La Vida En Un Suspiro

Una propuesta peligrosa

     Luego de un par de días de no recibir cartas de interesados en ocupar la vacante de tutor, empecé a inquietarme. Era el colmo que en una población próspera como Eatonton no hubiera siquiera un tutor decente. Aunque sabía que esto era algo que se salía de mis manos, era frustrante sumado a las amenazas que estaba recibiendo papá por no tratar a los esclavos como la mayoría de señores de esas tierras. Por esto,  el tomar clases era un escape necesario a las noches en vela que  pasaba con papá y tía Helen en el estudio tratando de dar con el origen de las amenazas. 

     Como era lo acostumbrado en casa, a las ocho de la mañana los mellizos ya estaban en el comedor desayunando y yo debía acompañarlos, pero esa mañana había despertado con una falta de apetito que atribuía a que la noche anterior mis rebeldes párpados se negaban a cubrir mis ojos. Por lo tanto, pasé toda la noche dando vueltas en la cama, hasta hice un par de estiramientos que mi madre hacía para conservar la figura, hice listados mentales de los esclavos, números de cultivos y cuando por fin sentí que el hada del sueño se avecinaba, un hambre voraz me atacó y bajé a la cocina a la espera de encontrar algunas sobras del día anterior. Terminé arrasando con una cesta de panes de maiz. Si lograba sobrevivir a una posible indigestión era un hecho que todos me odiarían por acabar con la mitad del desayuno.

     'Señorita Christine por favor pase a la mesa, el desayuno está servido'. Era la vocesita de Anthony. 'Un momento señorito'. Contesté desde mi cama. 

    Las bisagras de la puerta sonaron. Una risita traviesa me llegó hasta el corazón y un cachorro de león hiperactivo se avalanzó sobre mí cubriéndome de besos. Su aliento era de miel con banana. 

     Tomé a Anthony de sus mejillas rellenitas y lo miré fijamente a los ojos. 'Te amo mucho pequeño'. Él me dio un beso en la frente y sus manitas comenzaron a hacerme cosquillas en el cuello. Reí hasta quedar sin aliento. Me dolía tanto el abdomen que cuando me fui a incorporar en la cama tuve que hacerlo lentamente como si hubiera acabado de parir. Anthony se acurrucó en mi regazo. Era la señal de que quería ser abrazado. '¿En dónde está Kate?' pregunté. Era inusual que los mellizos no estuvieran juntos. 'Desayuna con papá y tía Helen.' respondió mientras jugaba con uno de mis mechones castaños. Lo abracé tiernamente y al sentir su respiración y el palpitar de su corazón suspiré. Todos envidiaban el violoncello que me regaló mamá por mi treceavo cumpleaños pero ningún regalo rimbombante se comparaba con el coctél genético que eran los mellizos. Ellos eran el mejor regalo del universo. 

     De repente me sentí débil. 'Hermanito. Por favor dile a Ashanti que desayunaré en cama.' Le di un beso en su cabecita rubia. 

     El muy hablador Anthony no dijo nada sino que como un borreguito obediente saltó al piso y se fue caminando. No cerró la puerta de la habitación. 

     Cerré los ojos para intentar recordar a mamá. Cuando estaba enferma se esmeraba por complacer cada antojo siempre y cuando no estuviera contraindicado según el padecimiento que me acongojara. Sólo en ese caso Caroline usaría un delantal y renunciaría a los zapatos de taco para usar unos más bajos que le dieran más movilidad para subir y bajar las escaleras que, como sabrán, eran algo tétricas pues en aquellos días no se planificaba muy bien la construcción de las mismas y por ello eran la causa de innumerables accidentes. El zapateo de unas suelas contra la madera indicaban que alguien venía a traer el desayuno. Fantaseé con la imagen de mamá acercándose con una charola repleta de cosas dulces y calientes. Ella miraría al interior de la habitación y al verme despierta arquearía las cejas y agitaría suavemente la charola haciendo que el aroma de los manjares inundara la habitación. Luego frotaría mis manos emocionada y mamá colocaría la charola sobre mi regazo. Ella tocaría mi mejilla y frente para asegurarse de que no tuviera fiebre y después se iría a la cocina a departir con las sirvientas. 

     'Señorita Christine.' Ashanti tocó la puerta con uno de sus pies. 

     Abrí los ojos.

    'Por favor sigue. Puedes dejar la charola a los pies de la cama'. Indiqué.

    Ashantí asintió y obedeció. 

    Esta esclava era la hija de Bernard y Makayla. Tenía trece años y era casi diez centímetros más alta que yo. Tenía la sonrisa discreta de Bernard y la mirada tierna de Makayla. Era muy reservada y era casi imposible entablar una conversación con ella pese a que, como sus padres, eran parte de la familia. 

     'Señorita Haze. Dice el señor Charles que debo preparar uno de sus vestidos de luto'. Dijo después de disponer la charola en donde le había indicado.

     Una punzada de angustia me atravezó las sienes ¿Quién puedo haber muerto? 




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