Hoy, lunes por la mañana, me levanté para alistarme e ir al colegio a aprender cosas nuevas. Sí, soy demasiado curioso: me encanta investigar y leer. Por eso, mis amigos y yo solemos ir de campamento en nuestros ratos libres, con la intención de descubrir qué esconden algunos lugares y qué sorpresas nos pueden dar.
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Estoy en mi habitación, inspirada en hojas verdes, con un aire de aventura. Los libros descansan en sus estanterías y yo, frente al espejo del baño, me peino mientras me visto con ropa inspirada en una de mis películas favoritas: Indiana Jones.
Escucho a mi madre preparar el desayuno para mi padre, mi hermana menor y para mí. Sé que le quedará exquisito... Aunque debo admitir que solo le salen bien los desayunos. Es un misterio que todavía no logramos resolver: un día casi incendia la casa intentando preparar el almuerzo.
—¡Bruce, baja a desayunar! ¡Ah, y recuerda traer a tu hermana! —grita mamá desde la cocina.
Me apresuro, tomo mi bolso de supervivencia —le llamo así por ver tantas películas de aventuras— y respondo:
—¡Ya voy, mamá! ¡Ok, yo la bajo!
Voy al cuarto de mi hermana, que está al lado del mío. La encuentro lista, mirando televisión desde hace un buen rato. Le toco el hombro y le hago una seña para que baje conmigo al comedor, donde ya está servida la comida.
—Aquí está tu desayuno, Bruce —dice mamá, dejando el plato frente a mí.
—Gracias, mamá. —Me siento y comienzo a disfrutar los ricos waffles que ella prepara como nadie. En los desayunos, sin duda, es una maga.
Comemos tranquilos, como cada mañana. Mi familia siempre ha sido muy unida, y dicen que me apoyarán en lo que decida estudiar. No sé cómo agradecerles todo lo que me han dado; los amo y nunca quiero fallarles. Sonrío a mamá sin darme cuenta, y ella me devuelve la sonrisa levantando las cejas, esperando mi aprobación sobre la comida. Yo asiento con una expresión divertida mientras me llevo otro trozo de waffle a la boca, saboreándolo exageradamente. Ella ríe al verme. Es tan lindo verla sonreír.
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Tras terminar el desayuno, subo de nuevo a mi cuarto para empacar lo que olvidé meter al bolso. Es algo que me pasa siempre: por la prisa, me dejo cosas atrás. Sé que debo cambiar ese hábito algún día.
Bajo las escaleras y encuentro a mamá sentada en el sofá con un café en la mano. Mi padre, sonriente, nos espera en la entrada de la casa.
—Hijo, ¿ya estás listo para irnos al colegio? —pregunta, mirándome.
—Sí, papá. Y mi hermana también está lista para ir a la escuela —digo, apretando con cariño la mano de Lily. La quiero demasiado, y siempre deseo protegerla.
—Entonces, ¿qué esperan? ¡Vámonos! —responde papá con una sonrisa, haciéndonos una seña con la mano para que lo sigamos. Caminamos tras él, casi como si fuéramos parte de un musical, felices de regresar a aprender.
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Después de unos minutos en el carro, llegamos a Weed High School, ubicada muy cerca de nuestro barrio, Brooklyn. Bajo del auto y me encuentro con mis amigos, que ya me esperan. Alan está sentado en una silla a las afueras del instituto, mientras Steve y Erick se mantienen de pie a su lado, como cuidándolo.
—¡Hola! ¿Cómo están? —los saludo con la mano y con un abrazo.
—Bien, ¿y tú? ¿Estudiaste para el examen? —pregunta Erick. Frunzo el ceño, sorprendido. ¿Desde cuándo le preocupa la escuela? Él no nota mi expresión y yo le respondo con entusiasmo:
—¡Claro que sí!
—¿Qué? ¿Cuál examen? —interrumpe Alan, dejando a un lado su barco de papel.
—¿Cómo? ¿No estudiaste para el examen? —dice Erick, divertido, sabiendo lo despistado que es Alan.
—Yo sé por qué no estudió —intervengo.
—¿Por qué? —pregunta Steve, intrigado.
—Porque en vez de prestar atención en clase, se pone a jugar con sus lápices y borradores. ¡Él cree que le hablan!
—¡Claro que no! ¡Yo sí pongo atención en clase! —protesta Alan, un poco alterado.
—¿Ah, sí? Entonces dime: ¿de qué materia es el examen? —lo desafío.
—Pues... el examen es de... mmm...
—No te esfuerces, amigo —Steve le da una palmada en el hombro. Al instante, todos comenzamos a reírnos de las ocurrencias de Alan.
—¡Ay, amigo! ¡Ja, ja, ja! —exclamamos al unísono Erick, Steve y yo.
Entre risas, escuchamos la campana del colegio. Nos calmamos de inmediato y vamos directo al salón, donde cada uno ocupa su escritorio. Al entrar el profesor, todo queda en silencio.
—Buenos días, ¿cómo están? ¿Están preparados para el examen?
—¡Sííí! —gritaron algunos.
—¡Nooo! —respondieron otros.
El ambiente es una mezcla de nervios y confianza. El profesor comienza a repartir las hojas y nos concentramos. Yo resuelvo el examen con tranquilidad: estudiar con Steve siempre ayuda, él es realmente inteligente.
Cuando la campana suena, dejamos el salón y vamos al recreo. Me siento con mis amigos y, como siempre, hablamos de nuestro tema favorito: aventuras, descubrimientos y curiosidad.
Sí, a todos nos gusta investigar, aunque debo admitir que soy el más curioso del grupo. Steve disfruta de talleres para ejercitar la mente, Erick prefiere el boxeo, y Alan —aunque no lo crean— es excelente en matemáticas.
Y ahí estamos: cuatro chicos con personalidades muy diferentes, compartiendo el mismo entusiasmo por la aventura, charlando durante el descanso como cualquier grupo de amigos... Pero con un sueño en común: descubrir lo desconocido.