Por más que lo intentara, Naomi no lograba conciliar el sueño. La voz de Antonello seguía resonando como un eco lejano que venía a visitarla y advertirle que no tendría una noche de paz.
Sacudió la cabeza mientras respiraba hondo y exhalaba para expulsar los malos pensamientos, sin tener mucha suerte. Lamentaba que el horrible recuerdo de su infancia se hubiera hecho presente en el momento menos oportuno. Le había quitado la poca fuerza que había sido capaz de conseguir para mantenerse estable durante la reunión con el dueño del canal.
Más de una vez sentía que su vida era como una barca en el medio del mar, la cual siempre era azotada por vientos fuertes y mareas altas, y casi nunca había un mar sereno donde pudiera avanzar con firmeza y tranquilidad. Estaba bien que debía reforzar su autoestima para ir hacia adelante y esquivar las malas lenguas, pero, si el miedo continuaba acosándola cada vez que se le presentara una prueba difícil, lo único que iba a lograr era que se cansara y desistiera de su deseo.
Estaba demasiado inquieta para dormirse. Pensaba en tantas cosas sin sentido que en un momento se le cruzó la cara de Gianluca. Mantuvo los ojos cerrados para recrear bien su imagen y en plena oscuridad se preguntó si él estaría de acuerdo con Antonello sobre maltratar a las personas. Recordó que, cuando lo escuchó cantar, sintió que era un Gianluca diferente al que había tratado. Lo vio dejar su lado arrogante para dar paso a una personalidad mucho más tranquila y placentera. Mantenía el carisma, no lo negaba, pero notaba que era más natural, y eso lo hacía ver mucho más atractivo.
Su análisis la llevó a preguntarse si así era su personalidad o si era pura actuación. Era cierto que estaba arriba de un escenario y podía estar jugando al papel de un actor, pero también podía ocurrir que Gianluca se liberaba con la música como le ocurría a ella, y tal vez los dos tenían la única oportunidad de mostrarse reales arriba de un escenario. Y como una hipótesis más, pensó que el error que Gianluca había cometido al final de la canción habría sido por miedo a dejarse ver cómo era en realidad.
Giraba en la cama de un lado a otro buscando una posición cómoda para dormirse y, cuando la encontró, entró al mundo de los sueños. Sin embargo, su mente no dejó de torturarla. Una sombra se acercó a ella a pasos gigantes y la azotó con fuerza mientras le gritaba lo inútil que era. Los insultos le provocaron una herida muy fuerte en el corazón. En sueños lloraba angustiada, suplicando que la dejaran tranquila para ser libre y feliz con sus ganas de cantar. Pero sentía que nadie la oía, y recibió más gritos y golpes hasta que fue reprimida en una pequeña celda donde nadie podía liberarla. Ni siquiera Elian y Gianluca. Los dos la miraban detrás de los barrotes con compasión.
Era de madrugada cuando Elian escuchó los lamentos de Naomi. Confundido, abrió los ojos y prestó atención para quitarse la duda de lo que había oído. Pensaba que tal vez había sido su imaginación, o que tal vez venía de la calle. Pero se sobresaltó al comprobar que se trataba de Naomi. De golpe se levantó a averiguar qué le estaba pasando.
Entró a la habitación, que apenas estaba alumbrada por la luz de la luna, y se acercó hasta la cama. Naomi dormía, bañada en sudor. Con cuidado apoyó la mano sobre su cabeza para acariciarla y calmar sus quejidos, pero, para su sorpresa, Naomi abrió de golpe los ojos y lo sujetó con fuerza, en modo de defensa.
—¿Ya no me pegues! —gritó, cortándole la respiración a Elian.
—¿Naomi? —Elian tragó saliva.
Apenas lo escuchó, Naomi lo soltó y llevó su mano hacia su frente mientras buscaba entender lo que había sucedido. La pesadilla había sido tan real que la había alejado de la realidad.
—Tranquila. Tuviste una pesadilla —continuó Elian y se sentó al borde de la cama para verla mejor—. ¿Quién quería golpearte? —Encendió la luz cuando Naomi se sentó.
—No lo sé... Era una sombra. —En su mirada había mucha confusión—. No hice nada malo para que me golpeen —se abrazó ella misma al sentir como si los golpes hubieran sido reales— ¿o sí? —hablaba sin mirarlo, sumida en sus preguntas.
—Claro que no —respondió Elian, aunque no estaba seguro de si hablaba de la pesadilla o de lo ocurrido con Antonello—. Naomi, ¿qué soñaste? —Estaba realmente preocupado por cómo se encontraba.
—Algo tan feo que no quiero recordarlo. —Negó con la cabeza—. Quiero olvidarlo, al igual que los recuerdos que me quedan de cuando era chica. —Se cubrió el rostro con ambas manos—. Pero siempre vuelven una y otra vez. ¿Por qué la gente es mala? ¿Por qué no aceptan como soy? No entiendo por qué no me dejan ser honesta con lo que siento... ¿Tan equivocada estoy?
—Naomi, tranquila. —La arrimó hasta él con un abrazo cálido—. Las palabras de Antonello fueron duras, pero no deberías hacerle caso. Deberías ignorarlas y confiar en ti misma. Más que nadie te conoces, y sabes bien que lo que haces no lastima a nadie.
—Pero...
—Nada. —No le dio tiempo a responder. —Muchas personas aprenderán de tu talento y puedo asegurarte que le agradarás. Es cierto que el mundo del circo era pequeño, pero la cantidad de personas que te seguían era demasiada y eso no desaparecerá. Seguirás sumando seguidores por todos lados. No caigas por la presión. Recuerda también las palabras de Gioia. Si él pone sus manos en el fuego por ti, es porque sabe que no eres una mala cantante y menos una acomodada. Te supiste ganar su confianza y, si no me crees, te llevaré a que lo conozcas para que sepas qué clase de hombre es.
Naomi lo escuchaba con el rostro hundido en el abrazo que le daba. Lo que Elian decía ayudaba a calmarla, pero temía que cuando se alejara se sintiera sola otra vez, torturada por los malos recuerdos.
—Elian..., por favor, quédate conmigo. —Se sujetó con más fuerza—. De verdad tengo miedo a que las pesadillas regresen. Son mis peores enemigos durante la noche —confesó.