Lágrimas de navidad

Los nombres que no olvidaré

Esa mañana la familia Fermoso se despertó navideña. En las habitaciones, en los corredores, en la cocina y aun en el baño todo era decorado con guirnaldas y adornos de oropel. El árbol fue el primero en recibir el frenesí navideño, luego fueron las ventanas, después el jardín, los corredores, prosteriormente las habitaciones. Solo faltaba adornar el techo de la casa o eso es lo que pensaban todos hasta que la abuela gritó: “Las lágrimas, las lágrimas”. ¿Qué son las lágrimas, Abuelita?, preguntó Alex. Y la abuela volteó con la sorpresa en los ojos y una sonrisa leve en los labios, acercó a Alex a su lado, como quien arrastra un objeto rígido, y le contó muy a su gusto una historia:

—Hace mucho… mucho tiempo existió un rey malvado llamado Herodes el grande, que de grande solo tenía el miedo, y tan grande que mandó a «desnacer» a todos los recién nacidos que nacieron en Judea para evitar el nacimiento del niño Dios. Las lágrimas de esas inocentes criaturas son lo que se llaman lágrimas de navidad y son lágrimas que se buscan después de una despedida. Para recordarlas ponemos lucecitas con forma de lágrimas, pero las verdaderas no se ven, sino que se sienten aquí en el pecho.

Alex escuchaba asintiendo con la cabeza cada vez que la abuela hacía una pausa en el relato, ya que la abuela siempre contaba las historias lentamente, y sin decir nada, porque nadie podía contradecir a la abuela, pensó que era un alivio tener un lugar a donde huir y se excusó con el Colegio.

En la clase de quinto de primaria del Colegio Asunción, el profesor Eugenio, hombre severo y serio, anunció a sus alumnos el proyecto final que se entregará la semana siguiente. Se trata de confeccionar un pequeño libro con ilustraciones y texto sobre el significado de la navidad, el proyecto es considerado como el informe final del año y muchos de los estudiantes se entusiasmaron con mil ideas, unos comentándolas a viva voz, otros rumiándolas en silencio, los más escribiéndolas en el papel. Pero alguien tocó la puerta y el barullo fue interrumpido; era el Director, un hombre regordete con bigote, que habló con el profesor unos minutos antes de entrar. Todos se quedaron sorprendidos al mirar que, en ese periodo del año, una nueva alumna era presentada. Su nombre era Daniela, parecía una niña tímida de ojos tristes, su cabello rubio enmarcaba un rostro angelical, también resaltaba porque no usaba el uniforme escolar, sino que usaba un suéter café y unos jeans.

El profesor permitió que Daniela escogiera su pupitre y el alumnado la vio recorrer lentamente un camino recto hacia un lugar cercano a Alex. El profesor explicó de nuevo el proyecto final, pero al advertir que la alumna nueva no tenía con qué anotar preguntó por alguien que le pudiera prestar una hoja de papel. Alex se ofreció arrancando unas hojas de su cuaderno, también le prestó una lapicera negra y le dijo bienvenida. La niña no lo miró, sino que permitió que colocara todo en su carpeta. Al terminar las clases, los colegiales salieron en tropel, menos Daniela, que salió cabizbaja y sin cambiar su estilo reservado, luego fue donde el único niño que le había hablado e intentó devolver la lapicera, pero Alex no consintió cortésmente, le explicó que podía devolvérsela cuando terminara el año escolar, porque igual faltaba poco. Sin embargo, todo terminaría de manera diferente el siguiente día.



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En el texto hay: navidad, cuento, escolar

Editado: 10.12.2021

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