CAPITULO XIII
—Solo un poco más. — se decía el viejo Felipe al subir la última cuesta que le dejaría ver su pueblo natal.
—Solo un poquito más. — hasta que el anciano llegó a la cima.
Desde donde él estaba se podía ver todo el pueblo, sus calles polvorientas, su casa despintadas y deprimentes, algunas casas de madera muy humilde, la ostentosa casa del alcalde, la alcaldía, los pequeños negocios, la capilla que vista desde donde estaba el anciano, sí parecía una iglesia como el pueblo siempre dijo.
Era en la capilla donde iba a culminar su viaje. El lugar donde se aglomeraba todo el pueblo los domingos, no había ni un ser en ese pueblo que no asistiera a la misa dominical.
Durante el viaje Felipe había reflexionado mucho, quería darle la última lección a su pueblo. Un pueblo sumido en la ignorancia y en la comodidad intelectual. Enfrascados en un egoísmo hacia todo lo que lo rodeaba excepto, hacia ellos mismos. Pasando por todo sin siquiera voltearse a mirar, en una apatía absoluta que los iba consumiendo día a día. Indiferentes a todo tipo de congoja. Indolentes al sufrimiento de los animales, de los niños, de los ancianos, en pocas palabras, un desprecio a todo lo que los rodeaba, a todo lo que la madre naturaleza nos regala. Deshonrando la vida misma.
Sí, efectivamente, Felipe pensó mucho en hacer lo que iba a hacer; parte de él, de su corazón y de su mente, apoyaba la decisión, la otra parte no y no hubo forma de convencerla. Por más que argumentó con sus ideas más lógicas, por más que trató de confundirlas con su locuacidad literata, no hubo forma de seducir ni mucho menos persuadir a la otra parte de su corazón ni de su mente. Y en esa contienda entre ambas partes de su cuerpo, miró la lejanía y sintió que alguien lo estaba observando. Felipe sabía de quien se trataba, no logró verla por estar demasiado lejos y poseer mirada vieja, pero sabía que en la distancia, Susantina lo estaba mirando. El viejo intuía que Susantina podía adivinar sus intenciones, de cierto era una adivina sorprendente, de cierto también era que tanto ella como su Andreina eran asimismo víctimas de la crueldad pueblerina, por tanto, Susantina con todo su conocimiento en magia negra, con toda la hechicería que pudiera hacer, ¿la utilizaría para detenerlo? Él sabía en todo su ser que no.
Susantina miró el horizonte y en la lejanía divisó una figura. Al verlo, se sintió satisfecha, ya todo iba a suceder.
—Prosigue tu camino viejo que yo proseguiré con el mío.
— ¡Andreina! —gritó Susantina entrando a la casa. — ¡Empaca que nos vamos!
— ¿A dónde mierda te crees que vas a ir tú?, ¡si tú no tienes ni un peso, muerta de hambre! —gritó la pobre enferma asomándose desde su cuarto.
—Sí Andreina, ahorré dinero y nos vamos. Te acuerdas de ese lugar donde el piso es de agua y la gente anda en barquitos, bueno, ahí nos vamos a ir, dale, empaca tus libros de medicina y tu ropa. — dijo Susantina sonriendo con su elocuencia de seguirle pacientemente la corriente a la demente de su Andreina.
—Y tú ahorraste dinero ¿haciendo qué? Si tú te rascas todo el día, la única que trabajo todo el día soy yo. Porque yo soy doctora y...
—Sí, sí Andreina, empaca vamos.
—Porque yo vacaciono en las tierras de mi novio que también es doctor... — y escuchando a la pobre desequilibrada como la escuchó ya por tantos años, Susantina y Andreina se marcharon sigilosamente del pueblo.
Los sábados del pueblo eran monótonos como todos los días, pero ese sábado pareciera que fuese especial. La gente se había despertado con magia, con alegría, con optimismo. Salieron particularmente todos a la calle a disfrutar del sol, a compartir, a sonreírse unos a otros contagiando el jolgorio espiritual que los bañaba.
El alcalde y su madre compartían ese mismo sentir de júbilo. Tanto así que fue la propia Carlotina quien le propuso una idea a su hijo.
—Gervasio, ¿por qué no organizamos para esta noche una reunión colectiva en la plaza del pueblo?, no sé, están todos tan alegres, hay otro color en el ambiente, dan ganas de compartir, ¿no te parece hijo?
—Me encanta la idea madrecita, hace año que no se hace ninguna reunión. Sí, ¿porque no?, déjame hablar con Doña Constantina que ella tiene un don para organizar eventos de último momento.
—Yo te acompaño hijo, tengo ganas de caminar. —Y así se fueron rumbo al negocio de Doña Constantina.
Constantina se encontraba, donde se encontraban todas las mañanas desde que había abierto hace ya muchos años su negocio, en la cocina compartiendo el café matutino con su mejor amiga, Doña Clementina
— ¡Mírame Tina! , mira mis piernas, parecen morcillas. —dijo Clementina.
— ¡Hay amiga mía! toma, apoya las piernas en esta silla. Si tienes las piernas levantadas la sangre puede correr mejor y así puede calmar un poco el dolor. — le explicó a su amiga en una amabilidad nunca oída en los labios de Constantina.
—Gracias amiga, hoy estás de buen humor Tina, me gusta verte así.
—Ni que yo anduviera todos los días neurasténica. Pero sí, hoy me siento bien gracias a Dios, me siento con ánimos.
—Sí, yo también, mira si te cuento que hoy hasta mi esposo me trató con cariño que tú sabes que él ni me mira, pero hoy me preparó un café y me tostó el pan, hasta me dió un beso cuando se fue.
— ¡Huy amiga! ¡pero ese sí que se levantó raro!
—Yo no me lo podía creer, si te digo que hasta me sentí Scarlett O' Hará en la cocina con Rhett Butler.
—Tú estás enamorada de "Lo que el viento se llevó" Clementina.
— ¡Ay sí Tina!, tanto que yo soñé con Clark Gable y mi esposo, ¿te recuerdas Tina como se le parecía? Bueno, esta mañana hasta el parecido con él era sorprendente.
— Que bien amiga, Dios quiera y todo tome su buen curso y logres ser feliz una vez más. A la que no le fue muy bien es a Doña Ramona.