La luz comenzaba a apagarse, sus pasos se escuchaban cada vez más cerca de la habitación; todo mi cuerpo temblaba de sólo sentir su presencia, el sudor me recorría el rostro, y mis labios estaban secos, después de recibir mi respiración por tanto tiempo. Se detuvo en cuanto llegó a la puerta, su respiración era demasiado fuerte, que se escuchaba hasta la esquina más alejada de la habitación, que era donde me encontraba. La abrió abruptamente y se quedó parado en el marco de la puerta lo que pareció una eternidad, no se si me miraba, yo sólo podía ver mis manos llenas de rasguños.
-rompiste el recipiente-me dijo con una voz seca. Yo no reaccione, no tenía el valor de mirarlo.- levantate, que ahí sólo te llenas de polvo.
Me levanté lentamente, sin levantar la vista del piso ni dejar de temblar, el dio ocho pasos hasta mi posición, movio sus manos hasta mi barbilla y me levanto la cara.
Ahí estaba el, con su metro ochenta de alto, y sus fríos ojos observando cada una de mis respiraciones.
-muestra tus manos- me dijo ya con un tono de voz más potente, yo obedeci y alce mis manos- ¿te lo hiciste con los cristales?- asenti lentamente, y baje las manos, el me detuvo. Las agarro bruscamente y las sostuvo a la altura de mis ojos- ¿te parece suficiente castigo a lo que hiciste?- no respondí, no me moví, temblaba sin parar, no podía reaccionar de otra forma.- ¡te hice una pregunta!-negué con la cabeza lentamente.- estas en lo cierto.
Me soltó las manos, yo volví a bajar la vista, y sólo escuche como se dirigía a la puerta y la cerraba, para después regresar junto a mi; las lágrimas ya no aguantaron y salieron solas, era un llanto silencioso, más bien un sollozo seco, sin rastro de que existía
-te daré razones para llorar.- metio las manos a sus bolsillo y sacó uno de los pedazos de cristal que había dejado en el bote de la basura.- siéntate.- dijo apuntando la cama. Me senté, sin levantar la vista ni dejando de derramar lágrimas silenciosas. Levanto la manga de mi blusa y clavo el cristal, recorrió mi brazo con el, dejándome un rasguño sangrante. No podía quejarme, iba a ser peor.
Se limpió con mi blusa, tiro el cristal, manchado por completo de rojo, se levantó de la cama y se dirigió a la puerta
-no volverás a salir de esta habitación hasta que lo ordene, y limpia el desorden que causante.- no voltee a mirarlo, sólo escuche el azote de la puerta y sus pasos al bajar las escaleras.
Espere quince segundos y me dirigí al baño, me limpie la herida lentamente, tratando de no llorar más por e dolor, no pude hacer mucho, lo cubri con un trapo que ya estaba lleno de viejas manchas de sangre, suspire y regrese a la cama, metí mi brazo debajo de ella y saque una libreta y una pluma, me limpie las últimas lágrimas y empecé a escribir.
“Ella nunca había tenido una herida, mucho menos una cicatriz...