La velocidad del vacío

| Cero |

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Enero 31, 2016.

El doctor se acerca hasta el hombre en la sala de espera, y desde ya, comienza a tener muy mala espina. No lo reconoce, pero parece esa clase de hombre que no va por la vida con muy buenas intenciones. Viste un traje elegante de pie a cabeza; el aspecto de sus zapatos escupe millones de dólares, y brillan como si hubieran sido lustrados solo para la ocasión. No tiene canas, aunque ya debe andar dentro de los cincuenta o sesenta. Difícil saberlo. El viejo doctor se pregunta si es que habrá pasado por alguna cirugía, o es que va en la genética de la gente adinerada envejecer sin rastros de ello. Como si cinco años de la gente normal fueran solo uno para ellos. Probablemente se deba también, a que ellos no tienen que levantarse temprano para cumplir un horario y quedarse horas extras cuando se ven escasos de dinero. Hacen riquezas al mismo tiempo que duermen. Cualquiera tendría un feliz descanso si no tuviera preocupaciones— Piensa.

Lo otro que le es extremadamente extraño, es la tranquilidad con la que él se pone de pie para ir a recibir las noticias. El doctor ha sido el encargado de la paciente desde que esta ingresó en estado grave después de un choque automovilístico que casi la mató. Él ha estado presente desde el inicio. Ya ha pasado más de una semana, sin embargo, de parte de aquel hombre no ha recibido más que medias sonrisas y una calma absoluta. No lo ha visto llorar o perder los cabales incluso después de que le dijeran que la chica se fracturó el cráneo y que una operación era necesaria para saber que era lo que ocurriría con ella. Se quedo ahí tranquilo, como si él supiera el desenlace de la operación desde un principio y no valiera la pena preocuparse demás. Lo dejo en sus manos, doctor. Fueron sus palabras, y tomó asiento junto al chico detrás de él, quien por el contrario, tiritando dentro de sus ropas igual de caras, parecía a punto de un colapso.

Hoy el hombre acaba de llegar, había sido informado de que la paciente por fin despertó, y que necesitaba hacer acto de presencia. Hace ya dos días que el doctor no veía a nadie más que aquel joven, quien insistía ver a la chica incluso cuando ella aún seguía inconsciente.

—¿Como está ella?— pregunta el chico con voz más alta de lo normal, incapaz de controlar la curiosidad detrás del misterio de la llamada del doctor.

El hombre del traje lanza una sola mirada hasta él, y eso es suficiente para hacerlo retroceder. —¿Que tal todo?— le pregunta él entonces.

El doctor carraspea un poco, algo desconcertado. La verdad es que no se sienta para nada cómodo frente a él. —La recuperación de la operación a sido un éxito— dice. —Athemia a sido muy fuerte.

—Vaya— es todo lo que dice. Al doctor hasta le parece sentir un poco de decepción en el tono de su voz.

—Sin embargo— continua, —ahora que despertó, conocemos por fin las verdaderas secuelas del accidente.

El hombre del traje alza las cejas, mostrando interés —¿Que tipo de secuelas?

—Amnesia— responde simplemente, usando aquel poder divino que poseen los médicos para expresar malas noticias sin siquiera desarmarse.

—¿Amnesia?— el joven vuelve a abrir la boca en un impulso, pero esta vez el hombre del traje no se preocupa de contenerlo. Esta bastante interesado en lo que el doctor tiene para decir.

—No sabemos hasta que punto ha perdido la memoria, eso tendremos que descubrirlo con el tiempo. Por ahora solo podemos ayudarla a entender poco a poco.

—¿Va a recuperar la memoria?

El hombre de la bata blanca hace una mueca. —La amnesia es una secuela complicada. Jamás se puede saber a ciencia cierta el grado de daño que se provocó y cuánto se tardará en recuperar aquella memoria perdida— hace una pausa. Desvía la mirada desde el chico hasta el hombre. —Puede que vuelva en un día, así como puede que no vuelva jamás.

Es el turno del hombre del traje para carraspear. —¿Podemos... entrar a verla?

El doctor asiente lentamente. —Con su ayuda podremos saber exactamente el grado de su amnesia. Sin embargo les pido no presionar; eso podría causar daños peores.

Ve como ambos asienten y no espera mucho más para girarse y poner camino hasta la sala donde se encuentra la paciente. En el interior la luminosidad es más alta porque solo entra luz solar. Hay una enfermera más en en interior chasqueando el estado de la paciente en las máquinas. Todos centran su atención en la chica sobre la camilla; Está sentada a medias; tiene vendada la mitad izquierda de la cabeza, un yeso en brazo izquierdo y muchas rasmilladuras en su cara y derecho. Sin embargo ella no parece notar nada de eso. Se muestra nerviosa y desconfiada, desviando la mirada hacia cualquier cosa que se mueva. El doctor se detiene a los pies de la camilla y le pone atención a la reacción que tiene ella al ver entrar a los demás. Espera algún rastro de reconocimiento en su mirada, algo de tranquilidad; sin embargo, lo único que se encuentra, es mucha más duda e inseguridad. El hombre de la bata incluso parece percibir más confianza hacia él, que hacia su padre.

—¿Quien... quienes son?— le pregunta, su mirada cargada de miedo busca respuesta en los ojos del doctor.

—¿No los recuerdas?— le pregunta. Ella se vuelve a mirarlos una vez más, pero no detiene su mirada en ellos mucho más tiempo que la vez anterior.

—¿Que van a hacer conmigo? ¿Por que están acá?— pregunta histérica ignorando la pregunta del doctor.

El hombre del traje se acerca un paso, pero solo consigue poner a la chica más nerviosa. —Athemia...

—¿Quien es Athemia?— interrumpe ella, completamente desorientada.

La sonrisa en el rostro del hombre del traje es aterradora y siniestra incluso para el doctor. Le gustaría intervenir y sacarlo de la sala, apartarlo lo más posible de la paciente, porque no parece que vaya a hacerle ningún bien. Sin embargo no tiene ningún derecho, y él los tiene todos.




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