El algodón es una de las fibras más versátiles ya que le ha brindado al hombre la posibilidad confeccionar vestido, limpiar y curar heridas, extraer aceites y demás pero en donde nací el algodón no era una simple fibra de infinitos usos sino un símbolo de la esclavitud de los millones de africanos apartados de su tierra. Trabajaban hasta palidecer enriqueciendo a las familias que forjaron una nación que se jacta de su poder y sentido de emprendimiento. No sé si algún día podré volver a tocar una prenda hecha de algodón sin que un vórtice me arrastre a los días anteriores a esta celda. Las joyas cubiertas de sangre nunca lucieron tan bien cuando decoraban mi piel sedienta del ayer; las noches de ballet o de ópera en el Covent Garden no pueden nublar el blues de los esclavos; los halagos de lores y ladies eran patrañas. La opulencia del putrefacto Londres victoriano es detestable pues lo que me ha dado es heridas que ni las caricias del algodón más puro serían capaz de sanar.
Bernard, Bonnie, Makayla, Nevaeh, Zion no hay día en que no los extrañe y lamente su destino después de mi partida. Jamás me perdonaré el haber errado al pensar que sin mi padre las cosas no cambiarían para nuestro hogar. Dios sabe que con sangre he pagado mis debilidades. Ustedes fueron llevados a un territorio hostil tras ser arrebatados de lo que más amaban y no entendía por qué me querían siendo parte de la raza que los trató como carne de cañón pero al estar en donde me encuentro creo saberlo. Como seres humanos tenemos la necesidad más que de sentirnos amados, de amar. No amo estar acá, amo a lo que dudo volveré a tener en esta vida o en la otra.
Anthony, Katherina ustedes fueron lo que más me dolió al saberme en un país tan gris. Un océano me separaba de verlos crecer y convertirse en algo mejor que nuestros antepasados. Las canciones de cuna que tanto disfrutaban retumban en mi cráneo como gemidos provenientes del mismísimo infierno porque ustedes ya no están para hacer de esas melodías lo más angelical del universo. Odiaba ir a dormir cuando estaba en casa pues esas horas en la tierra de los sueños me distanciaban físicamente de ustedes y por eso es que despertaba antes de que el gallo cantara para volar hacia sus dormitorios y deleitarme viendo a Anthony balbuceando cosas extrañas mientras peleaba con su almohada o a Katherina pateando bestias imaginarias bajo las sábanas. Los amo tanto que no puedo esperar a que esta pesadilla acabe para abrazarlos otra vez, todo esto que nos separó no es más que un monstruo. Los monstruos no existen.
Mamá, tú la hermosa Caroline que tocaba complejas piezas de piano como si se tratara de un quehacer de lo más trivial como peinarse...No logré entenderte del todo porque los quince años que la divina providencia me regaló junto a tí no bastaban para ver todas las capas de tu aparente frialdad de porcelana. Todo lo que me enseñaste para ser una dama refinada lastimaba porque no quería ser como tú pero es mentira, yo nunca pude ser como tú y me odiaba por eso porque para mí eras perfecta y eras algo inalcanzable pero recuerdo no había día que no nos cubrieras de besos y palabras dulces. Te necesito para que enseñes a lucir como una dama en medio de tanta miseria.
Papá, para tí el algodón era tu forma de ganarte la vida y no por eso dejaste que las maneras de estos tiempos le dieran al linaje Haze un mal nombre en la historia. Charles Haze, el dueño de acres que trataba a los esclavos como amigos. Ese era mi padre y eso me ayudó a sobrepasar mis infiernos porque si tú pudiste hacer algo diferente sabiendo el riesgo que corrías al actuar en contra de la corriente, yo puedo sobrevivir y si no lo hago al menos pereceré con la cabeza en alto pero hoy no es el día. No estoy lista para ser enterrada con vergüenza por no haber intentado vivir.
Christine Haze no fue una joven resignada que tuviera que contraer matrimonio con un heredero o viudo para garantizar su posición social. Ella fue, en algún tiempo, una niña feliz, una joven con sueños. Pero los cimientos sobre los que la idílica existencia que planeaba tener, empezaron a sucumbir a la horrible realidad de la humanidad. Uno a uno, los pilares que me sostenían me fueron arrebatados.
Johannes Lyttlelton, tú fuiste mi primer y único amor.
Con una guerra civil como ballesta en la nuca era desafiante vivir con la mayor naturalidad mas la hacienda Haze hacía posible que los aires de guerra se esfumaran tan pronto se ingresaba por el camino empolvado que llevaba a la casa colonial blanca de dos pisos y ventanas amplias. Toda la casa estaba rodeada de diversas flores que Bonnie había sembrado con tanto esmero y que pese a los bruscos cambios de temperatura propios del sur no mermaban de dar vida. La vida era bella a pesar de los tiempos violentos que eran necesarios para devolverle su dignidad a los esclavos y quizá era esa esperanza de considerar a todos los habitantes de los Estados Unidos como iguales lo que nos permitía encarar mejor las crisis propias de una guerra civil.
A menudo, conocidos de la familia a favor de la continuidad de la esclavitud acudían a la hacienda para proponerle a papá que les vendiera esclavos suyos pues lucían bastante saludables, buen signo de que darían varios años de trabajo, pero padre siempre se rehusaba sopena de las grandes cifras que ofrecían sus colegas. Entregar a uno de nuestros trabajadores era condenarlo a vivir un infierno que no merecía y los Haze no vendían a su gente como ganado. Charles no disfrutaba de ir a comprar esclavos, era su misión personal tener tantos como le fuera posible pues aquello era una forma de salvar a unos cuantos del miserable destino que les deparaba el trabajo forzoso en las típicas tierras esclavistas. Charles trataba de comprar familias enteras, no le era natural que separaran a los padres de sus hijos y mamá compartía este pensamiento por su arraigado concepto de la dignidad ampliamente difundido durante la revolución francesa y que permeó el estilo de vida progresista de los Dubois, mis abuelos maternos, quienes criaron a sus hijos con principios humanistas.
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Editado: 12.05.2023