La venganza del millonario

2. ¿Coincidencias?

Sam 

Ni siquiera pude seguir durmiendo después de haberme levantado sudando y con el corazón latiendo a mil, todavía no logro descifrar mi sueño o pesadilla.

Lo mejor que puedo hacer es salir a correr y sudar todas las malas vibras, y por supuesto, terminar de despertar antes de ir a la escuela. Mientras estoy corriendo paso a mi cafetería favorita y camino a casa disfrutando de este líquido caliente.

No he avanzado muchos paso de la cafetería, cuando comienzo a notar que alguien está detrás de mí, por alguna razón quiero correr, es un sentimiento de miedo, como si presintiera que en este instante lo mejor que podía hacer es huir, correr hasta no pisar el apartamento.

—Hola —escucho la voz que reconozco, porque si, esta voz se ha quedado en mi cabeza y tal parece que no saldrá tan fácilmente.

—Qué coincidencia —respondo viéndolo fijamente para corroborar que no sea una alucinación.

—Pasaba por aquí y de pronto te reconocí, y quise venir a saludarte.

Ruedo mis ojos como si no me creyera lo que me está contando.

—Te invitaría un café, pero veo que estás tomando uno. —Señala el vaso que llevo en las manos.

—Pero puedes pasar a pedir uno y tomarlo en aquel asiento. —No sé por qué le dije esto, es extraño que yo esté invitando a alguien, jamás lo había hecho.

No se lo tuve que decir dos veces, este hombre enseguida se mete a la cafetería y para que no me escapara, él me lleva dentro. Mientras espera que le den su café, me siento en una de las mesas y tal como le dije, cuando se lo dieron optamos por caminar hasta las bancas del parque en donde nos sentamos a disfrutar del café, sin decir palabra por un tiempo.

—Y cuéntame, ¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí? —Rompe el silencio.

—Toda la vida. —Una mentira parcial.

—Y, ¿cómo es que hablas un español tan fluido?

—Mis abuelos eran latinos y en casa siempre se habló en esa lengua. Y tú, ¿Cuánto llevas viviendo aquí?

—Un par de años —responde sin emoción. Entonces no es de aquí.

—¿Qué haces tan lejos de casa? —pregunto realmente interesada, es extraño que esté lejos de casa, aunque no es raro porque muchos extranjeros vienen a trabajar aquí, pues imagino que trabaja.

—Circunstancias de la vida que me hicieron venir hasta aquí. Es como un nuevo comienzo.

El silencio se vuelve a hacer presente y entonces recuerdo que tengo un asunto importante, veo el reloj de mi muñeca y me doy cuenta de que es tarde, me levanto dispuesta a irme.

—¿Te vas? —podría jurar que con su mirada me pide que me quede, o tal vez me lo estoy imaginando.

—Sí, necesito hacer algo urgente —le digo ignorando la necesidad de no querer irme.

—¿Puedes decirme tu nombre?

—Y, ¿el tuyo? —contraataco.

Nos quedamos viendo en un juego de mirados, esperando que alguno de los dos ceda. Como parece que nadie va a decir su nombre me despido de él moviendo la mano, tal vez si me lo vuelvo a encontrar le diré cómo me llamo.

Llego corriendo al departamento y encuentro a mi amiga en el elevador, parece que la noche se alargó un poco.

—No me digas que ahora si encontraste a tu media naranja —me burlo un poco y ella me mira enojada.

—Pues aunque lo digas de broma, seguiré buscando hasta encontrarlo algún día.

—Y mientras irás probando diferentes flores como las abejas.

Nos reímos de mi mal chiste y mientras llegamos me va contando lo que hizo en la fiesta y como terminó en casa de unos de sus amigos, junto a demás compañeros, al llegar dentro del departamento, me ha terminado de contar sus aventuras.

—¿Desayunamos? —pregunta antes de entrar a su habitación.

—No puedo, sabes que hoy es sábado. 

Recibo por respuesta un encogimiento de hombros, desapareciendo tras la puerta.

Ella entiende que este día es sagrado para mí, porque es el único día en que puedo visitar a mis abuelos en la residencia donde están desde que entre a la universidad y fue por voluntad, no porque yo lo haya querido hacer, si por mí fuera, estaría junto con ellos en nuestra casa.

Me doy un baño y con ropa más cómoda, voy hasta la casa de retiro.

Mis abuelos me reciben con los brazos abiertos, ya me estaban esperando con uno de los clásicos pasteles que mi abuela aún pude hacer y que cada fin de semana compartimos con las demás personas que se encuentran aquí.

—¿Cómo va la escuela?, mi amor —dice de forma cariñosa mi abuela mientras recorre mi rostro con sus manos, de este modo mostrándome su afecto.

—Va muy bien —como siempre no detallo más porque la verdad es que no va tan bien como lo hubiera deseado, no logro concentrarme del todo. O será que soy muy distraída.

—Ya te he dicho que no es necesario que sigas ahí, si así lo deseas puedes empezar a… —Ya sé por donde va mi abuelo, así que antes de que continúe, lo interrumpo.

—No abuelo, también te dije que necesito terminar la carrera, es una promesa hecha que no pienso romper. Pero mejor cambiemos de tema y cuéntenme que tal les ha ido. ¿Qué cuenta de nuevo la señora Emma?

Ambos me miran por mi cambio de asunto, pero también me siguen la corriente.

Paso todo el día con ello, jugamos ajedrez, cocinamos, vemos una de sus películas favoritas que a decir verdad también es la mía.

Y el día termina.

El domingo me la paso en casa, tratando de estudiar un poco para los exámenes que se ven próximos y en un abrir y cerrar de ojos el lunes llega y junto con ella mis enormes ganas de asistir a la universidad.

La carrera de negocios no es lo mío; sin embargo, hice una promesa y la pienso cumplir. 

Nos montamos en mi coche, ella maneja, ya que soy torpe incluso para eso, mientras yo voy de copiloto y cambiándole a la música que vamos cantando a todo pulmón, quien nos viera diría que estamos locas. Y casi al llegar el tráfico se vuelve intenso, maldigo internamente puesto que mi primera clase es con el profesor que parece un ogro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.