¿En dónde está mamá?
Como recordarán, mi madre era francesa y de ahí que tuviera ideas tan liberales en cuanto a como debían ser tratadas las personas independientemente de su raza o credo. Debido a esto, era común que su disgusto hacia los ideales de los estados del sur detonara en ella la necesidad de volver a Francia para alejarse de todo lo alusivo a la esclavitud.
De hecho lo hizo cuando yo nací, no quería que el ir y venir de uno que otro Confederado contaminara mis primeros pensamientos así que tomó la decisión de pasar una temporada en su casa paterna en La Rochelle. Aquella decisión se basó en que no quería que mi primera palabra fuera un sustantivo o adjetivo despectivo hacia los africanos. Dice papá que no tuvo más remedio que aceptar que su esposa necesitaba reconectarse con sus raíces y, en contra de sus deseos, hizo los arreglos para que mamá y yo tuvieramos un viaje seguro. Como medida cautelar, le pidió a tía Helen que nos acompañara. En esa época, mi trasgresora tía era una joven de unos quince años cuya existencia giraba en torno a encontrar un esposo. ''A los Haze nos gusta lo Francés'' decía papá para insinuar que podría ser posible que tu hermana menor encontrara el amor en el viejo continente.
Su estadía allí fue breve porque así le causara urticaria la guerra civil, no podía vivir sin papá ¡Ni hablar de Helen Haze! Resultaba que era alérgica a casi todo lo Francés incluído, el idioma.
Algo que hacía diferente a mamá de otras damas de Eatonton era que de verdad disfrutaba de ser esposa y madre. Tanto a mí como a los mellizos nos amamantó hasta que nuestros dientes comenzaron a salir. Se oponía ante la idea de que una extraña nos diera pecho. ''Querida, tus pechos no volverán a su lugar si sigues dándole pecho a tus hijos''. Decía la señora Faulkner cada vez que iba a visitar a mamá. A lo cual Caroline Haze respondía ''Nada vuelve a su lugar después de los veinte años''. Esto molestaba a la esteril señora Faulkner quien ya sobrepasaba los cuarenta y no había podido tener hijos propios. Pobre criatura. No compadezco su vientre estéril.
A mamá no le molestaba ensuciarse un poco a la hora de departir con sus hijos. No sé cómo hacía para revolcarse sobre el césped con nosotros usando corset. Pero su juego favorito era el de las escondidas y los mellizos siempre se escondían en las cabañas de los esclavos quienes eran alrededor de ochenta y si mal no recuerdo vivían en veinte cabañas. Caroline era consciente de que si iba a jugar a las escondidas debía contar con un día entero y al menos tres ayudantes para poder encontrar a los mellizos, cuyos cómplices los ayudaban a pasar de cabaña en cabaña sin ser detectados. Tal era el poder de manipulaciòn de mis traviesos hermanos que cuando mamá ya había descifrado el patrón de Anthony y Katharina, los muy granujas empezaron a disfrazarce de esclavos.
Todos decían que la más calmada era yo. Tenía que serlo. Mamá necesitaba un polo a tierra que contrarrestrara las pilatunas de sus hijos menores. Ella me necesitaba y yo la necesitaba mucho más. Todas somos niñas a los ojos de nuestras madres y sin importar cuán buena o mala sea la relación entre una madre y una hija, la una no puede vivir sin la otra. Desde que estamos en el vientre de nuestra madre, se crea un vínculo inquebrantable. Hasta el día de hoy, sigo escuchando la voz de mi madre, viendo sus gestos, buscando su aprobación y sintiendo su abrazo cuando me siento triste sin saber por qué. A menudo me encuentro con mis peores pesadillas en medio de la noche y le pregunto al espectro que me atormena ¿En dónde está mamá? ¡Bah!
En mi mundo ese vínculo, me atrevo a afirmar, era más fuerte entre los niños y su nana. ''No veo el objeto de tener hijos para que una extraña los amamante. No hay momento más íntimo entre una madre y su hijo que la lactancia''. Era lo que mamá decía cuando alguna señora acudía a ella para que le recomendara a una nodriza. ''Te recomendaré a alguien si tu médico de cabecera te encuentra impedida para darle pecho a tus hijos. De lo contrario, me rehúso a ser cómplice de una práctica tan poco ética''. Añadía en caso de que la nueva madre insistiera. A pesar de su inquebrantable postura en cuanto a la lactancia, no muchas señoras de Eatonton prescindían de las nodrizas.
Caroline Haze Dubois fallece el 13 de febrero de 1876 a la edad de treinta y ocho años por complicaciones mayores tras una caída de las escaleras. Dejó a dos mellizos de diez años, una adolescente de quince, y a un Charles devastado que no se hallaba en un mundo sin ella. Papá comenzó a pasar más tiempo en los campos de algodón o en el pueblo haciendo negocios. Era muy raro verlo en casa a menos que te despertaras demasiado temprano como para ver su carruaje alejarse. Creo entender por qué no quería vernos: Caroline se fue pero dejó sus ojos turquesa y risa en los mellizos y su cabello castaño y gestos en mí. Suficiente para que papá la recordara todos los días.
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Editado: 12.05.2023