Miro su equipaje junto a la puerta. Aún no puedo creer que nos dejen, es decir, a mí y a Brian solos.
Lo bueno es que tal vez le pueda gastar una broma.
Froto mis manos con una sonrisa maliciosa, es claro que será sencilla, tampoco es como si lo quisiera traumar de por vida. ¡Es mi hermano! Oh bueno, quizá solo un poco.
―¡Abby, ven acá! ―grita mamá desde la cocina.
Salgo de mis malvados pensamientos y me dirijo donde ella se encuentra.
Está ordenando algunos alimentos enlatados en la despensa, su cabello está tan largo que le llega por la cintura, aunque es fino y lacio, como el mío.
Se da la vuelta una vez que termina de colocarlos en su lugar, se aparta un mechón de cabello de la cara y me sonríe, sus labios finos, delgados y delicados.
Desearía ser tan hermosa como ella.
―Tu padre y yo hemos ido a comprar una serie de alimentos, así no les faltará nada y no tendrán que salir hacer compras a menos de que se lo acaben todo ―me da una de esas miradas con las cuales se refiere a mí y a Brian, pero mas que todo a mi hermano, que tiene un estómago sin fondo.
Por otro lado, siento un vacío en el pecho con solo imaginarme que viajarán a otro país y estarán lejos. Nunca me he separado de mis padres, y ahora que lo hacen, me siento ansiosa, nerviosa, y no puedo evitar preguntarme cuánto me harán falta.
Al parecer se percata de mi mirada preocupada, ya que se acerca y acaricia mi mejilla con su mano.
―Solo serán un par de semanas, cariño, y pronto volveremos a casa.
Asiento cuando trata de calmarme, aunque no se note lo inquieta que estoy, pero sus palabras no surten algún efecto.
―Cariño ―dice papá entrando a la cocina―, ya es hora de irnos.
Mi cuerpo se estremece y caminamos hacia la salida, donde Brian se encuentra sentado en la parte trasera del auto, el cual está estacionado frente a la casa.
―¿Ya nos vamos? ―pregunta mi hermano, abriéndome la puerta desde adentro y me deslizo hasta llegar a su lado.
―Deja de hacer tantas preguntas o le diré a tu madre que se quede ―gruñe papá entrando al vehículo.
Mamá le lanza una mirada reprobatoria a mi padre y él se encoge de hombros con cara inocente.
―¿Qué? ―pregunta. Mamá se limita a negar con la cabeza y nos ponemos en marcha.
Papá enciende la radio y observo por la ventanilla, preguntándome por primera vez qué haré cuando mis padres se vayan.
Lo más probable que lea un libro o... vea televisión mientras como comida chatarra, y en todo esto, incluya a Ari conmigo, así no me sentiré mal y engordaremos las dos juntas.
El resto del camino se basa en silencio y uno que otro comentario de mamá sobre no olvidarnos de sacar la basura, lavar los platos, nuestra ropa, entre otras cosas, y por supuesto, sus advertencias, cero peleas, bromas de mal gusto ―hice un mohín cuando dijo eso―, pero sobre todo: fiestas.
Si fuera por mí, nunca las haría, aunque no sé de mi hermano.
Está en esa edad en la que solo se va de fiesta con sus amigos, pero dudo que sea probable que él haga una en casa, ¿o me equivoco?
Por otro lado, debo decir que aunque nuestra economía es muy buena, mamá y papá han optado por criarnos de diferente manera que a la del resto de sus socios a sus hijos.
¿Han visto alguna vez esos niños malcriados e insoportables, los cuales obtienen todo con facilidad? ¿Cómo les dicen...? ¡Ah, sí! Niños de papi y mami. Pues bueno, ir a una de las cenas de los socios de papá o mamá, implica ver entre al menos uno o dos de esos.
Mamá dice que eso no nos ayudará en la vida, por lo que Brian y yo debemos ganarnos lo que queremos, como por ejemplo: ayudar en los quehaceres de la casa, eso y que no tenemos sirvientes, mamá prefiere hacerlo todo ella y yo le ayudo, por supuesto.
El camino se hace corto y para cuando me doy cuenta, estamos aparcando en el estacionamiento del aeropuerto.
Bajamos del auto, todos en sumo silencio, como si fuera un funeral.
Papá abre la cajuela y pone las maletas en el piso, luego cierra la puerta y empezamos a caminar hacia la entrada del edificio.
Una vez dentro, observo lo inmenso que es, todo de color blanco, con grandes ventanales que van desde el piso hasta el techo, y un mar de personas.
Escucho constantemente por los parlantes los vuelos atrasados, cancelados y otros que saldrán dentro de pocos minutos.
Me volteo para mirar a mis padres, pero papá no está.
Veo más allá del hombro de Brian. Está documentando el equipaje.
De pronto, siento una mano tomando la mía, cálida y delgada. Mamá.
Ella me sonríe tiernamente, como habitualmente lo hace, y da un pequeño pero fuerte apretón.
Sé que es difícil dejarnos y como ya había dicho antes, nunca nos habíamos separado de papá y mamá por tanto tiempo. Ni siquiera en el caso de la universidad, ya que Brian viaja los fines de semana a casa o simplemente decide quedarse un mes entero. Esto porque él alquila departamento.
Papá regresa y suspira, mirando a mamá.
―Anne ―pronuncia su nombre, con un toque de sugerencia.
Ella se gira hacia nosotros y nos abraza. Es un abrazo largo, nostálgico y como si deseara que nunca acabara.