Gala y sus Caballeros, Kai y Rhys, llegaron al corazón del templo en las Montañas del Este. El santuario era vibrante con el poder de la Tierra, esperando a sus invitados. Era el siglo exacto, el momento para la Reunión, el único tiempo en que las cuatro hermanas dejaban sus reinos para compartir la sabiduría y asegurar el equilibrio.
Las Llegadas
El templo vibró por primera vez al sentir la humedad lejana. Marina, la Diosa del Agua, hizo la entrada más sutil y elegante. No llegó por el cielo, sino a través del corazón de la montaña. Una niebla densa y fría se elevó del suelo de piedra, y de ella surgió un riachuelo cristalino que recorrió el suelo del templo, materializándose en una piscina de aguas tranquilas. De esa piscina emergió Marina, con sus Caballeros, Kairo y Finn, pareciendo recién salidos de un baño refrescante, con su aura de paz intacta.
Luego, la quietud fue rota por un estruendo aéreo. Aura, la Diosa del Aire, hizo una llegada impetuosa. Descendió directamente de los Cielos del Oeste sobre un carro dorado tirado por criaturas aladas. El aire se comprimió a su alrededor con la velocidad, y aterrizó con la gracia de una corredora que cruza la meta, haciendo que las hojas del templo giraran en torbellinos controlados. Sus Caballeros, Aethel y Zephyr, aparecieron con ella, listos para asegurar que el aire se calmara a su alrededor.
Finalmente, el templo se sacudió con poder puro. Ignia, la Diosa del Fuego, no conocía la sutileza. Un torrente de humo negro y caliente brotó del suelo del templo, seguido por una explosión controlada de llamas. Ella y sus Caballeros, Zeo y Orion, se materializaron en el centro de un círculo de fuego que ardía sin quemar la roca de Gala. Ignia era la más ruidosa, su presencia era una declaración de fuerza y su cabello rojo ardía con intensidad.
La Revelación
Con las cuatro Diosas reunidas —Fuego, Agua, Tierra y Aire— la energía de la sala era palpable. Gala, con un nudo en el estómago, se sentó en el centro, flanqueada por sus hermanas.
"Hermanas," comenzó Gala, su voz apenas un susurro que rompía la formalidad. "Temo que no he traído solo informes de prosperidad. He sentido una... anomalía."
Relató la extraña sensación de ser observada, y la imagen del joven de cabello blanco y ojos grises que había visto en la roca. El aire se cargó de repente.
Aura, la más ligera y social, fue la primera en reaccionar. Una risita dulce y cálida escapó de sus labios. "¡Oh, vamos, Gala! ¿Cabello blanco, mirada oscura y... sexy?" Hizo una pausa dramática, sonriendo. "Está enamorado de ti, jeje. No te preocupes, el amor es el destino más fuerte que hay."
Gala se sonrojó furiosamente, avergonzada de que su hermana hubiera captado la mezcla de fascinación y miedo en su voz.
Pero la burla de Aura fue cortada por la voz áspera y urgente de Ignia. Sus ojos ardieron como ascuas.
"¡Aura, deja esa frivolidad!" Ignia se puso de pie, su intensidad encendiendo el ambiente. "Gala, ¿acaso no recuerdas a nuestra tía Perséfone? ¿Y lo que sucedió por su amor prohibido con Hades? Nuestro padre no dudó en matarla para preservar el orden y evitar la descendencia de ese linaje. Tampoco dudaría en matarnos si decidimos enamorarnos de algún dios oscuro." Recorrió a sus hermanas con la mirada. "Aparte, ni siquiera sabemos quién es ese tipo. Puede ser un enviado, un espía... o el hijo de Hades."
El miedo se extendió por la sala. El nombre de Hades resonaba como un trueno.
Fue Marina, la Diosa del Agua, quien tomó el mando en ese momento, su calma una fuerza que contenía el fuego de Ignia. Mantuvo su voz firme y tranquilizadora.
"Tranquilícense, hermanas. No hay necesidad de que la emoción nuble el juicio. Gala es la más sabia y prudente de nosotras. Ella nunca desobedecería a nuestro padre ni pondría nuestros reinos en peligro por un mero rostro visto en una roca. Asegurémonos de que Zeus esté alerta y volvamos a nuestra misión."
Marina había impuesto la calma, pero las palabras de Ignia habían dejado una verdad helada en el aire: El amor era el único pecado que Zeus no perdonaría.
La Reunión: Ecos de la Humanidad
En el majestuoso templo de Gala, las cuatro Diosas de los Elementos se sentaron en sus tronos divinos, con sus Caballeros de pie, formando un círculo protector y silencioso alrededor de ellas. La energía de cada reino se fusionaba, creando una sinfonía de poder latente.
La reunión transcurrió con la solemnidad y la gracia que merecía. Hablaron de los mares y las estrellas, del latido de la tierra y el susurro del viento. Compartieron informes sobre la humanidad: Marina, sobre el progreso de los navegantes y la sabiduría que crecía con cada viaje. Ignia, sobre las nuevas fraguas y las innovaciones que surgían del ingenio mortal. Aura, sobre las historias tejidas por los vientos, las invenciones que elevaban sus ciudades y los logros de sus eruditos. Y Gala, con una voz tranquila, relató cómo la naturaleza respondía a los cuidados, la abundancia en los valles y la sabiduría que los mortales extraían de la tierra.
Pero bajo la superficie de los informes y las risas cálidas, el recuerdo de la mirada de cabello blanco flotaba en la mente de Gala. Intentó ignorarlo, pero era como una espina que se había clavado en su corazón.
Cuando la reunión llegaba a su fin y las Diosas se disponían a regresar a sus reinos, Marina se acercó a Gala. Sus ojos azules reflejaban una preocupación velada.
"Recuerda a nuestra tía Perséfone, hermana," dijo Marina, y le dio un abrazo que transmitía tanto consuelo como una advertencia.
El abrazo de Marina hizo que el cuerpo de Gala se tensara. El recuerdo de la historia prohibida, del amor que había dividido reinos y que había terminado en tragedia, la golpeó con fuerza. Una oleada de tristeza la invadió, pero al mismo tiempo, extrañamente, esa mirada de cabello blanco que había visto antes se agudizó en su mente, provocando una punzada extraña, casi romántica, en su corazón. La ignoró, atribuyéndola al peso del relato de su tía.