La Viuda

Capítulo 4

Judea, junto con Samaria, escuchaban atentas lo que hablaba el patrón con esos hombres, saltaron asustadas cuando, luego de que el desgraciado cantinero le ofreciera al señor Adrián comprarle a Galilea, este sacó la pistola y apuntó a la garganta del hombre. Vio cómo Jericó se ponía detrás de su jefe apuntando a los demás con la escopeta. Escuchó cómo los echaba del rancho diciéndoles que no los quería de regreso y que no se metieran con ella o con sus hijos, con Samaria y Jericó, y mucho menos con Galilea. Y para rematar, les dijo que el ejército venía en camino a poner en orden el maldito pueblo. Judea, en silencio, sentía que el corazón se le quería salir del pecho. ¡El patrón los había defendido a todos! A ella, a sus hijos, a Samaria y su marido, ¡Los había defendido! Cuando nadie en el pueblo había hecho nada por ellos, nada, absolutamente nada. Sin querer, las lágrimas empezaron a escurrir por su rostro.

Respiraron con alivio cuando los hombres corrieron a sus camionetas y se fueron a toda prisa, dejando atrás, al cantinero quien corrió detrás de ellos echando maldiciones.

Se giró hacia sus hijos, que la veían con sus caritas llenas de angustia. Se limpió las lágrimas y les dedicó una sonrisa.

— Todo va a estar bien ahora. — Les dijo abriendo los brazos. Los niños se levantaron corriendo y se pegaron a ella mientras les repetía. — Todo va a estar bien.

El patrón entró en silencio, seguido por Jericó. Al pasar junto a Judea, ella no pudo evitar hablarle.

— Gracias patrón por dar la cara por nosotros. Dios lo bendiga y le multiplique todo lo bueno que ha hecho.

Adrián sólo asintió en silencio y se dirigió a su estudio a guardar las armas.

— Te ayudo a hacer la cena. — Le dijo Judea a Samaria. Esta asintió con una sonrisa y ambas se dirigieron a levantar a Gali y llevarla a una silla a la cocina mientras les decía a los niños. — Ustedes, vayan poniendo la mesa.

 

 

Mientras tanto, en la ciudad…

 

Emilio estaba sentado en silencio, desde que llegó a esa audiencia no había dicho una sola palabra. Odiaba estar ahí ante el juez, odiaba estar frente a la mujer que en algún momento creyó amar y, lo peor, odiaba haber creído que ella lo amaba.

Ese supuesto amor se había convertido en odio irracional por parte de ella y en decepción total para él. Ahora ambos estaban enfrascados en un divorcio que se había convertido en una batalla cruda y despiadada. Ana quería dinero, mucho dinero, prácticamente le exigía todo lo que él poseía. Incluso los derechos de los videojuegos que él había creado y registrado mucho antes de conocerla.  ¿De qué lo acusaba y por qué le exigía tanto? A Emilio le daba igual, estaba asqueado, de tanta mentira, de tanto engaño, de tanta ambición. Como no había manera que lo pudieran acusar a él de abuso y maltrato físico, lo acusó de maltrato psicológico “Porque le dedicaba demasiado tiempo a la computadora, hasta 12 horas al día en lugar de ver por mí y por mi hijo”.

— Un hijo al que nunca me permitió acercarme. — Pensó Emilio con amargura. — Con el que nunca me dejó jugar o cargarlo, un hijo que yo hubiera adorado, e incluso adoptado como mío si ella me hubiese permitido estar más cerca de él.  Y ¿Quejarse porque paso todo en día en la computadora? ¡Es mi puto trabajo! ¡Es lo que proporcionaba el dinero para todos los caprichos que ella tuvo!

Ya estaba harto, más que harto de tanto teatro. Harto de escuchar la perorata del abogado de ella inventar mil y una estupidez. Harto de verle a Ana la cara de satisfacción, segura que iba a conseguir dejarlo en la calle. Harto de todo.

— Acaba ya con esta mierda. — Le dijo al oído a su propio abogado, quien también había permanecido en silencio escuchando a ese par de ambiciosos. — Ya estoy hasta la madre.

El abogado de Emilio asintió sutilmente y disimuló una sonrisa.

— ¿La señora se siente bien? — Preguntó solícitamente — ¿Necesita un vaso de agua o algo? Se ve tan alterada que temo que le haga daño a su bebé.

— No gracias. — Respondió Ana y, sin darse cuenta, puso la mano sobre su vientre acariciándolo levemente. — Estoy bien.

— ¿Está embarazada? — Preguntó el juez, mirándola sorprendido.

El abogado de ella se giró a mirarla, horrorizado por desconocer ese dato. Ana, desconcertada por un momento, los miró a todos, y luego reaccionó intentando negar las cosas. El abogado de Emilio sonrió, y le mostró al Juez una copia fotostática de la prueba de embarazo que ella se había hecho unos días antes. Y luego, para sorpresa de todos, mostró grabaciones, mensajes de voz y texto, y muchas fotografías de ella con el padre de su hijo.

Todo había sido un plan de parte de ellos, para atrapar a Emilio, y hacer que se casara con ella para luego divorciarse y sacarle toda la fortuna que pudieran.

— ¿Así que ese hombre te prostituye para sacar dinero a imbéciles como yo? — Preguntó Emilio con amargura. — Porque al principio dejaste que me metiera en tu cama. ¿No es eso prostituirse? ¿A cuántos más han estafado así?

Emilio estaba más que furioso. Se había casado con la ilusión de formar un hogar como el de sus padres, lleno de amor… y de hijos. Él era el segundo de 5 hermanos, “las cinco vocales” como se autonombraban. Cuatro hombres y una mujer, todos ellos eran muy unidos y siempre se estaban apoyando el uno al otro. Es lo que anhelaba Emilio para sí mismo, una familia igual a la que tuvo, un hogar lleno de amor como el que él disfrutó.




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