La última lección del viejo

CAPITULO I

CAPITULO I

Doña Constantina, una mujer de aspecto grotesco, obeso y de cabellos grisáceos, creyente de poseer una gran autoridad ante todo el pueblo por la fugaz aventura que tuvo con el alcalde, el señor Contreras en una de sus tantas noches de embriaguez con “CHICHA”, una bebida traída al pueblo de algún lugar e imitada con los más deplorables ingredientes de la región. Se encontraba barriendo su pequeña tienda de abarrotes esperando, como todas las mañanas, a su mejor amiga doña Clementina, esposa del estafador constructor don Claudio, quien se acercaba por la esquina con su típica bolsa de arpillera color rosa y un gran girasol en el medio.

— ¡Buenos días Tina! — nombre que Constantina solo le permitía a su amiga.

— Buenos días Clementina, ¿cómo amaneciste?

—Ya tú sabes amiga, con el dolor de várices que no me deja caminar.

—Te dije que te pusieras vinagre de manzana, eso aplaca el dolor.

—Ya lo hice, pero nada funciona y además Tina, ya tú sabes que estoy resignada a sufrir; por cierto, ¿no me vas a invitar un café?

—Amiga eso ni si pregunta, lo tengo recién hecho.

Entrando en la pequeñísima cocina del establecimiento, que lo único que tenía de bueno era el aroma a café que en esos momentos emanaba de la arrumbada cafetera de metal. Las dos amigas se sentaron en una diminuta mesa, regocijándose imaginativamente en la sarta de chisme que ya estaba a punto de manifestarse.

—Sabes Clementina que me ha contado el señor Braulio que hace más de un día que no ve al viejo Felipe.

—Si Tina, me lo ha dicho Claudio, yo cuando me lo informó le dije: “ese viejo se fue a morir a otro lado” porque tú sabes Tina que con Dios por delante yo no le deseo mal a nadie. Pero ese viejo que se las daba de sabelotodo nunca me gustó y su aspecto era tan zarrapastroso que cada vez que lo veía se me horrorizaban las pupilas.

—A ti las pupilas y a mí los oídos con esa cómo es que él decía, ide..., ideo...

—Ideología de vida, Tina.

—Eso, ideología de vida, como si la vida fuera una ide... bueno eso. En la vida solo hay que resignarse a los designios que diga nuestro gran santísimo padre de todos nosotros y arrodillarse todo el tiempo ante él.

—Sí Tina, pero tú sabes que con este asunto de las várices yo no me puedo ni arrodillar.

—Pues haces mal amiga, arrodillarse ante Dios y con tu dolor, es la forma más dadivosa de honrarlo. Tienes que humillarte porque Dios santísimo castiga, castiga muy fuerte y ahora me doy cuenta porque ese dolor de várices no se te va, por qué no te humillas ante él. Para aplacar su castigo vas a tener que hacer nueve rosarios, ¿me oíste bien?, nueve rosarios arrodillada y que el padrecito Javier te los cuente y ya tu verás como el altisimo te perdona y se te va ese dolor.

— ¿Tú crees Tina?

—No lo creo, lo sé. Aprovecha cuando el padrecito Javier salga de la sacristía con el niño Albertito. Que por cierto, yo creo que el padrecito Javier está entrenando al niño Albertito para que en un futuro él sea sacerdote, porque no salen de esa sacristía en hora y media, contada puntualmente por doña Ramona que esperaba por consulta.

—Hay no sé amiga, al niño Albertito yo lo veo tan desmejorado, está más flaco, más pálido, ya no habla, no juega, porque no sé si tú recordarás que Albertito sí que era travieso.

— ¡Travieso! ese era un demonio. — doña Constantina golpeó bruscamente su boca.

  — ¡Oh!, perdóname nuestro Salvador por blasfemar, mira las cosas que me haces decir. El niño Albertito era malo y el padrecito Javier lo está llevando por el buen camino y si alguien tiene algo malo adentro, para sacarlo, el proceso es muy sacrificado, donde se padece mucho sufrimiento, es por eso por lo que el niño Albertito está pálido y callado, porque está en el camino al Señor.

—Sí, puede ser Tina, puede ser.

—No, no puede ser, lo es.

—Tina ya que mencionaste a doña Ramona, ¿tú viste que flaca está?

—Amiga, si te cuento lo que me enteré el otro día. —dijó Constantina poniendo azúcar en su café. —Tú sabes que yo soy muy pero muy amiga de Constanza su prima y me ha dicho que doña Ramonita está sospechando de su esposo.

— ¿Sospechar del viejo feo de Prudencio? ¡Ay, Tina por favor!

—Amiga créeme cuando te hablo, yo ya me lo veía venir.

— ¿Y con quién Tina? — Clementina puso los codos en la mesa y se agarró la cara con gesto de mucha sorpresa.

—Adivina... — Constantina torció la boca hacia el lado derecho señalando un lugar.

 El estruendo de carcajadas que salió del mismo interior de Clementina retumbó en la pequeña cocina, como el reverbere de un órgano en una iglesia vacía.  

—No te rías amiga, Violeta la viuda con su silencio es toda una pecadora. Tarde o temprano íbamos a saber de su verdadero ser. Es una mosquita muerta y de las peores que vive aquí amiga.

— ¡Ay, Tina! pero... — Clementina conteniendo la risa— se pudo haber buscado uno mejor, no ese sapo viejo. — Clementina continúo con su fuerte racimo de risas.

—No se puede buscar a nadie, una vez que uno enviúdese tiene que pertenecer únicamente a dios. Ni yo siendo soltera ando buscando a nadie, porque mi único hombre es mi todopoderoso. Y si uno no se lleva por donde él dice, uno va al infierno a retorcerse en las grandes llamaradas de fuego y oliendo por toda la eternidad el azufre. Que es donde va a ir Violeta la viuda.

—Va a ir al infierno por acostarse con alguien tan feo—pensó Clementina, con la mirada perdida en un costado, sin darse cuenta que estaba siendo dicho en alta voz, encrespando la sangre y por tanto los ojos de doña Constantina.

 

— ¡Clementina!—el grito que dio Constantina se escuchó una cuadra más abajo del local —Tú sabes que no me gusta que hables así—Constantina comenzó a persignarse vehementemente murmurando una oración mirando hacia el techo. — Que Dios te perdone por lo que acabas de decir.



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En el texto hay: drama, historias, lecciones de vida

Editado: 01.09.2020

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