Las adversidades de Sara y su fortuna

Don Douglas y su relación con Sonja

Aquella mañana llegué dos minutos tarde, pues había un accidente a cuatro calles de la compañía. Estaba realmente asustada, era mi segundo día de trabajo y ya estaba llegando retrasada. Para muchos es una exageración, pero así somos los alemanes. La puntualidad es algo casi sagrado en nuestra cultura. 

Llegué corriendo y sin aire al elevador, trataba de ignorar el hecho de que don Douglas estaba furioso esperando por mi para sermonearme. Quería morir en ese instante o al menos contar con la suerte de que aquel elevador quedase atascado conmigo adentro. Claro que, eso era demasiada suerte para mi sabiendo el abecedario de desgracias por la que pasé recientemente. 

Al llegar al último piso, aquel sexto piso en el que estaba, el timbre del elevador sonó dando aviso de que había llegado. La puerta se abrió y para mi sorpresa no había nadie en el pasillo, o bueno, eso creía yo. 

Salí del elevador y corrí hasta mi escritorio, cuando de pronto el conserje, un caballero de algunos treinta y cuatro años, salió de la parte de atrás de la enorme y frondosa planta que adornaba la esquina junto al ventanal. 

—Tranquila —dijo —no le diré al señor Barthel que llegaste tarde. —sonrió — ¡Mucho gusto! Soy Bertram Müller. 

—Sara Becker —contesté y le sonreí de vuelta.

—¿Eres la nueva secretaria de don Julien? 

—Así es —respondí. 

Bertram siguió limpiando el pasillo, al terminar tomó los implementos de aseo y entró al elevador. En cuestión de segundos, vi que Sonja salió de la oficina del señor Barthel. Algunas veces entra y permanece allí por varios minutos, entre diez a cuarenta minutos para ser precisa. 

No quiero pensar mal, pero a veces creo que tiene una aventura con el jefe. Me parece que es algo incorrecto y loco, comenzando porque ella es más o menos de mi edad, mientras que el señor Barthel tiene aproximadamente sesenta y tantos años. En fin, no es asunto mío. 

Yo seguía concentrada en mi deber, y si veía o escuchaba algo extraño al interior de aquella oficina, guardaría el secreto. Aunque jamás escuché nada, pensaba que eran más que sigilosos. 

En ese momento, vi que alguien salió del elevador. Era un sujeto alto, más o menos de metro setenta y cinco. Se acercó a mi puesto y su pregunta me hizo temblar de miedo. 

—¿Dónde está Sonja? 

Me quedé callada, pero mis ojos involuntariamente señalaron la puerta de la oficina del señor Barthel. Aquel sujeto entendió mi mensaje aunque lo hice sin querer. 

—Eres bastante extraña —me dijo y caminó hasta la oficina del jefe. 

Algo que me disgustó un poco fue que entró sin tocar la puerta. De pronto, Sonja salió con aquel hombre y se acercaron a mi. Confieso que quería morir en ese momento, pensaba que a lo mejor debía buscar otro empleo, porque sentía que me iban a despedir. 

—Ella es Sara Becker, la nueva secretaria de Julien. —le dijo al sujeto y luego se dirigió a mi —Sara, él es Ludwig Barthel. El hijo mayor del señor Douglas.

—¿El señor Douglas? —preguntó —¿No le has dicho a la señora Becker quién eres? 

—No entiendo —respondí —¿Qué pasa? 

Ludwig me miró mientras que Sonja sonreía sin decir nada. Luego, el caballero me dijo —Sonja es mi hermana. 

Anonadada, la miré detalladamente y pregunté —¿Sonja Barthel? ¿Eres hija del señor Douglas? 

—¡Así es! —respondió descaradamente. 

Era increíble para mi que Sonja fuese hija del señor Douglas. En ningún momento me lo comentó, nadie lo había hecho en realidad. Y yo, me sentí una completa idiota pensando cosas locas como que era la amante del dueño de la compañía. Maldición, qué mente tan retrasada la mía. 

Justo en ese momento, el señor Barthel salió de su oficina y se acercó a nosotros. Sonreía al ver que dos de sus hijos ya estaban juntos. Yo por mi parte seguía sin creer que aquella mujer que trabajaba conmigo era la hija de mi superior. Es que la apariencia de Sonja no era la de una mujer adinerada, siempre vestía sencillo y sin tantas joyas. Al igual que Ludwig, llevaba ropa formal, pero no se veía costosa. Eran personas que a pesar de tener un gran poder adquisitivo, no eran amantes de lo material y lo costoso. ¡Algo que admirar! La gran mayoría de los millonarios no son así. 

Pasados los minutos volví a mis deberes. El hermano de Sonja entró a la oficina de su padre y permaneció ahí alrededor de una hora. Sonja sonreía mientras trabajaba escuchando jazz. Realmente yo disfrutaba de esa música, por lo que trabajar cerca de Sonja era divertido. 

Cuando llegó la hora de almorzar, bajé hasta la cafetería y me reuní con Rita y Marco. Les comenté si sabían el apellido de Sonja, a lo que ambos respondieron que sí. Rita me contó que era hija del señor Douglas, pero que no le gustaba presumir, pues no era necesario gritar a los cuatro vientos algo que se suponía todos debían saber. 

Yo y mi suerte de ser la última en enterarme de las cosas. 

Ese día terminé de almorzar antes de tiempo, y pensé que debía aprovechar veinte minutos extra para adelantar algo de trabajo. Me despedí de mis compañeros y regresé a mi puesto. 

Al llegar, vi a Sonja en su escritorio hablando por teléfono, seguí hasta el mío y comencé a trabajar. En ese momento recibí una llamada del señor Douglas, me pidió que llegara a su oficina y sin pensarlo ni preguntarme el motivo, me levanté y llamé a su puerta. 




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