Epílogo
Todo el cuerpo militar se encontraba en el pueblo, igual que como sucedió en el sitio donde se inició la epidemia. Montañas de cuerpos eran arrollados en sabanas para posterior ser devorados por las llamas. De todos los cuerpos que se iban encontrando, el que más llamó la atención, fue el del sacerdote. Lo encontraron en su cama, con la mayor descomposición corporal que se haya podido ver desde que esta epidemia inicio, pero no solo eso, sino que todo su cuerpo descansaba en una montaña de joyas y dinero.
Entre todo el batallón que allí se encontraba, un ciudadano civil llamaba la atención. Se encontraba con un paño que le cubría la nariz y la boca para protegerse de la pestilencia, el ceño fruncido y mirada horrorizada. Ese civil era el buen Don Alejandro que veía como el cuerpo sin vida del viejo Felipe lo colocaban en una manta blanca para enrollarlo y entre dos militares cubiertos con mascarillas y guantes, lo arrojaron sin piedad a las devoradoras llamas que rápidamente consumieron la manta y quedó a toda vista, el cuerpo de Felipe siendo abrazado por el fuego. Don Alejandro había escuchado que era imposible que la epidemia llegara hasta este lugar, alguien debió haber contaminado las aguas de forma adrede. Don Alejandro preguntó en voz alta, al casi esqueleto de Felipe.
—Mi querido viejo amigo, tú siempre me hablaste de una última lección. Una lección que les haría escarmentar. Viejo Felipe ¿esta fue tu última lección?
FIN