Elian contemplaba la imagen de Naomi, esperanzado por verla abrir los ojos, pero lo único que logró fue que el cansancio lo llevara al mundo de los sueños.
En plena madrugada, una enfermera entró a la sala para controlar a Naomi y lo encontró dormido sobre la camilla. Con cuidado lo despertó y le pidió que fuera a descansar. Si su intención era cuidar de su compañera, primero tenía que reponerse él, para que los días que durara el estado crítico estuviera fuerte para continuar con su velada. A pesar de que no quería dejarla, hizo caso y regresó a su casa.
Los ánimos de Elian estaban por el piso. Le era difícil creer que en poco segundos la vida había dado un giro rotundo. Sentado en el sillón, daba vuelta a sus pensamientos, tratando de encontrar una lógica. Lo que estaba viviendo parecía un viejo déjà vu de mal grado. De nuevo se veía en Italia, con Gianluca, Antonello y una chica de la cual se había enamorado, y estaba a punto de perderla. ¿Cuál era el motivo que lo llevaba a vivir dos veces lo mismo? No tenía la respuesta, así como tampoco tenía la solución para que Naomi despertara. La bronca se adueñó de su alma, lanzó con fuerza los almohadones contra el suelo y descargó su angustia con lágrimas silenciosas.
Los primeros claros alumbraban el cielo cuando su teléfono sonó. Enseguida atendió con miedo a que fueran de la clínica. Sin embargo, era Gioia, que había recibido el mensaje y se dirigía hacia el hospital para ver a Naomi, por lo que cortó y rápido fue a su encuentro.
Era un hombre mayor, con una curvatura pronunciada en su espalda por su avanzada edad. Su voz se escuchaba suave y mostraba angustia, aunque sus palabras eran de aliento y llenas de anhelo para que pronto despertara. Había un lazo especial que los unía, y Elian lo percibió con curiosidad.
Poco después Gioia salió del cuarto a paso lento, acompañado por su bastón, y se sentó al lado de Elian, donde soltó un suspiro como si con ello pudiera liberar la preocupación que había dentro de él.
—Ella saldrá adelante. Esta vez tiene más apoyo.
—¿No es la primera vez que le pasa esto? —Elian preguntó triste.
—No. —Su voz tembló— Pero antes fue mucho peor porque era una niña y en ese entonces tuvo que luchar entre la vida y la muerte. Fue un año difícil, no sabíamos cuál sería el desenlace. —Elian se lo quedó mirando—. Sin embargo, Naomi sorprendió a todos al volver a la realidad. —Se sonrió al recordarlo.
—Entonces, ¿es verdad que la conoce desde hace mucho? —Lo miró extrañado.
—Claro. Desde que tenía cinco años. —Se sonrió—. Nada más que su mente se encargó de quitarme de sus recuerdos.
—¿En serio? O sea que lo que descubrió Antonello ¿es cierto? —Se preocupó.
—No sé qué haya descubierto, pero la única verdad que existe yo la conozco, y él no me consultó para saber de Naomi —hablaba calmado, apoyado sobre su bastón, sin apartar la mirada de la habitación—, y tú serás la siguiente persona, pero antes necesito que sepas que no fue tu culpa —le advirtió antes de que Elian dijera lo contrario—. Lo que le sucedió fue por el pasado que le pesa y atormenta, que tampoco es su culpa. Sus verdaderos padres la trataron con tanto desprecio que fue lo único que conoció desde que nació.
—¿Por qué?
—Porque Naomi llegó en el momento y en la familia equivocada. No fue una hija deseada. Desde el principio la madre quiso deshacerse de ella, pero no lo consiguió. —Hizo una pequeña pausa y luego continuó—: Estoy seguro que tenía que nacer para que pudiéramos conocer su don.
Volvió a quedarse en silencio para recordar la voz de Naomi y se transportó al primer encuentro que tuvo con ella. Ese día había descubierto a una pequeña niña de tez blanca y de cabello negro como el carbón. Estaba despeinada y en sus ojos celestes se reflejaba la tristeza que guardaba en su corazón, pero, apenas la música la envolvía con sus hermosas melodías, era capaz de sonreír para cantar como los ángeles.
—Uno creería que los padres cambiarían de opinión una vez que la vieran entre sus brazos, tan pequeñita y frágil. Pero no. Apenas la pesadilla comenzaba para Naomi. Gritos, golpes, insultos. Y cada día que pasaba era peor —agregó Gioia en un susurro.
—¿Usted conocía a sus padres? —Elian sintió escalofríos por lo que había escuchado, y con solo imaginarse la escena se ahogó en la angustia.
—No. La historia la supe primero por los vecinos y después por la misma Naomi.
—Entonces, ¿cómo fue que se encontró con ella?
—Me había ido de vacaciones y estaba paseando por su barrio cuando la voz de una niña me llamó la atención. Decidí seguir el canto hasta una ventana de una pequeña casa. Ella estaba en el cuarto donde siempre la encerraban cada vez que quedaba sola. Asomé mi cabeza entre las rejas y me puse a escucharla con atención. Me tenía hipnotizado y deseaba escuchar más de su hermosa voz. Para nada me imaginaba que una niña, que transmitía luz con sus canciones, tenía una vida tan oscura. —Hizo una pequeña pausa antes de continuar—. Recuerdo que Naomi estaba tan concentrada cantando la canción de la radio que se asustó cuando me vio y se escondió debajo de la cama. La llamé despacio para que se acercara, pero no funcionó. No me respondió ni tampoco salió de su escondite. Supuse que los padres le habían enseñado a no hablarle a un extraño, así que seguí mi caminata pensando cómo podía hablar con ella o con sus padres para que la inscribieran en una academia y pudieran dar a conocer su don. De esa manera, comencé a pasar todos los días.
—¿Y Naomi lo aceptó?
—Sí. Nos hicimos amigos. No importaba que una reja nos separara. Cantábamos juntos y hasta bailábamos. Ella se veía feliz y relajada cuando estaba conmigo. Sin embargo, un día tuve que volver a Italia y no me quedó otra que dejarla. Hasta ese entonces no sabía lo que sus padres le hacían. Ella no hablaba mucho, solo le gustaba cantar. Por eso el día que la volví a ver y la encontré llorando se me partió el alma.