El fin de semana se basó en mamá, yo y Brian. Papá se lo pasó en el despacho, estaba muy ocupado con un nuevo proyecto de la empresa y se le veía ilusionado, yo no iba a entrar para reclamarle que pasara tiempo con nosotros, aunque si me decepcionó un poco.
―¡A ver, muevan esas piernas! ―grita el entrenador Robinson, sacándome de mis pensamientos.
Hoy hay entrenamiento y Sam y yo estamos aquí, sentadas en la misma banca que los del equipo de hockey mientras los vemos patinar de un lado a otro.
Y ahora que lo pienso, nunca he patinado, me pregunto qué tan difícil será.
El viernes por la noche, después de haber ido a dejar a Katty, le dije a Jacob que me dejara a dos cuadras de mi casa, y no es porque no quisiera que vieran mi hogar, sino porque se me antojó un helado y de camino a casa me lo pasé a comprar.
Escucho el fuerte sonido del silbato que me hace dar un respingo.
―¡Parecen como si nunca hubieran jugado hockey! ―el entrenador se brinca la pequeña pared que nos separa de la pista de hielo y entra con cuidado de no caerse.
―Vaya, este sujeto si que grita ―se queja Sam, mientras cruza los brazos.
―Y qué lo digas ―escuchamos a alguien responder.
Me inclino hacia adelante para ver el autor de la voz al tiempo que la rizada mira a su costado.
Se escuchan los gritos del entrenador Robinson por todas partes y trato de reprimir una carcajada.
Me quedo en silencio cuando veo a Samuel.
Oh, mi Dios.
No digo nada y vuelvo a mi lugar, observando como las cuchillas resbalan sobre la pista.
Sam gira lentamente su cabeza hacia mí y abre los ojos un poco.
Normal, es un chico popular hablándole a dos chicas para nada llamativas en el instituto.
―Hey, tú. Entra ―dice el entrenador regresando y señalando a Samuel.
Él se levanta y camina hacia la pared para luego brincarla sin mirar atrás.
Suspiro cansada porque no hemos hecho nada para ayudar más que estar sentadas desde que empezó el entrenamiento.
―Mañana será el primer partido del campeonato y parece como si fueran novatos ―escucho murmurar al señor Robinson, mientras se lleva las manos a la cabeza.
―Pero mejorarán ―le animo, al ver su agobio, para luego querer que la tierra me trague cuando me mira.
―Eso espero ―se cruza de brazos y sigue observando a los chicos.
Este hombre intimida demasiado.
Al cabo de unos minutos, el partido termina y veo a Sam con muchas botellas de agua.
Le ayudo con ellas y los del equipo se acercan para tomarlas.
Ni siquiera me fijo a quién se las doy, hasta que me llama así.
―Gracias, preciosa ―levanto la vista de golpe y lo fulmino con la mirada, él rompe a carcajadas y se va.
Estúpido Matthew, de no ser porque tenía el uniforme del equipo con toda esa protección, le hubiera dado una patada en la entrepierna, y lo tiene bien merecido.
Entre los jugadores, no busco a alguien en especial, hasta que lo veo y sonríe, es entonces que le devuelvo el gesto.
―¿A quién le sonríes? ―pregunta Sam a mis espaldas, haciendo que me asuste y la mire.
Iba a responder cuando me interrumpieron.
―¿A quién va a ser? ―dice de manera obvia y lo observo posicionarse a mi lado―. A Chris, por supuesto.
―¡Connor! ―me quejo.
Algunos jugadores se sientan en la banca para recuperar el aliento, otros ya se están yendo a los vestidores.
―¿Qué? ―dice de manera inocente y levanta ambas manos en forma de rendición―. No he dicho nada malo.
―No, pero se un poco más discreto ―le recrimino.
Sam me da un codazo disimulado en las costillas y la miro.
Está con una sonrisilla y roja hasta las orejas, entonces me percato que Nick la está viendo.
Anda, este ya se interesó en Sam. ¡Lo sabía!
Le sonrío de vuelta a la rizada y el entrenador Robinson nos da las gracias por nuestra ayuda, a pesar de que no hemos hecho gran cosa y me sorprendo de que lo haga.
―No es tan malo como aparenta ser ―me dice Sam mientras salimos de la pista hacia el pasillo.
Lo único malo que debo admitir es que tendré que ver a ese insoportable de Matthew y perder clases ―lo cual no me hace mucha gracia―, ya que el señor Robinson hace los entrenamientos cuando le da la gana. Este ya es el tercer entrenamiento de la semana al que asistimos.
Por el resto, no hay problema, voy a estar encantada de decirle a Brian ―ya que empezó la universidad y no nos hemos visto― que soy asistente del entrenador de Hockey, pero... ¡Mamá! ¡Mierda! Lo había olvidado, ya de seguro le llegó una notificación de mi castigo. ¡Genial! Quizá me alargue la tortura. ¡No podré jugar Just Dance en mucho tiempo!
Me desinflo cual globo al pensarlo.
Aunque... Nunca dijo que no fuera en alguna de las casas de las chicas.
Me recupero casi al instante y sonrío.
También es un alivio saber que tengo la academia para distraerme.
Me dirijo a la siguiente clase: Geografía.
Ambas nos dirigimos a los casilleros para sacar los libros y cuadernos que ocupamos.
Empiezo a meterlos en la mochila y Sam también, cuando cierro la puerta miro al otro extremo del pasillo.
¡Nick la está mirando!
Decido reservármelo hasta que la rizada y yo salgamos de aquí.