La venganza del millonario

Prólogo

Fernando

Ante mis ojos tengo la tumba de mi hermano, con un féretro vacío, y mi alma está más oscura que la ropa que portan los presentes. No hay nadie que logre calmar este sentimiento que comienza a brotar de mi alma, la sed de venganza, esa que jamás había experimentado.

Escucho a lo lejos el llanto lastimero de mi madre, ella es la que más está afectada por la muerte de mi hermano, mi gemelo, ese con el que crecí incluso desde dentro del vientre; nos conocimos en el mismo instante en que fuimos concebidos y siempre fuimos inseparables.

Ahora, y gracias a las ambiciones de ciertas personas, me han fragmentado, se han llevado una parte de mí y no estaré tranquilo hasta que logre que paguen las personas involucradas. Mi corazón me pide a gritos que haga justicia y que, el día en que mi alma vuelva a unirse a la de él con la llegada de mi propia muerte, entonces volveré a ser feliz por completo.

—Hijo, es momento de marcharnos. —La voz de mi madre no es la de siempre, ella está igual o peor que yo, porque fue ella quien nos cargó en el vientre, somos sus hijos y entiendo que le duela perder a uno de ellos.

—Váyanse, necesito quedarme unos segundos más con él —logro decir.

—No, de aquí no me voy si no es contigo.

—¡Déjame! —hablo mucho más fuerte de lo que quería al sentir el toque de mi madre, quien me está invitando a irme con ella, pero aún no estoy listo, necesito un momento a solas—. Iré después de que me despida de él, un segundo más —termino diciéndole al darme cuenta de que sus ojos se han llenado de agua, ahora por mi culpa.

—De acuerdo —responde resignada. Oigo cómo todos se marchan y entonces volvemos a estar solo él y yo, aunque no se encuentre dentro de la caja, en esencia es Daniel quien está ahí dentro.

—Hermano, es momento de despedirnos. Te dejo ir, pero no estaré tranquilo hasta que haga pagar a la persona que te hizo esto, a la persona que nos separó, juro ante esta sepultura que no descansaré hasta que la otra persona se encuentre como tú estás ahora. Mi hermano de locuras, mi compañero, mi amigo fiel, el que siempre estuvo en primera fila apoyando mis demencias, descansa en paz que yo no descansaré hasta verte de nuevo.

Deposito la rosa que portaba en mi mano, esa que se ha comenzado a marchitar tal como lo estoy haciendo yo. Las lágrimas que se negaban a salir, ahora no hay quien las pare, siento mis mejillas mojarse y ni siquiera me preocupo en limpiarlas. Dejo la flor sobre la tumba que simbólicamente cubre a mi hermano y me despido de forma definitiva, o por el momento.

Llego al coche donde ya todos se han subido, menos mi madre. El impulso me hace llegar hasta ella, escondo mi cabeza en su pecho como cuando era pequeño y lloro junto con ella.

—No es justo, mamá, no es justo. Quiero que me devuelvan a mi hermano, devuélvanmelo por favor, lo quiero aquí, mamá.

—Todos lo queremos aquí, la vida fue injusta con nosotros, pero debemos ser fuertes por él, Daniel no quisiera vernos de esta manera.

En segundos toda la familia se encuentra rodeándonos, y entre todos tratamos de encontrar la fortaleza que nos hace falta en estos momentos. En silencio subimos a los coches dispuestos, cada uno de mis hermanos se marchan con su familia, mientras que yo voy junto a mis padres, aún nos sigue rodeando la tristeza y dentro se pueden escuchar los sollozos de mi madre, yo permanezco callado, es lo mejor que puedo hacer por ahora.

Llegamos a casa, Lucas se va a la cocina a prepararnos algo, mientras que los demás permanecemos en la sala en espera de que mi padre hable, lo ha pedido así. Cuando todo está dispuesto, escuchamos su discurso. Mi madre es la ausente, se ha marchado a descansar gracias al tranquilizante que le han dado.

—Quiero agradecer a cada uno de ustedes por estar aquí. Mi corazón y el corazón de todos ustedes se ha fragmentado debido a la pérdida irreparable que hemos sufrido. A todos nos duele su partida, pero es necesario dejarlo descansar. Deseo que cada uno de ustedes continúe con su vida, que vivamos lo más normal posible por su bien y especialmente por el de su madre.

Todos asienten en señal de que están de acuerdo y dan palabras de consuelo, me quieren involucrar, que hable, pero no quiero, la culpa sigue haciendo mella en mi ser, mi hermano pagó las consecuencias de haber confiado en una mujer que nos traicionó. Sin despedirme de nadie, me levanto y voy hasta mi habitación, mejor dicho, la habitación de Daniel, me acuesto en su cama y oculto mi rostro en la almohada, amortiguando con ella el llanto que sigue y sigue saliendo.

—Perdóname hermano, perdóname. Es mi culpa, solo mi culpa.

No logro dormir, o tal vez sí, y en mis sueños se repite una y otra vez la misma escena y el rostro de ella. Es la que no se va, y me alegro porque así no la olvido. Quiero grabarme su figura para cuando llegue el momento de enfrentarme a ella, para cuando llegue el momento de la venganza del millonario Torres.




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