La voz de tu corazón

Gioia

Era temprano cuando Naomi salió con cuidado de la cama para no despertar a Elian. Ahora que todo parecía acomodarse, se daba cuenta de que iba cargando energía para continuar hacia adelante con sus obligaciones. Desayunó enseguida, sin esperar a que Elisa o Elian se levantaran. Quería salir hacia el parque, donde últimamente encontraba la inspiración para componer sus canciones. Ya faltaba poco para el encuentro con Gioia y necesitaba terminar la letra, por más que ya no era una obligación.

Sentada en uno de los bancos de piedra, comenzó a darle un final a la última estrofa que le quedaba para terminar con la canción. Cuando encontró las palabras justas, colocó las notas de la melodía y comenzó a cantarla desde el principio, mientras recordaba los consejos de su terapeuta para lograr una buena voz sin esforzar las cuerdas vocales. Para su asombro, se oía demasiado bien, y continúo cantando hasta mejorar los acordes que no llegaban a sonar bien.

Los aplausos tomaron por sorpresa a Naomi y, al abrir sus ojos, se encontró rodeada de espectadores. Se emocionó al recibir una devolución tan cálida.

Se puso de pie para darle las gracias a cada persona con una leve reverencia, como si se encontrara en el escenario del Circo, y, alentada por ellos, se animó a continuar cantando otras canciones a capela.

El pequeño público no quería dejar de oírla y menos al ver que era demasiado amable y abierta con la gente. No importaba en qué idioma cantaba, la música los unía para disfrutar de un grato momento, por lo que muchas más personas se acercaron a apreciarla.

Después de unos cuantos minutos de buena música, Naomi regresó a la casa con una alegría inmensa, ansiosa por contarle a Elisa y a Elian lo que había vivido en el parque. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan eufórica por dar un show. Estaba tan emocionada por volver a vivir una experiencia fuerte con la música y su querido público que parecía que la energía y sus buenos ánimos invadían su cuerpo de manera extrema y se transformaban en la seguridad que necesitaba para darse cuenta de lo talentosa que era y que jamás tendría que haber bajado los brazos.

Los días pasaron, motivada por los minirecitales que daba cotidianamente en el parque, mientras Elian no dejaba de grabarla para mandarle al jefe los videos, así como también a Elisa, que ya había regresado a su país después de que la licencia llegara a su fin. Quería compartir el cambio rotundo que Naomi había tenido en sus ánimos. Volvía a ser la chica alegre que disfrutaba de la música y regalaba al mundo su mágica voz. A su vez, estaba la buena noticia de que el mismo terapeuta afirmaba que las cuerdas vocales estaban recuperadas y no había necesidad de seguir con el tratamiento.

Naomi se sintió aliviada. Ya no tenía miedo de fallar ni de perder su voz. Al contrario, estaba lista para presentarse delante de Gioia, no solo para descubrir quién era, sino también para entregar su pedido, que estaba más que preparado; y muy dentro suyo ansiaba que en algún momento alguna productora quisiera ayudarla a publicar sus obras.

Luego de un largo viaje en coche, una mansión imponente de tres pisos se alzó en medio de la campiña italiana. Elian conocía el lugar, pero Naomi estaba asombrada al ver dónde vivía Gioia. Era una construcción del siglo xix, decorada en estilo neoclásico, rodeada de arbustos, lo que le daba mucha vida.

Elian tocó el timbre después de que Naomi lo siguiera, sin dejar de mirar a su alrededor. Estaba fascinada con el paisaje y quedó más atónita cuando un mayordomo les abrió la puerta y con una reverencia los hizo pasar. Naomi no estaba acostumbrada a tanta formalidad, y menos a tanto lujo.

—Señorita, Gioia se encuentra aquí dentro —explicó el hombre mientras avanzaban por la amplia sala de estar, decorada con candelabros y pinturas de época—. Pidió que, cuando lo vea, no dude en expresar lo que siente su corazón, que no se reprima para nada, porque él entenderá todos los sentimientos que pueden llegar a invadirle cuando cruce la puerta.

—¿Acaso es algo malo? —Sin darse cuenta, retrocedió unos pasos, nerviosa por la advertencia que había recibido.

—Claro que no, Naomi. —Elian la empujó con cuidado hacia adelante—. Entra, que yo estaré cerca de ti. Todo estará bien —la animó.

—¿Está lista? —preguntó el mayordomo, sosteniendo el picaporte de bronce.

—Supongo.

Con pasos inseguros, Naomi atravesó la puerta y puso su vista al hombre que tenía delante, mientras Elian la seguía por detrás, atento a su reacción. Estaba seguro de que sería algo muy fuerte cuando descubriera la verdad, pero esperaba que el encuentro saliera bien, no solo por Gioia, sino también por ella, que desde hacía unos días quería saber qué había pasado con el hombre que la había rescatado del encierro.

Gioia estaba sentado en un pequeño sillón de cuero marrón con su postura encorvada por la edad y su enfermedad que avanzaba sin piedad. Usaba su bastón de apoyo, mientras mantenía una sonrisa amplia, que resaltaba las expresiones del tiempo en su rostro. Él también estaba nervioso por descubrir qué haría Naomi. Sin embargo, mostraba calma para darle seguridad.

—Bienvenida a casa, Naomi —saludó con su voz anciana y sin usar el idioma italiano.

—¡No puedo creerlo! —Naomi se cubrió la boca con ambas manos y se quedó tiesa.

Negaba con la cabeza mientras las lágrimas rodaban por su mejilla, sin poder apartar la vista de él.

¿Estaba feliz? ¿O estaba triste? Era imposible que aquel hombre estuviera allí. No podía ser él. Estaba tan diferente, tan envejecido, que le causaba dolor, y se lamentaba por el tiempo perdido.

Cuando su cuerpo reaccionó, atinó a alejarse de la sala, pero los recuerdos vividos durante su niñez, la hicieron detenerse. Veía con claridad el primer encuentro, cuando había encontrado la luz y la esperanza en los ojos grises de ese hombre. Él había sido el primero en dedicarle una sonrisa, en aplaudirla por su buen trabajo y, por sobre todas las cosas, fue la primera persona que le demostró cariño, un bello sentimiento que había deseado sentir cuando escapó de su casa. Quería estar a su lado, sonreír, ser feliz, cantar y que la protegiera de la gente malvada. Sin embargo, la vida todavía tenía mucho para enseñarle, y la oscuridad se hizo presente para olvidarlo por más de diez años.




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