La última lección del viejo

CAPITULO X

CAPITULO X

 

Pocos días pasaron y el pueblo seguía en la misma monótona rutina. Día a día, los ciegos pueblerinos vivían en una burbuja de aceptación incondicional de todo lo que le decían, oían y leían, siempre en el mismo carrusel que da vueltas y vueltas, a veces va más rápido, a veces más lento, a veces algo sorprende, a veces algo deslumbra, pero no pasa de ahí. Siempre es lo mismo. Siempre con el deseo silencioso de poder volver al momento exacto donde el camino sufrió la bifurcación y por miedo, tomamos el equivocado. Sabiéndose marionetas sin poder levantar los brazos y cortar el hilo, comprendiendo muy adentro que este mundo está creado para unos pocos, una élite adinerada que vende sueños para que el ser humano se entretenga al tratar de cumplirlos y se frustre al no poder lograrlo y se sienta fracasado, poca cosa y con ese mal sabor de boca se dedique a un trabajo que desprecia, solo para que a fin de mes en la mesa del comedor, divida en pilas de dinero lo poco que pudo juntar para pagar las deudas, unas deudas que a propósito son más extensas y el dinero más escaso. Subidos en ese carrusel diciéndole adiós con la mano, nada más ni nada menos que a la vida que se escabulle veloz como un niño cuando es hora de bañarse.

 

 

Susantina se encontraba fuera de su casa mirando las nubes plomizas que se acercaban al pueblo. Había visto en sus cartas algo que en su momento pensó disfrutar, pero ahora no estaba tan segura. Algo no estaba bien. Andreina había salido al pueblo, siempre se preocupaba cada vez que salía así no se lo demostrara. Cuando los dis que médicos la diagnosticaron con un desorden mental, trabajó día y noche para pagar inútiles tratamientos que más que mejorarla, parecía que la empeoraban. Empezó a ir a hechiceros buscando la cura de su Andreina, fue ahí cuando empezaron a tildarla de bruja y la situación se puso más complicada de lo que era. La echaron de todos lados, trabajos, casas y en cada pueblo que iba sucedía lo mismo. Susantina “la maquiavélica hechicera” le gritaban, la escupían, la empujaban y en lo hondo, en lo profundo de su ser, se fue gestando odio, abominación hacia todo ser humano y si era difamada como una bruja sin serlo, con la tirria que nació en ella, le dio la fuerza para convertirse en la más peligrosa hechicera de todos los pueblos. Se metió de lleno en la magia negra, hizo pactos, sacrificios y todo hechizo diabólico que encontró y sí, ciertamente lo logró, desarrolló un poder infrahumano, una energía negativa imparable y poderosa, de esas que uno sabe que existe pero prefiere no creer por miedo a darle poder, o, en el mejor de los casos, para poder dormir tranquilo por las noches.

Sí, Susantina lo logró, pero bien era cierto que no pudo hacer nada con su Andreina pero por lo menos, según su creencia, la podía proteger de que vinieran a buscarla y encerrarla en algún loquero.

 

Violeta la viuda era la única que trataba decentemente a Andreina que se ubicaba en estos momentos dentro de su negocio. Siempre le apartaba frutas y vegetales para dárselos sin costo alguno. Era cierto que Andreina le daba miedo y no comprendía como ese pobre ser, no recibía ayuda de ningún tipo. Ni siquiera de la iglesia. El padrecito Javier pedía donaciones para ella y su madre y podía dar fe que las personas, a pesar de sus burlas y miedos, aportaban, pero pareciese que esa ayuda nunca llegaba.

— ¡Hola Andreina, buenos días! —Saludo alegremente Violeta a Andreina mientras le daba los víveres que le había apartado.

—Buenos días. —Malhumoradamente respondió Andreina

— ¿Cómo estás?

—Bien... A ti que te importa estúpida. ¿Quien te piensas que eres? Tú no eres nadie, yo soy doctora y tú una verdulera, no me hables nunca más en tu vida, ¿me oíste? — despotricó Andreina.

—Perdona Andreina. — Con tristeza respondió Violeta que seguía escuchando las incoherencias de la pobre enferma.

—Acá... todos se van a morir y me voy a matar de la risa cuando eso suceda, porque son todos unos hijos de puta, son todos unos hijos de puta, puta de mierda. Yo soy la doctora y vivo en una mansión y... mi hermana es ingeniera e... e hizo todo este mugriento pueblo y... y mi novio es multimillonario y es doctor y tiene tierras.

—Que bien Andreina, me alegro.

—Me voy alegrar yo infeliz cuando se mueran, porque yo viajé por todo el mundo y estuve en los mejores sitios, estúpida de mierda, porque yo pago todo en la casa y me compro la mejor ropa y son todos unos hijos de puta.

En esos momentos en la parte de afuera del negocio se aglomeró la gente que vino a disfrutar del teatro montado por Andreina, riéndose, cuchicheando, acorralando a Andreina en el local que al sentirse atrapada, empezó a tirarle a la gente toda fruta y verdura que tenía a mano.

— ¡Andreina basta! —gritó Violeta al ver a Andreina tan fuera de si. — ¡Basta ya!

— ¡Hijos de puta, la puta madre que los parió!, ¡todos van a morir, todos se van a morir! —gritaba desgañitándose —No los quiero ver más en mi vida, ¿me entendieron?

—Déjenla marchar. — Salió Violeta en defensa de la loca de una población que con la fruta que Andreina tiraba, sé la comenzaron a tirar a ella, dándole fuertemente con una manzana en el ojo que hizo que Andreina comenzara a llorar. —Tengan compasión por el amor de Dios, está enferma, no sabe lo que hace ni lo que dice, ya déjenla en paz. — afortunadamente las palabras de Violeta provocaron la calma de la multitud que lentamente se apartó de la entrada y volvieron a sus que haceres con una risa en los labios de satisfacción, al creerse que hicieron la mejor obra de su vida burlándose de una enferma.

— ¿Andreina? ¡Por el amor de Dios! — violeta exclamó al ver la sangre que le caía por la cara de Andreina. — Permíteme curarte.

— ¡Déjame en paz! — empezó a gritar y a llorar — ¡Déjame en paz, los odio, los odio! — y se fue del lugar.



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En el texto hay: drama, historias, lecciones de vida

Editado: 01.09.2020

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