CAPITULO III
En las afueras de pueblo, alejadas de cualquier tipo de contacto social, residían en una casa sacada literalmente del más espeluznante cuento de terror, Susantina y Andreina madre e hijas, según confirmaron los aldeanos de diferentes poblados.
Decían las malas lenguas que estas dos mujeres fueron echadas de cada pueblo donde intentaban establecerse. Algunos afirmaban que era por la locura extrema de Andreina, otros por el pacto con el diablo de Susantina y cientos de rumores más de esa índole, en donde también se incluía, tortura y matanza de niños como sacrificio y por consiguiente alimentación con los órganos infantiles.
Susantina era una mujer de complexión delgada, baja estatura, con cabellos dorados y muy corto, pareciendo de una edad mucho menor de lo que realmente era, a simple vista y si tuviera buenas vestiduras, podría decirse que era una mujer muy agradable de apariencia a excepción de su nariz. Su nariz era lo que causaba más repulsión y era el factor por el cual, los habitantes del pueblo confirmaban que era la bruja más sádica y perversa que pudiera estar cerca de ellos. Su nariz parecía un gran cuadrado, con sus ángulos y vértices bien definidos, rayaba la amorfidad, por esos lares, ni por ningún otro sitio, se había visto semejante nariz, por ende, la conclusión aldeana era la confirmación del pacto con Satanás.
Andreina una mujer joven de una fisonomía muy delgada, con rostro alargado, pequeños ojos café, nariz muy aguileña, cabello rubio y muy escaso, padecía una especie de esquizofrenia severa, o, por lo menos así la habían diagnosticado los que se creían que eran sabios y eruditos en materia de psiquiatría. Su vocabulario era muy limitado, por lo general se le escuchaba decir unas cuantas frases en las cuales, abundaban palabras soeces. Ella era la que se veía más por el pueblo, dado que le permitían entrar para poder mofarse y reírse y así, pasar un buen rato escuchando la sarta de frases erráticas que podían provenir de una mente enferma.
— ¡Ah!, ¡lo sabía!, ¡lo sabía! —Gritó Susantina sentada en la mitad de lo que parecía ser una sala, decorada al más elevado gusto en la rama de la hechicería— ¡Andreina! ... ¡Andreina!— bramaba la señora.
— ¿Qué te pasa?—se escuchó el grito molesto de Andreina.
— ¡Yo lo sabía!, ven, ven mira— dijo Susantina mirando lo que parecía ser unas cartas con letras, símbolos y figuras espeluznantes.
Los pasos de Andreina se empezaron a escuchar como se escucharían las pisadas de un ogro en la imaginación de un niño, tronaban por toda la casa.
—Sí me llamaste para una de tus mierdas... —Andreina tenía la cara desfigurada de rabia, como si la hubieran molestado estando a punto de descubrir el secreto de convertir metal en oro.
—No, mira, mira—señaló Susantina las cartas—Está por suceder, lo que tanto te dije que iba a pasar, esta por suceder—echó la cabeza para atrás en una carcajada de regocijo.
—No veo nada, tú sabes que yo no sé nada de esas mierdas, porque eso es una mierda, una mierda. —bufó Andreina, mirando con odio a Susantina.
—Te expliqué los significados miles de veces Andreina, ¿cómo es que todavía no sabes?
—Me estás llamando estúpida, hija de puta, todos son unos hijos de puta, todos son unos hijos de puta—decía Andreina, agarrándose fuertemente los costados de la cabeza con las manos y meneándola ferozmente.
—Tranquilízate Andreina— Susantina la calmó con voz rutinariamente paciente, como si estuviera más que acostumbrada a ese tipo de atacas—Ven, siéntate acá al lado mío — prosiguió Susantina dulcemente.
—No, me ensucio mi ropa nueva que tú sabes que es de la mejor calidad y me costó mucho dinero—manifestó Andreina con enojo y los ojos brotados de estar aguantando el llanto, tocándose los pocos trapos deteriorados y emparchados por el uso y el tiempo.
—El piso está limpio, ¿ves? — Susantina frotó con la mano derecha la alfombra de piel de vaya a saber qué animal. — ¿Ves? —le mostró la mano— Está todo limpio, ven siéntate— dándole unas palmaditas al piso haciendo que Andreina, como el más encantador cachorrito sumiso se sentara.
—Mira esta carta, ¿te acuerdas de que es? — señaló la señora con el dedo índice una carta con esqueletos apilados en una zona desértica y nubes negras. —Destrucción y muerte — habló amorosamente Susantina, prosiguiendo a frotarle maternalmente el poco cabello de Andreina
—Y esta carta de aquí, — reanudó Susantina señalando otra carta que tenía impreso un mapa — significa que es muy cerca de nosotros. — Mirando con rostro de ventura las facciones de alegría en la cara de Andreina que, poco a poco, se iba dando cuenta del significado de las palabras de Susantina.
— ¡Van a morir!— grito Andreina con los ojos grandes de júbilo y una sonrisa de regalo de cumpleaños—Esos hijos de puta, van a morir. —palmó sus pequeñas manos—Por fin, esos muertos de hambre van a ser destruidos, porque yo... yo soy la doctora aquí y mi novio es un terrateniente millonario que también es doctor y yo... yo tengo una casa con piscina.
— ¿Andreina?, — Susantina detuvo con serenidad la ristra de incoherencia que provenían de la boca de Andreina—concéntrate Andreina, concéntrate.
—Sí, estoy concentrada, porque yo... yo los voy a ver morir a esos hijos de puta, porque son unos hijos de puta. Yo... yo viajé por todo el mundo y estuve en los mejores lugares y yo me lo pagué y tengo sirvientas que me limpian la casa. —Susantina escuchando las tonterías de Andreina y suspirando con los ojos para arriba continúo.
—Sí Andreina y también tienes un esclavo en tu cuarto que te abanica cuando estás durmiendo. Pero, ¿entendiste lo que va a pasar? ¿entendiste lo que eso significa? —Alzando la voz firmemente y levantando la mano derecha para acallar en seco los nuevos ramilletes de palabras incoherentes que iban a empezar nuevamente a brotar a borbollones de la boca de Andreina, continúo la dama —Mueve la cabeza en un sí, o, en un no.