CAPITULO VII
Corría una noche oscura y en el más recóndito lugar de la localidad, apartado de cualquier visión de ser humano alguno, el padrecito Javier aguardaba, con una sombría intención.
—Llegas tarde Cristóbal.
—Perdóneme padrecito, tenía que culminar con unos asuntos. — besó Cristóbal, "el acuchillador", la mano del sacerdote.
—Dime Cristóbal, dime ¿quién fue el que involucró al estúpido del alcalde en esto?, ¿dímelo ya? — preguntó el sacerdote fuertemente, que ardía en cólera comedida.
—Creo que usted lo conoce mejor que yo, padrecito.
El sacerdote tiró la biblia que sostenía en su mano y yendo de un lado a otro promulgó rabioso.
— ¿Pero cómo se le ocurrió involucrar a ese marrano estúpido en algo tan delicado?, ¿cómo Dios mío tú permitiste que esto pasara? — Refunfuñaba Javier mirando el cielo estrellado. —Esto es peligroso, esto es muy peligroso para mí y si será imbécil ese gordo descarado que me lo vino a contar.
—Pero padre... el alcalde tiene mejores contactos que cualquiera de nosotros, y pueden ocurrir las cosas sin que la gente empiece a hacer tantas preguntas.
—Sí, sí, lo sé Cristóbal, lo sé, no te creas que no lo pensé. Pero hacerlo a mis espaldas, sin mi consentimiento, cualquier movimiento en falso y se descubre todo, que este mugriento se le ocurra abrir la boca en sus borracheras y aquí ocurre una catástrofe. Van a empezar a investigar y... y todo va a apuntar a mí.
—Padre, las cosas se están haciendo de la forma que usted lo dijo y como yo lo veo, no hay nada que lo involucre a usted.
—Siempre hay algo Cristóbal, en esta vida nada sale perfecto, eso no existe.
—Tranquilícese padrecito, si llegaran a salir mal las cosas... usted sabe que mi especialidad es matar a cerdos bien gordos, no sé si usted me entiende.
—Sí hijo, sé que puedo contar contigo. —Javier hizo una pausa y continúo. — ¿Cómo va el asunto de los bebes?
—Bueno... pude visualizar a tres.
—Espero que hayas visualizado tres bebes blancos, porque la otra vez, me los trajiste negros y mestizos.
—Usted me pidió bebes y yo le traje bebes.
—Los bebes son blancos Cristóbal, blancos o mejor dicho rosaditos, bebes que no son así son murciélagos y eso no es lo que quiero.
—Estos son blanquitos padres pero... son bebes queridos, ¿me entiende padrecito?, las madres no se van a quedar muy quietas...
—Bueno Cristóbal, trata de dejarlas quietitas y calladitas que para eso te estoy pagando un buen dinero.
—Sí padrecito y ¿el resto de los asuntos?, ¿sobre todo lo del alcalde?
El sacerdote miró el horizonte oscuro, con las manos entrelazadas atrás y contestó.
—Dejemos que dios todopoderoso haga y termine a su manera su divina obra.
Cristóbal asintió con la cabeza y comenzó a mirar el oscuro paisaje junto con el sacerdote. Hasta que Javier miró de reojo a "el acuchillador" y pronunció
— ¿No tienes nada que hacer Cristóbal?
—Perdóneme padrecito, la bendición.
—Dios te bendiga hijo, en el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo, ve con Dios. Persignó a Cristóbal quien besándole su mano dejo al sacerdote en la oscuridad, más sombrío que cuando lo encontró.