La tropa de las lágrimas

CAPÍTULO 3

Pocas cosas parecían poder turbar el descanso de aquel joven, que estaba acomodado en un amplísimo balcón. Desde aquel lugar en lo más alto, podía observar la tupida vegetación que rodeaba a los edificios del predio y la muralla. Los únicos sonidos que aparecían, eran las armónicas canciones que despedía la incontable fauna que habitaba el lugar, y los jóvenes que entrenaban afuera de los edificios, en silencio. Hasta que sonó el teléfono, cosa que muy rara vez ocurría, por lo que se apresuró a descolgarlo. La llamada era de uno de los guardias del predio, que le avisaba de la presencia de un grupo que lo buscaba; al enterarse de quienes se trataba, dio el visto bueno para su entrada, y bajó inmediatamente.

            Algunos escalones de madera sonaban al recibir el peso de su cuerpo. En algunos niveles por los que descendía, entraba sigilosamente para no interrumpir el silencio de las personas en aquellas habitaciones. Unos cuantos tenían tez morena, otros blanca, con ningún uniforme en específico, solo estaban sentados en el piso concentrados con los ojos cerrados, tenían una similitud, todos eran niños.

            En algunos pisos se encontraba con adultos saliendo de las habitaciones con los que se saludaba con un sutil gesto con la cabeza. Así fue su descenso, y no era que tuviera que escrutar las habitaciones y sus pobladores, simplemente quería hacerlo. Cuando llegó a la primera planta, los reflejos de las armaduras metálicas que portaban los guardias, contrastaron con el color oscuro de la madera de la que estaban hechos los edificios. Ellos también eran saludados, pero ninguno se osaba a atacar con su voz al ambiente de paz y tranquilidad que emanaba todo el predio.

            El joven se recostó contra el marco de la puerta abierta, esperando que llegara el grupo. El sonido de un motor fue creciendo paulatinamente, descubriéndose la camioneta que producía el sonido. Rápidamente salió de su recinto e hizo un gesto con la mano a los guardias que esperaban a la camioneta, con sus peligrosas armas, ellos al notar el gesto guardaron sus armas y volvieron a custodiar sus respectivos lugares. El gesto que hizo él joven, también sirvió para que los pasajeros de la camioneta negra se dieran cuenta a cuál de las edificaciones café debían ir.

            Las puertas traseras se abrieron, de un lado salió una mujer con blusa negra, pero su rasgo más destacable era su ojo cubierto por el cabello castaño, y una cicatriz asomaba penosamente desde allí. Del otro lado, se bajaron 2 hombres, uno de cabello y tez blanca y el otro su contario. La apariencia del dúo era jovial, sus movimientos eran idénticos, incluso las respiraciones. Pero su estatura y contextura eran sus diferencias, uno bastante alto y delgado, mientras que el otro tenía la mitad de su estatura y era gordo. Los guardias los observaban, algunos ya los conocían, para otros era su primera vez, sin embargo, ninguno osaba decir algo.

            —Mucho gusto—dijo el joven, al estar los visitantes frente a él—. ¿El conductor no desea acompañarnos?

            —No, señor, está cansado por el viaje — contestaron Catión y Anión. El joven anfitrión se sorprendió al verlos actuar simultáneamente, pero no demasiado, ya estaba informado sobre ellos. Emma miraba al joven de arriba abajo, dudaba de que alguien tan joven pudiera ser él.

            —Comprendo, ¿desean pasar? —les invitó, señalando el edificio con la mirada.

            —No hay tiempo, tienes que darle un mensaje— replicó Emma.

            —Desde luego, cualquier cosa que los haga venir hasta aquí, sin duda, es urgente. ¿Qué desean que le diga? —ofreció calmadamente el joven.

            —Que lo llame, por favor— le informó Emma.

            El joven no respondió, sin duda cumpliría la petición de los visitantes, pero tener que convocar a alguien con tanta urgencia, debía tener algo oscuro a la espalda.

            —¿Plan Hibrido? — dijo por fin el joven, frunciendo el ceño.

            —Nivel Quimera— aclaró Catión y Anión. Los guardias, aunque no quisieron demostrarlo, se les ponía la piel de gallina.

            —Iré en seguida a informarlo— el joven se empezó a alejar hacia la casa.

            —Gracias, transmisor—terminó por decir la pareja, que se quedó esperando con Emma y la camioneta.

El transmisor subió rápidamente, por los escalones que chillaban con cada paso, hasta llegar al balcón donde hace un momento descansaba. Abrió una pequeña puerta azul metálica en la pared de madera lacada, y entró a un camino oscuro. Matices azules delataron el camino que no podía explicar su existencia, dada su longitud de varios metros. El camino se iluminaba por donde iba pasando, luego oscurecía de nuevo al extrañar el peso del cuerpo del transmisor. Pronto llegó hasta unas escaleras que lo llevaron hasta un circulo formado por columnas de la misma roca azul metálica, iluminadas desde algún lugar en el techo, si es que había. El joven se sentó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.