La tropa de las lágrimas

CAPÍTULO 6

Galimatio conducía cuidadosamente su campero con las luces altas, por la montaña inundada de la niebla mañanera. El sol, que apenas se empezaba a asomar por el lejano horizonte, penetró entre las hojas y la niebla, lo que le ayudó a no atropellar a los tigrillos y demás animales que se habitaban la zona boscosa. Por fin una estructura de varios metros se vislumbrada entre la cortina de neblina. Con cada centímetro que se acercaba, se descubría que la estructura estaba hecha de rocas gigantes, dispuestas en una torre más alta que los árboles nutridos por la naturaleza allí. Pero algo estaba fuera de lugar y no era algo de la dicha torre. Había un cuerpo que, al ver las luces del campero, empezó a chillar y a revolcarse en el suelo, a lo que Galimatio descendió del carro y fue examinar de quién se trataba. Al verlo, descubrió que era un hombre blanco de cabello rubio largo, amarrado de pies a cabeza. Sin embargo, Galimatio no lo ayudó de inmediato, debido a que se quedó paralizado mirándolo, con un rostro de desconcierto que intentó ocultar pasándose la mano por el rostro. Pero, no fue hostil y le liberó del trapo que le tapaba la boca.

            —Ayuda, tengo hipotermia—logró decir el hombre, temblando.  Sus labios amoratados se mostraban.

             Con rapidez, el hombre de chaqueta vino tino le deshizo los nudos de pies y manos, lo ayudo a poner de pie y lo llevo casi que colgado de su cuello hasta la torre de piedra que estaba en frente de ellos. Una cavidad oscura se veía en la tierra presente en la base de la estructura rocosa. El hombre que temblaba intentó decir algo, pero Galimatio lo lanzó sin titubear al hueco.

            Tranquilamente, se volvió hacia su campero, que aún tenía las luces encendidas, fue hasta él y lo condujo entre la abundante y casi virgen flora del terreno hasta que lo llevó detrás de la torre, en donde apago la bestia mecánica. Posteriormente llegó de nuevo al hueco, por donde había lanzado al tembloroso hombre, y de un pequeño salto se lanzó a la oscuridad. Luego de unos segundos de descender por el vació, una mancha azul se vio.

El piso azul metálico emitió un leve brillo en la oscuridad y se dobló al recibir el peso de Galimatio, que pareció no hacerse daño. Cerca estaba acurrucado, mirando al piso y ahora más tembloroso, el hombre que hace un momento estaba amarrado.

—¿Cómo es posible qué…

            —¿Quién eres? —le interrumpió Galimatio.

            —Soy Faber. No sé cómo terminé aquí —logró responder —. ¿Qué quieren de mí?

            —No sé de qué estás hablando— dijo dubitativo, acercándose al hombre, mientras este casi se sale de la malla y termina por caer en el vacío—¿Quién te trajo hasta aquí?

            —Unos desconocidos me perseguían, mientras gritaban mi nombre, pedí ayuda, pero nadie parecía poder verme, así que me trajeron en contra de mi voluntad en el baúl de un carro hasta aquí. No tengo dinero si es lo que quieren, solo déjenme vivir—confesó con sinceridad. Mientras se arrodillaba.

Galimatio miró a Faber, y casi toma de nuevo una mueca de desconcierto, pero la ocultó regresando a su su mirada fría.

            —Levántate, no sé a qué se debe esto, pero es algo extraño. Debemos ir adentro, sígueme.

            Galimatio se dirigió a un punto al límite de la malla, en donde había una casi imperceptible puerta azul metálica, que hasta entonces Faber no había visto. La abrió y espero a que Faber lo siguiera. Cosa que no ocurrió, ya que el doctor en biología no podía confiar en su rescatista, además del dolor muscular por el frío. Por lo que Galimatio le propinó una mirada, sin vida, pero fulminante, que ocasionó que la voluntad de Faber se doblegara y se parara para seguirlo por la puerta.

            Al cerrar la puerta, Faber vio un pasillo muy amplio, compuesto de paredes azules metálicas que brillaba por donde pasaban, además, de numerosas cámaras que los seguían. La temperatura era más cálida en aquel lugar. Faber se logró estabilizar un poco. Al final de dicho pasillo, se veía una gran puerta con una gota gigante dibujada y en su centro había un orificio. Al llegar hasta allí, Galimatio pareció rascarse un ojo y luego, introdujo su mano en el orificio, en seguida de un silencio incómodo. Faber observaba con detenimiento a Galimatio, que parecía no darle importancia, hasta que se detuvo en la chaqueta vino tinto. Un escalofrió le bajo bajó por la espina dorsal al profesor al divisar que bajo ese cuero que hacía las veces de chaqueta, alguna clase de monstruosidad se movía, gracias a su vasto conocimiento y siguiendo a la lógica, determinó que llevaba algún tipo de animal camuflado. El sonido que emitió la puerta, hizo que volviera en sí y vio como el relieve de la gota brilló y la puerta se dividió en 2 grandes laminas que se abrieron, para dar entrada a lo que parecía una organizada y amplia sala.




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