La voz de tu corazón

El plan

Una vez que Elian salió del canal, se dirigió al hospital. Un médico lo recibió para pasarle el nuevo parte. El estado de Naomi se mantenía estable, y podía ocurrir que en cualquier momento despertara. Su situación no era grave, solo el cansancio mental la mantenía dormida.

Elian se sentía agotado. Tomó asiento en una de las sillas del pasillo y se apoyó sobre la pared para relajarse. Cerró los ojos para alejarse por un momento de la realidad y, sin darse cuenta, entró en un sueño liviano.

Los recuerdos en el Circo vinieron a su mente y revivió los años en los que había estado sumido en la tristeza por la muerte de su novia. Hacía las cosas por inercia y no porque le interesaran. Si no trabajaba, no iba a tener dinero para vivir, aunque, a decir verdad, no tenía ganas de continuar viviendo. Su corazón estaba roto, y no había manera de repararlo. Ni siquiera la pasión que alguna vez había sentido, por el arte que expresaba, lo podía ayudar.

La voz de una chica hizo que la escena cambiara de repente. Se vio sentado al final de la tribuna, igual que cuando Naomi había aparecido suplicando para que la dejaran hacer la audición. Se acomodó mejor en su asiento y no apartó la vista de ella. Se preguntaba qué era lo que la motivaba a mantenerse firme con su deseo. Con curiosidad, le pidió a su jefe que le diera una oportunidad. No había motivos para echarla. Ella estaba ahí y, si bien había llegado al límite con el tiempo, la audición todavía no estaba cerrada.

De golpe la escena volvió a cambiar. La voz de Naomi lo cautivó y le hizo recordar que, antes de caer en una tristeza profunda, él jamás había bajado los brazos. Siempre había luchado para alcanzar sus metas; y esta vez no tenía que ser la excepción. No había motivos para rendirse, siempre iba a haber una solución, solo tenía que luchar un poco más para dar el gran salto que lo sacaría del pozo.

Naomi se lo había demostrado, pero ¿por qué ella no era capaz de ponerlo en práctica para su vida?

El sueño continuaba. Se veía sonriente, disfrutando de los aplausos del público y de la voz especial que Naomi le regalaba en cada función. Se sentía bien hasta que se hizo el silencio y el miedo junto a la tristeza regresaron para ahogarlo. El cuerpo le pesaba y su respiración era agitada. Quería despertarse de la pesadilla, pero sus ojos no querían abrirse, y la desesperación lo abarcó.

Apenas reaccionó cuando sintió que una mano se posaba sobre su hombro, insistente para que despertara. Sobresaltado, abrió los ojos y miró con confusión a la mujer que estaba delante de él. Sus cabellos eran blancos y una imagen familiar se le vino a la mente.

—¿Elisa? —se animó a preguntar mientras buscaba controlar su respiración.

La mujer asintió con una leve sonrisa justo en el momento en que la voz del jefe resonaba en el pasillo. Elian dirigió su vista hacia él, y vio cómo avanzaba a paso firme para saludarlo. Los dos habían decidido viajar apenas habían recibido la mala noticia.

Elian dejó caer sus hombros relajados y se sonrió aliviado. Ellos iban a saber cómo ayudar a Naomi para que despertara. Ella le tenía mucho aprecio a su jefe y ni hablar de su mamá. De seguro, si los percibía a su lado, despertaría ansiosa por verlos.

—¿Qué piensas hacer de tu vida? ¿Una vez más la vas a tirar a la basura?—El jefe tomó por sorpresa a Elian, que no se había esperado ese tipo de recibimiento. Pero, como el jefe tenía mirada de águila, notó de lejos el decaimiento que este tenía. Su rostro con ojeras marcaba las noches sin dormir y lo mal alimentado que estaba. Al jefe no le gustó verlo de esa manera. Conocía muy bien lo que le ocurría cuando se angustiaba, y no iba a permitir que volviera a sucederle.

—¿Qué dice? —Lo miró extrañado.

—Si no te mantienes firme, tendré que tomar medidas estrictas.

—¿Medidas estrictas? ¿No exagera? —Seguía confundido.

—Debería estar en mi lugar para saber que no es fácil hacer como que no pasa nada malo.

—No tengas miedo —intervino Elisa—. Aunque no sea fácil, tenemos que mantenernos firmes.

—Es que es muy grande la culpa que siento —confesó—. No supe entenderla y provoqué que terminara mal.

—Tranquilo. Naomi tiene que perder el miedo a los prejuicios para entender que puede confiar en las personas. De esa forma no cargará sola con las inseguridades que siente. Por eso ahora su mente habrá llegado al límite y decidió desconectarse de la realidad. —Elisa soltó un suspiro. Conocía la mente compleja que tenía su hija, y tristemente todavía no lograba entenderla muy bien—. Ella te admira mucho, desde hace tiempo..., y te aseguro que estaba muy contenta cuando supo que viajaría contigo, pero... también muy preocupada. Sentía vergüenza y miedo de que descubrieras que tipo de persona es.

—No tenía por qué estar preocupada. Ella sabe bien que la considero importante en mi vida. —Con cada palabra que oía de Elisa, el nudo en la garganta se hacía más fuerte—. Me hubiese gustado conocerla mejor para no llegar a esta situación. Cuando la encontré inconsciente, me sentí de lo peor, porque le fallé. —Se cubrió el rostro para tapar su tristeza—. No puedo permitir que otra vida se me vaya de las manos. ¡No otra vez! —estalló revelando su temor.

—Entonces no te dejes caer —el jefe contestó sin levantar la voz—. Naomi necesita que todos estemos bien y darle fuerza para que salga adelante. Entiendo que te sientas mal, pero, si te encierras en eso y te la pasas lamentando, llorando, maldiciendo, golpeando cosas y, sobre todo, dejándote vencer por el cansancio de tanto pensar en algo que tiene una sola solución, no vas a servir de nada.

—¿Y cuál es la solución? —cuestionó inquieto.

—Esperar —respondió sencillo y Elian apretó los dientes. No era la respuesta que quería oír—. No podemos hacer otra cosa. El tiempo se encargará de mostrarnos lo que en verdad pasará. Mientras tanto, seamos positivos.

El jefe no estaba equivocado, pero ¿cómo podía hacerle caso? No ocurría nada que le diera esperanzas. Todo se mantenía igual, a tal punto de desesperarse por ver un cambio.




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