Al darse cuenta de que no pegaría un ojo en toda la noche, se levantó a preparar un té. Era un buen remedio que podía quitarle la tensión que sentía en la boca del estómago.
Mientras esperaba que el agua hirviera, miró el reloj de la cocina y, sin importarle que su mamá estuviera durmiendo, decidió llamarla. Hablar con ella también era una buena manera de distraerse.
Elisa enseguida la atendió y dio paso a una larga charla nocturna y cálida para el alma.
Muchas veces eran los pequeños detalles de cariño lo que levantaban los ánimos de Naomi. Su mamá lo sabía y por eso hacía lo posible para mantenerla tranquila y quitarle la incertidumbre que la envolvían.
Naomi le hizo saber que todavía tenía nervios por no saber cómo iba a convivir con Elian, si habría muchos silencios incómodos o si él la vería como una persona aburrida, en los programas de televisión y en cualquier otro lugar que fuera a visitar por su trabajo. Habló de todo aquello que le quitaba el sueño. Sin embargo, las palabras de Elisa fueron como siempre las adecuadas y la ayudaron a no ahogarse en sus propios pensamientos. Debía dejar que el tiempo hiciera lo suyo, solo debía dedicarse a vivir el presente. Adelantarse solo traía malestar, con situaciones que no se podían controlar en ese momento, ya que nadie conocía con certeza lo que el futuro en realidad tenía preparado.
A medida que la charla avanzaba, el sueño comenzó a hacerse presente en Naomi y de esa manera logró cerrar los ojos cuando cortó la llamada.
La alarma sonó temprano y la hizo sobresaltar. Le pareció que solo habían transcurridos pocos minutos desde que había apoyado la cabeza sobre la almohada, lo que indicaba que había dormido de forma profunda.
Ni bien se puso de pie para entrar al baño, llamaron a la puerta de su departamento. Era Amelie, que se encontraba lista para ayudarla con los últimos retoques.
—¡Buenos días! —entró con una sonrisa amplia—. ¿Cómo nos sentimos?
—Con un nudo en el estómago. —Se tocó la panza—. Creo que me siento mal —agregó y se dirigió al baño para lavarse la cara y peinarse.
—¿Necesitas uno de mis tés mágicos? —Se dirigió a la cocina a calentar agua.
—Si me hacen sentir mejor, ¡dame veinte! —Regresó a su cuarto a vestirse.
—No seas exagerada. ¿Te preparo tostadas?
—Si me acompañas a desayunar, sí. —Se miraba en el espejo viendo cómo le quedaba el pantalón que había escogido para el viaje.
—Claro que te acompaño. Es nuestro último desayuno juntas. —Entró al cuarto y la abrazó—. ¡Te voy a extrañar!
—Yo también. —Le devolvió el abrazo con mucho sentimiento.
—Pero me quedo tranquila de que irás bien acompañada. —Se separó y le guiñó un ojo. Naomi la miró extrañada—. Debo confesarte que más de una sentimos envidia de tu suerte. Últimamente es el comentario que corre en los entrenamientos.
—¿En serio? —Se incomodó—. Todavía no sabemos cómo me irá...
—Creo que no me entendiste. —Se cruzó de brazos y la miró con gracia—. Nuestra envidia no es por el viaje..., más bien por tu acompañante. ¿Quién no quisiera vivir a miles de kilómetros de distancia con el chico guapo y talentoso del Circo?
—Yo —soltó de una.
—Es una broma, ¿verdad? —Amelie se quedó perpleja.
—Si te pones en mi lugar, te darás cuenta de que no estoy bromeando. Nunca me relacioné con Elian. Siempre fue un "hola" y "chau", y más de eso nuestra charla no pasó. Si hablé un poco más con él, fue para opinar algo del trabajo, nada especial ni diferente. Me preocupa demasiado que se dé cuenta de que soy la persona más aburrida y deprimida del mundo —se lamentó—. Seguro se arrepentirá de haberme acompañado.
—¡Naomi! —gritó para frenarla con sus comentarios pesimistas—. Si fueras una molestia, estoy segura de que no se hubiera arriesgado a acompañarte. Desde que estoy en el circo puedo asegurarte que nunca dejó su trabajo para seguir a alguien. Elian ama tanto estar en el escenario que es bastante llamativo lo que decidió.
—Tal vez el jefe no dejó que se opusiera como me sucedió a mí. —No creía en lo que Amelie decía—. Ya puedo imaginarme el desastre que se armará cuando nos demos cuenta de que ninguno de los dos quiere estar en Italia.
Amelie le dio la espalda para ir a buscar una almohada y se la lanzó con fuerza.
—¡Reacciona por favor! O te la vuelvo a tirar —amenazó.
—No hace falta..., tranquila. —Juntó la almohada del piso un poco aturdida. Amelie no había sido nada suave al momento de tirársela.
—Me parece que el agua se hirvió más de lo normal. —Naomi cambió el tema y salió hacia la cocina. Por un momento se había avergonzado y no quería que su amiga la viera así, o pensaría que tenía razón.
Resignada, Amelie la siguió. Por el momento la iba a dejar tranquila a pesar de que se moría por insistir con el secreto. Estaba segura de que Naomi realmente estaba contenta de tener la oportunidad de pasar la mayor parte del tiempo junto a Elian, nada más lo ocultaba porque no era de llamar la atención cada vez que la suerte la sorprendía. Era bastante sencilla en ese aspecto, lo que le hacía pensar que Naomi desperdiciaba el tiempo guardándose las ganas de gritar de felicidad. Pero así la había conocido y dudaba verla cambiar algún día.
Elian también se había despertado temprano, pero, a diferencia de Naomi, él se encontraba tranquilo, con la típica ansiedad que cualquier persona tendría al viajar. No lo preocupaba, sino que estaba emocionado por saber que pasaría medio año junto a la persona que admiraba. Deseaba que todo saliera bien y ser de buena ayuda en lo que Naomi necesitara. Quería verla crecer artística y emocionalmente. Sentía que era una persona que se lo merecía por su sencilla personalidad. Además, de alguna manera quería agradecerle una de las cosas que ella había logrado en él: volver a creer en la vida.
Había terminado de bañarse cuando se miró sonriente en el espejo. Estaba seguro de que no se iba a arrepentir por nada en el mundo de haber abandonado su trabajo. Las críticas que había recibido de algunos conocidos querían resonar en su cabeza, pero él no les daba lugar para que se quedaran. Confiaba en que un cambio le daría un mejor futuro, ya que, desde que había entrado a trabajar en el Circo, se había dedicado a mejorar sus técnicas junto con su carrera, sin darse cuenta de que su vida personal quedaba de lado. Era momento de plantearse qué era lo que deseaba hacer, porque se daba cuenta de que no se conformaba con lo material. Quería experimentar otro tipo de felicidad y, si era acompañando a su musa, creía que iba a ser lo mejor.