño en el cuerpo y por dentro quedaba apenas carne, como si se los hubieran comido desde adentro. A otros les arrancaron el esqueleto —les contó el mayor, sin intentar ocultar el temor que le transmitía recordar la escena. Algunas partes de su cuerpo temblaban y su voz intentó cortarse algunas veces.

La escena fue rara, la extraña pareja de hombres se detuvo en su camino a la puerta, y regresaron escuchando al corpulento y maduro hombre, que parecía inmarcesible apenas lo conocieron, pero cuando empezó a hablar sobre lo ocurrido, se veía preso del miedo.

—Parece que tenemos trabajo, muchacho— dijo Emma, frotándose las manos.

—Tendremos que examinar los cuerpos, si es que aún existen— contestó la irregular pareja.

Primero salió el mayor Rodríguez con sus nervios militares algo recuperados, acompañado de 2 soldados silenciosos, que no habían expresado si quiera una palabra en toda la reunión. Luego, salieron Catión y Anión. La luz del pasillo reveló que a pesar de que uno fuera alto y delgado y el otro todo lo contrario, sus movimientos tenían una sincronía irreal. Detallándolos un poco más, se denotaba un parecido facial innegable, que se respaldó más por los rasgos indígenas que no se alteraban ni por los kilos de diferencia, ni por el hecho de que Catión fuera de tez blanca y cabello casi blanco y Anión fuera moreno con cabello negro.

Emma salió casi inmediatamente después, y la luz también delató sus detalles físicos. El más notorio era que su cabello cubría uno de sus ojos perfectamente. Cualquiera habría notado que lo hacía con intención, sin embargo, una cicatriz se asomaba desde el ojo cubierto, era una marca que bajaba unos centímetros por su mejilla.

            Se respiraba un ambiente tensó por donde el grupo pasaba, algunos militares que hablaban callaban al ver que se acercaban, sus miradas se posaban directamente en los hombres que con cada paso idéntico llamaban la atención y la mujer con el ojo cubierto. Después de bajar por algunas escaleras llegaron hasta una cinta de «NO PASE» que adornaba una gran puerta gris metálica. Con un gesto, el mayor Rodríguez le ordenó a uno de los soldados que lo acompañaban que abriera la puerta. El soldado entendió el gesto de inmediato y fue a cumplir. El olor fétido aumentaba con cada centímetro que el soldado abría la puerta, una vez acabó, encendió la luz y el grupo encabezado por el mayor entró.

            Las moscas revoloteaban sobre los cuerpos inertes o lo que quedaba de ellos, la sangre era fiel acompañante de la escena. El mayor no había exagerado, las victimas parecían varias decenas. Aunque el cuarto estuviera lleno de camarotes alborotados, no robaron para nada la atención de ver los pedazos de lo que alguna vez, fueron jóvenes soldados descansando.




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