Una vez que terminaron con todos los trámites y el retiro de las valijas, se prepararon para buscar un taxi que los llevaría a la nueva casa. Salieron del aeropuerto a paso rápido para esquivar la masa de gente que se movía por todo el lugar a pesar de las altas horas de la noche. Al llegar a una esquina, encontraron un auto libre y, luego de acomodar las valijas en el baúl, se subieron al fin relajados.
El taxi tomó por una autopista. El paisaje era un poco monótono por la oscuridad que había cubierto cada rincón, pero, aun así, Naomi no apartaba la vista de la ventanilla. A lo lejos distinguía pequeñas luces que alumbraban las casas que se encontraban perdidas entre la inmensidad del campo, al igual que construcciones antiguas como castillos o torres que, al ser iluminadas con una luz amarilla, le daban un aura misteriosa. La imaginación de Naomi volaba, y pensaba en las aventuras que los caballeros y reyes habían vivido en esos lugares tanto tiempo atrás.
La voz de Elian pronunciando el italiano con habilidad hizo que regresara a la realidad, y pasó a prestar atención a lo que su compañero conversaba con el taxista. Elian le contaba cómo había sido el viaje y qué era lo que habían venido a hacer a Roma. Naomi se sentía tan familiar con el idioma que se animó a dar su opinión, poniendo en práctica lo que su madre le había enseñado. Lo hizo de manera natural, como si hubiera pasado toda su vida en Italia.
—Ahora que veo lo bien que puedes hablar el idioma, me limitaré a hacer algunas cosas —comentó Elian.
—¿Hablas en serio? —Naomi lo miró con los ojos bien abiertos.
—¡Claro que no! —Soltó una risa al verle la expresión—. Eres mi responsabilidad. No puedo hacerme el desentendido.
—Menos mal —respondió aliviada. No estaba segura de que pudiera desenvolverse sola.
—Igual estoy sorprendido. ¿Dónde aprendiste? ¿Estudiaste en alguna escuela?
—No. Aprendí al escuchar a mi mamá. Ella es italiana, de la región de Abruzos.
—Vaya, entonces tienes sangre italiana —dijo animado por el contacto directo que Naomi tenía con el país.
—No sabría decírtelo bien —respondió pensativa.
—¿Lo dices porque tu papá tiene otra ascendencia?
—De mi papá no sé mucho —susurró con vergüenza.
—¿Tus padres están separados? ¿No llegaste a conocerlo?
—Es una historia un poco larga que prefiero no contar. —Hizo una pausa y, luego de notar que había sonado bastante seria, agregó—: Eres muy curioso, Elian. Nunca lo hubiese imaginado. Te hacía mucho más reservado.
—Es porque nunca tuvimos la oportunidad de conocernos. —Con la contestación de Naomi se sintió incómodo—. Lamento si te ofendí.
—No estoy ofendida, en serio —saltó nerviosa al darse cuenta de que había metido la pata.
Elian asintió con la cabeza y se puso a mirar por la ventanilla del auto. El paisaje había cambiado y ya estaban dentro de la ciudad. Las calles eran alumbradas por pequeños faroles ubicados en las entradas de cada casa. La noche estaba tranquila. Pocas personas caminaban acompañadas o solas por las calles. Y, a medida que se acercaban a destino, Elian iba distinguiendo las fachadas de los departamentos que había visto la vez que se había dedicado a buscar un buen lugar para vivir. Al recordar dónde debía doblar el taxi, se preparó para buscar su billetera.
—¡Siamo arrivati! —dijo el chófer observando a sus dos pasajeros con una amplia sonrisa.
Se había detenido delante de un pequeño departamento, ubicado en una de las zonas tranquilas de la ciudad romana. La mayoría eran departamentos de dos pisos y se notaba que ya tenían sus años de construcción, pero estaban tan bien mantenidos que daban seguridad. Los balcones estaban adornados con macetas coloridas y flores diversas, lo que le daba mucha vida al lugar.
Luego de pagar y bajar con cuidado las valijas, Elian le indicó a Naomi que golpeara la puerta de al lado del departamento. Allí vivía el dueño de la casa donde ellos pasarían los días, y debía entregarles las llaves para poder entrar.
Un hombre de sesenta años, de estatura media, abrió la puerta, curioso por la presencia de la joven. Naomi lo saludó de manera educada y pasó a presentarse para explicarle el motivo de su llegada en plena noche. El señor reconoció enseguida de quienes se trataban y, al ver a Elian por detrás, salió a saludarlo para entregarle las llaves. Naomi no dijo nada, suponía que confiaba más en su compañero que en ella, ya que nunca la había visto. El señor se llamaba Giuseppe y, muy animado, hizo que dejaran las valijas para mostrarles cómo era la casa por dentro.
Apenas se ingresaba, los recibía una sala de estar no muy amplia y amueblaba con sillones y un piano que se destacaba en un rincón. A la izquierda una puerta daba ingreso a la cocina, más pequeña que la sala, con un amplio ventanal que tenía vista hacia el patio interno. La decoración era rustica, bien ambientada y le daba una sensación agradable y familiar. Luego de observar cada detalle, Giuseppe acompañó a Naomi hasta a la planta alta por la escalera que se encontraba en la sala de estar. Allí arriba estaban los dos cuartos y el baño.
—A ver quién elige cuál —se animó a desafiar a sus huéspedes—. Las dos habitaciones tienen balcones, pero una tiene la mejor vista nocturna de la ciudad. Desde el otro cuarto solamente se ve la copa de un árbol —bromeó.
—Que elija Naomi. Por mí no hay problema cuál me toque.
—Entonces, ¡escojo la del balcón con buena vista!
Naomi entró al cuarto que le había indicado Giuseppe. La habitación era de color blanco, y los muebles oscuros cortaban un poco la monotonía; entre ellos, un espejo junto a un cuadro, y un televisor colgado sobre la pared.
Lo primero que hizo Giuseppe fue abrir la ventana para que Naomi se asomara a contemplar la noche. Además del aire dulce y fresco, la vista que el balcón les regalaba los envolvió en una linda emoción. A esa altura se apreciaban algunos de los sectores más antiguos de Roma, con sus luces blancas y otras amarillas, además de divisarse el río Tíber, que no estaba tan lejos de la casa. Por más que fuera uno de los barrios más tranquilos, era impresionante ver cómo todavía la gente se animaba a pasear y disfrutar del clima cálido que seguía haciendo de noche.