La Vida En Un Suspiro

Danse Macabre

El arco asesino degolló mi sol y la cabeza de este quemó mi escote con su látigo de fuego.

Lava roja se deslizaba entre mis senos que no habían amamantado o satisfecho lascivia mortal. El hierro líquido serpenteaba por mi abdomen y desaparecía en algún lugar al sur.

No sentí ni un ápice de dolor, solo sentía la burbujeante sangre tibia que acariciaba mi abdomen y vientre de forma ininterrumpida.

Dejé que el cello cayera sobre la madera y arrojé el arco hacia el espejo en un afán por liberar a los seres del otro lado, pero este no se quebró. 

Un grito sordo llegó hasta el mundo del bendito espejo.

El espectro de mi madre me miró con pena mientras señalaba la planta baja de la casa.

''¿No ves que sangro?'' Reclamé su atención presionando en la laceración.

Mi reflejo y el espectro se hicieron uno.

Las dos sangrábamos.

Intentamos abrazarnos y el infinito vacío se burlaba por cuanto nuestra humanidad limitada se negaba a ver que éramos bufones del destino que los dioses.

Caroline sonrió mientras una lágrima de diamante se deslizaba por su mejilla, acariciando mi herida. La sangre y aquel brillo celestial formaban escarcha rubí.

Caí en un trance que me arrastró al abismo del espejo donde Caroline viajaba a la velocidad de un bólido cósmico. Mis pies atados a la insoportable noche, mi cabeza hecha un murmullo de voces distorsionadas que me alejaban de mamá.

Mamá no estaba para curar mis heridas.

''¡NO!'' Zapateé frenéticamente en el espacio vacío hasta aplastar las voces al ritmo de un tango emergente de los infiernos.

Una luz cegadora termina por arrebatarme a mi ángel.

Solo quedamos el infinito negro y mi estático ser suspendidos a los pies del maestro cello.

Mi cuerpo temporalmente anestesiado ya empezaba a sentir dolor.

Tomé una vela y salí al mundo exterior dejando huellas de sangre.

Todo era silencio después de horas de risas de los mellizos.

Como si hubieran cerrado una caja musical de un golpe, todo sonido se había escapado por las grietas.

''¿Papá?'' Tenía miedo.

Una voz grave que articulaba rezos en lenguas desconocidas, provenía de las escaleras.

El paso de Caroline de este plano al del más allá fue precisamente un paseo escaleras abajo, así que el penetrante silencio y la vista lejana de las escaleras hicieron que el inquebrantable espejo se rompiera y liberara los peores sentimientos: miedo e ira. 

''¡PAPÁ!'' ¿Miedo o ira?

''Señorita Christine por favor no siga avanzando.'' Era Bernard, pero no era su voz. Eso que hablaba era una sombra deforme que quería devolverme a mi burbuja.

La vela cayó sobre el piso. 

No me importaba si el mundo estaba en llamas. Nadie me haría detenerme. 

Corrí con todas mis fuerzas escaleras abajo. Me volví mantequilla derretida entre las manos fuertes de Bernard.

Seguí corriendo hasta donde mis pies querían.

Mi corazón latía tan fuerte y tan rápido que quería vomitar mis entrañas. El péndulo no mermaba su danza macabra, mis entrañas estaban por doquier.

Un mal paso me envió de bruces contra el frío calcinante del piso de madera.

Mis pechos virginales que nunca habían amamantado se aplastaron hasta que mi piel quedó en contacto con unos mallugados pulmones.

Un ente de fuerza descomunal me levantó y me arrastró hasta esa escena que se quedaría grabada en la cara interna de mis párpados. 

Esos ojos grises que alguna vez me miraron como si fuera la estrella más brillante del universo ya no tenían brillo, esos labios vivos que articulaban mera elocuencia habían sido silenciados con una apertura mandibular anormalmente desencajada. 

El ente me levantaba del piso y me hacía flotar hasta dejarme en puntilla de pies.

Mis pulgares se quebraron, el ente me liberó y caí de rodillas.

Ese Dios de amor que no juzgaba se burlaba de mi dolor una vez más esa noche.

Sin pecar estaba ardiendo en el infierno mismo. 

''¿QUÉ MÁS DESEAS ARREBATARME?'' Mi ira dolía más que el saberme sola en este mundo. 

Caroline llenó nuestros días de luz y esa luz ya no estaba, pero teníamos al fuerte roble Haze. Éramos tres cachorros vulnerables y este mundo no se apiadaría de nosotros. 

Una cohorte de demonios surgían de lo más profundo del pantano y marchaban entre carcajadas. 

Al parecer nada más yo los escuchaba, pues la sombra inmóvil de Bernard no se inmutaba de la horda de espectros que venían a arrebatarme otro pedazo de la vida.

De rodillas, le supliqué a los cielos que esos seres espeluznantes que venían desde el profundo pantano me llevaran con ellos y dejaran el alma de mi padre en su cuerpo. Kate y Tony eran una responsabilidad que sobrepasaba mi entendimiento, ellos necesitaban un padre, no una niña a punto de quebrarse en lo que se convertía en mujer. 

Si ya era una pena vivir maquillando una sonrisa cuando deseaba salir corriendo hasta el Averno para liberar a nuestro ángel, ¿qué sería de nuestro voluble hogar ahora?

Quería inundar la caja de resonancia del piano con mis lágrimas, pero la rabia no permitía que mis glándulas lagrimales liberaran las aguas saladas de mi tormento. 

Abrí los ojos y me encontré en el inerte regazo de mi papá rogándole que volviera, mas el olor a putrefacción se apoderó de mi hogar, mi refugio, mi todo. 

Los fuertes brazos de Bernard me levantaban gentilmente de la miseria y me acurrucaba entonando una de sus canciones ancestrales, mientras por el rabillo del ojo miraba impotente cómo los demonios enlodados olfateaban el cuerpo sin vida de nuestro rey.

Mis uñas quebradizas eran de hierro y se clavaban en la piel ébano de mi ángel, quien seguía arrullándome en una lengua que nunca aprendí, pero que siempre sonaba como miel celestial.

El alma del patriarca Haze no pertenecía con esas criaturas abominables de los pantanos, sino que ya se elevaba sobre nuestras cabezas rumbo a unirse con Caroline, Dante, Beatriz y todos los amantes eternos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.